Preguntas al teatro cubano camino a Camagüey 2014


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XV Festival de Teatro de Camagüey.

Se acerca el XV Festival de Teatro de Camagüey, que tendrá lugar del 4 al 11 de octubre próximos en la ciudad de los tinajones. Esta edición de la cita más amplia de la escena nacional celebrará el 200 aniversario del natalicio de Gertrudis Gómez de Avellaneda, y será parte de los acontecimientos por los 500 años de la villa del Puerto Príncipe.

La muestra artística arrancará con una puesta local: El millonario y la maleta, de La Avellaneda, a cargo del Teatro del Viento. Y comprende cinco segmentos —a partir de la selección realizada por un equipo de especialistas del Consejo Nacional de las Artes Escénicas—, enunciados como “De la buena memoria”, “Derivas espectaculares”, “Pálpito y realidad”, unipersonales y espectáculos en calles y plazas.

Aunque generalmente el Festival conforma la cartelera con estrenos de los últimos dos años, el primero de los segmentos, “De la buena memoria”, retoma montajes significativos de otros momentos: Si vas a comer, espera por Virgilio, del Pequeño Teatro de La Habana, y Delirio habanero, del Teatro de la Luna, ambos de la capital, conjuntamente con Mundo de muertos, del Estudio Teatral Macubá, de Santiago de Cuba.

“Derivas espectaculares” se dibuja como el espacio para lo más alternativo, con tres propuestas habaneras: Aleja tus hijos del alcohol,  Beca Milanés de la Asociación Hermanos Saíz; el cabaret Mujeres de la Luna, del Teatro de la Luna, y Kafé Verde, a cargo de varios proyectos.

El segmento más amplio es el dedicado a lo que se ha llamado “Pálpito y realidad” que por su nombre sugiere conexiones entre la escena y la vida social de ahora mismo, e incluye de la capital, una tríada a cargo de dos colectivos punteros: Antigonón, un contingente épico y Rascacielos, ambas del Teatro El Público, y Fíchenla si pueden, de Argos Teatro, a los que se suma Delantal todo sucio de huevos, del Teatro D’ Dos. La ciudad sede completa su cuarteto con La panza del caimán, del Teatro del Espacio Interior, El gato con botas, del Guiñol de Camagüey, y Jardín de Estrellas, de La Andariega. Le siguen en número Villa Clara y Matanzas, cada una con tres montajes: de la provincia central, Cuba y la noche, del Estudio Teatral de Santa Clara, El poeta y Raulín y las flores, del Guiñol Rabindranath Tagore, y Los pintores, del Teatro Escambray; de la ciudad de los puentes, Alicia en busca del conejo blanco, del Teatro de las Estaciones, Se durmió en los laureles, del Teatro Papalote, y Semen, del Teatro El Portazo. Más Gris, de Teatro Tuyo, de Las Tunas; Aventuras en Pueblo Chiflado, de Los Cuenteros, de Artemisa, y Contigo pan y cebolla, del Teatro Pinos Nuevos, del municipio especial Isla de la Juventud.

Tres unipersonales integran la serie dedicada a esa modalidad: Cubalandia, del Grupo El Ciervo Encantado, Las lágrimas no hacen ruido al caer, de Mujeres fuente de creación, ambos de la capital, y La muchachita del mar, del Teatro de Títeres El Retablo, de Cienfuegos. También son tres los trabajos para calles y plazas: Ay, Margarita, del Teatro Andante, de Granma; Galápago, de Teatro Tecma, de Pinar del Río, y Troya, de la Compañía D’ Morón Teatro, de Ciego de Ávila.

En resumen numérico, concurren a la cita veintiocho espectáculos que representan a once provincias y al municipio especial, en bastante amplitud, aunque cuatro provincias, Mayabeque, Sancti Spíritus, Holguín y Guantánamo no tienen ninguna puesta elegida.

Sorprende que la dedicatoria a la Avellaneda se traduzca en la programación de un único espectáculo, a pesar de que se han creado y aún se anuncian varios montajes en torno a su obra. Es de esperar que la obra de Tula estará presente en paneles y aproximaciones valorativas. También, a simple vista detecto algunas omisiones: El tío Vania, de Argos Teatro, estrenada en abril y fogueada en una intensa temporada hasta hace pocas semanas con excelente respuesta de público y, en mi opinión, superior a la puesta elegida del mismo colectivo, y Romance en Charco Seco, del Teatro La Proa, con una meritoria labor de conjunto en la relectura audaz y creativa de Lorca desde el teatro de objetos. También falta Buendía con solo un estreno en este período, la coproducción con el Goodman Theatre, de Chicago, Pedro Páramo, una modalidad que el Festival de Camagüey no parece contemplar como alternativa, pero que no deberá faltar en la cartelera del XVI Festival de Teatro de La Habana.

No es mi propósito descomponer exhaustivamente la programación, para lo que habrá tiempo y lugar en los análisis que sucedan al evento, pero puedo adelantar que se aprecia la intervención de teatristas y agrupaciones establecidas y noveles. La dramaturgia cumple un espectro amplio, dentro del cual, desde la construcción textual, resaltan dos autores nacionales, Alberto Pedro y Rogelio Orizondo, cada uno con dos piezas. Y me resulta curioso cómo se ha desvanecido la fiebre piñeriana que nos invadió positivamente, a propósito de su centenario, apenas dos años después.

Otra observación pertinente es que hay dos grupos que repiten, al participar cada uno con dos montajes: Teatro El Público y Teatro de la Luna, lo que es consecuencia de la labor de creación incansable de estos colectivos y del estimable resultado artístico de sus propuestas.

La presencia del teatro para niños me lleva a preguntarme como otros años y sin ánimo de que se excluya de este evento, si no será hora de valorar la pertinencia de un festival de teatro dedicado a esta manifestación —como el que existió con frecuencia bienal, creo recordar que hasta 1988—, que  atienda especificidades del público para el que crea sus montajes, reflexione sobre el estado de la dramaturgia en esa modalidad y acerca de la amplia relación entre el actor y las técnicas titiriteras, entre muchos otros temas. En un plan anual de eventos escénicos de diverso carácter que sobrepasa la cifra de noventa, en evidente desproporción si se relaciona con la calidad del teatro nacional, bien pudiera insertarse una cita especializada en función de perfilar los caminos del teatro para los más jóvenes espectadores.

Y añado una reflexión que creo oportuna y necesaria: Al ser el Festival de Teatro de Camagüey —como adelantaba al inicio—, la principal cita para la creación escénica que se hace en la Isla, sería importante que, de una vez, se logre conformar como un espacio que permita no solo apreciar una sucesión de espectáculos, sino también debatir a fondo sus logros y fallas, y pensar de conjunto hacia dónde va el teatro cubano, en términos de sentido y efectividad de los discursos, de exploraciones temáticas y de procedimientos estéticos, como también para analizar las formas de producción y el lugar del arte teatral en la cultura y en la sociedad cubanas, a la luz de estos tiempos de ajustes y reordenamientos económicos, de descentralización y de alternativas. Así, se podría valorar colectivamente hasta dónde y cómo le toca a la institución estatal estimular y sostener la creación, en relación con otras alternativas, y cuáles derechos concretos asisten a los artistas y colectivos en los nuevos contextos. 

Lamentablemente, en ediciones recientes se ha limitado la participación activa de la crítica y el necesario ejercicio de opinión en diálogo directo con la escena, es decir, con los montajes concretos, bastante mediatizado en paneles de valoraciones generales, que resultan mucho menos urgentes en ese contexto —y elusivas en su abstracción—, que el diálogo abierto, sincero, profesional y respetuoso, que favorezca la necesaria jerarquización de valores y talentos.

En ese sentido, la Sección de Crítica e Investigación de la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC ha proyectado recuperar los legendarios coloquios de la crítica, a partir de una ética profesional del diálogo, para intentar respondernos las ineludibles preguntas que nos lleven a dilucidar por qué, al analizar cada año lo estrenado con vistas a la selección de los Premios Villanueva, vemos desfilar una larguísima lista de intentos fallidos, a cargo de grupos y proyectos que no acaban de despegar y a veces ni siquiera definen un perfil, los que no justifican una demanda igualitaria de apoyo en relación con otros que sistemáticamente crean, en todo el sentido de la palabra, crecen y brillan con luz propia, y además satisfacen necesidades de sus espectadores del otro lado del proscenio.

Avanzar en ese camino permitiría también contar con posiciones más diáfanas para la articulación orgánica del Festival de Camagüey con el Festival de La Habana, como una escala de selección consecuente de cara a la confrontación internacional, adonde no necesariamente tiene que llegar todo el teatro cubano sino definitivamente el mejor.

Catorce ediciones y tres décadas de quehacer escénico en las que el país y el mundo han cambiado de modo sensible, desde que en 1983 se fundara el Festival de Camagüey, pasando por numerosos avatares —como la percepción aldeana y teatralmente reductora de considerar solo teatro cubano al que llevaba a escena textos escritos por autores cubanos, o la competencia tras un grupo de premios, que empañaba lo que de confrontación en buena lid podía tener el encuentro de alcance nacional—,  son un lapso más que suficiente para alcanzar la madurez. Valdría la pena preguntarnos aún a tiempo para qué se hace un festival, y no a posteriori, como ritornelo inútil para consolarnos por las apetencias no cumplidas.

Preparémonos entonces para Camagüey, para que sus jornadas sean, más que fiesta y muestrario efímero, disfrute inteligente, reciprocidad de saberes y auténtico crecimiento.


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