Ruperto Jay Matamoros…Imágenes escapadas de la realidad


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Estos creadores andan dispersos por toda la Isla, y abren ancha la mirada al paisaje cubano, caribeño, a diversos aspectos de la cotidianeidad, con mente y humor, muy amplios. Además de que abrazan con el pincel, creyón y un sinfín de instrumentos: soles, palmeras, ríos, montañas, personajes (hombres y mujeres)…Sus imágenes son como miradas ingenuas al mundo circundante…

Pues, son auténticos artistas de su país. Cuentan el mundo, los sueños, anhelos, experiencias y todo lo que logran alcanzar sus pupilas a través de las imágenes. Muchos apellidos han recibido en el tiempo: naifs, primitivos, ingenuos, artistas populares... Más bien contemporáneos, porque reflejan en sus piezas la época, el momento determinado de su existencia, y reproducen, generalmente, lo que ven en ese instante que les tocó vivir.

De ellos, expresó en tono certero, el pintor y crítico de arte, el maestro Manuel López Oliva: “Si observamos con una visión justa y responsable a la mayoría de estos creadores, advertiremos que son sencillamente eso: artistas. Digo esto porque lo que en el arte determina la función, el valor  o la identidad del modo de hacer no es precisamente la procedencia rural, urbana o de escuela, afición o sentido investigativo presente en la naturaleza de un hombre dedicado al trabajo de la imaginación. Lo que dice si se trata o no de un profesional de la plástica, por ejemplo, es el resultado de la labor que despliega, la capacidad que tienen sus realizaciones de emocionarnos, hacernos pensar, transmitirnos a otro plano de la percepción y de la fantasía…”.

Vale, pues, la pena, por estos días de febrero en que se conmemora un año más de su muerte, enfocar en primer plano el arte popular realizado en nuestra Isla a través del tiempo, en la persona del Premio Nacional de Artes Plásticas 2000, quien es uno de los principales exponentes de estos trabajos, y del que emerge una colección de imágenes escapadas de la realidad que han enriquecido nuestra visualidad e imaginación.

Las Fantasías de Jay Matamoros

En la obra de Ruperto Jay Matamoros (San Luis, Santiago de Cuba, 27 de marzo, 1912- La Habana, 12 de febrero, 2008), ocupa con fuerza su lugar ese realismo que asume la apreciación imaginativa propia de la conciencia habitual y la simbología popular. Allí está la utilización de un método individual de pintar, que aprovecha aspectos rudimentarios y afirma que la apariencia de las texturas y los claroscuros, le permite conseguir el “misterio” y la gracia de sus visiones. La vida plena se acumuló dentro del paisaje, y con el tiempo anidó dentro de sus lienzos coloridos donde Jay Matamoros narró, mediante tonos y formas, lo que pasó. La luz, los detalles más íntimos de nuestros campos fueron atrapados en el largo trayecto de su existencia por su sabia mirada. ¿Símbolos claves de su pintura? Los caminos, en primer lugar, junto con las montañas, y el verde del paisaje. “! No podría pintar si me faltara ese color!”, me confesó rotundamente hace años en una entrevista mi amigo Jay, con esa manera de decir que se parece a sus cuadros…Esos por los que el  espectador ve deambular hoy las historias del artista, que comenzaron muy cerca de Santiago de Cuba, cuando de niño lo rodeaba ese ambiente natural, casi bucólico, de árboles, animales, ríos y montañas.

Cuando uno conversaba con Jay Matamoros siempre tenía la impresión de que a este hombre las palabras le brotaban directamente de un rinconcito donde todo era limpio y transparente, y donde no había espacio para la altisonancia y lo falso. Como recién nacidas y acabadas de estrenar resultan todavía las cosas contadas con el pincel…

De magia, colores y sueños

En ocasión del Centenario del célebre creador (2012), el Museo Nacional de Bellas Artes organizó una exposición titulada De la magia y el color, que a partir de la obra de Ruperto Jay Matamoros, la mirada se centró en la colección de Arte Popular de la institución habanera, con una seria selección que devino un amplio homenaje a Jay en su efemérides.

De aquella ocasión rescato algunas palabras escritas por este redactor para tal acontecimiento, que constituyó ese interesante proyecto que ponía en primer plano este Arte… “Junto a las tres piezas expuestas (óleos/telas) de Jay Matamoros: Lavando en el río, 1962, Claro de luna, 1970, y Fruta y caña, 1979, respira un anecdotario gráfico de nombres cardinales del arte popular cubano, en esta acertada muestra, cuya curaduría se debe a Aylet Ojeda, y la museografía, a Arley González. Una ardua labor, no cabe dudas, entresacarlos de la amplia pléyade de creadores nuestros que deambulan por la Isla con sus fabulaciones pictóricas. Sin ser un inventario ilustrativo, ni pretenderlo, resulta un documento visual que trae a colación el quehacer de muchos autores que trabajaron o laboran hoy día en nuestro país. Y muestra, de los expositores seleccionados, no todas las vertientes de su producción (sería imposible), sino las más representativas y logradas, para que el público actual reconozca la existencia de este movimiento desde décadas atrás. Aunque en Cuba comenzó a admirarse/aceptarse a finales de los años 30 y comienzo de los 40, principalmente de aquellos, conocidos, que vivían en la capital habanera, y eran cercanos a una pequeña parte de la intelectualidad que le brindaba apoyo y los respetaba.

“Se empezaron a reconocer en este tiempo, porque fue la etapa en que se sucedieron algunos acontecimientos culturales, como exposiciones colectivas de peso, entre ellas, 300 años de arte en Cuba, en la que emergieron nombres de algunos artistas que recién comenzaban sus “andanzas” pictóricas en este campo: Rafael Moreno, Felisindo Acevedo y Ruperto Jay Matamoros. Además de que en importantes centros promocionales y galerías de La Habana se organizaban, muestras personales de otros como Uver Solís, Francisco Tortosa… Célebres críticos de arte, escritores y pintores (Guy Pérez Cisneros, Alejo Carpentier, Gómez Sicre, René Portocarrero…), le otorgaron a esos creadores de la década de los 40 un voto de confianza y los estimularon a continuar por esa senda, incluso desde importantes publicaciones de la época… En décadas posteriores aparecerían otros creadores, así como zonas geográficas que delimitarían espacios donde se desarrolló este arte. Hasta que en los años 80, del pasado siglo, se inicia un boom especial, pues, se sistematizan las muestras de estos artistas, y las Direcciones Provinciales de Artes Plásticas ponen su empeño en descubrirlos, apoyarlos y promocionarlos. El Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) le abrió anchas sus puertas en 1981 con la exposición Artistas Populares de Cuba, y en los años 1986 y 1987, realizó sendas muestras personales a figuras de la talla de Gilberto de la Nuez y Ruperto Jay Matamoros. En la reapertura de las Salas Permanentes del MNBA (1987) se colgaron piezas de varios clásicos de esta pintura. Después siguió el vertiginoso desarrollo que muestra actualmente”.

Fabulaciones desde la realidad

Una buena ocasión para traer al presente recuerdos, imágenes, palabras que pasean ahora como un río caudaloso trayendo conversaciones, etapas vividas por el creador. Dentro de las imágenes de su amplia colección se mueve el mundo personal de este pintor popular, donde surgen muchos elementos en el largo camino. ¿El Framboyan? “Es uno de mis símbolos –me comentó en una oportunidad-, porque en el fondo de mi casa había uno muy grande y yo siempre estaba debajo de él, jugando”. Y entre los tonos, aunque confesó que lo animaba mucho el verde (por el paisaje),  siempre le gustaba añadir algún amarillo buscando suavizarlos, y, sobre todo, robando la claridad del sol y la luz en los distintos momentos del día. “ !Ah !, y la casa, todo ser viviente tiene su guarida. La casa es lo primero que se construye, incluso los animales.”   

Su anecdotario gráfico pasa por temas que van desde lo patriótico, histórico, y sobre todo personal, hay mucho de lo vivido en esas imágenes, donde ocupa con fuerza un lugar primordial ese realismo personal que lo caracteriza y donde siempre se respira optimismo desde las visiones de Jay Matamoros. “Después del 59 mis trabajos gritan a la felicidad. He tenido posibilidades de desarrollo. Antes pintaba esporádicamente, pues tenía poco tiempo para dedicarlo a la pintura”, sentenciaba siempre con alegría. El óleo y los pinceles verdaderos los conoció hace más de 60 años, después de llegar a La Habana, en el Estudio Libre, donde tuvo la guía de maestros como Eduardo Abela, Mariano y Portocarrero. “Allí dibujé un paisaje donde había una vaquería, cuando lo hice sentí que era lo que verdaderamente quería y necesitaba en la vida. Después de tantos años me persigue esa ansiedad interna, siento lo mismo. Hoy soy un hombre de ciudad, pero por dentro sigo siendo el mismo campesino.”

Por eso, las puertas y ventanas de su apartamento se abrían hacia el paisaje rural cubano, aunque vivía en pleno Vedado. Decenas de historias contadas desde el óleo, sobre telas y cartulinas, son testimonios que hablan en las paredes de los días de la infancia en su San Luis natal, muy cercano a Santiago de Cuba. Son las raíces de Ruperto Jay Matamoros que están muy bien sujetas a la tierra que lo vio nacer… En ocasión de una enorme alegría recibida en el 2000, y rodeado de sus recuerdos (pinturas) y con las huellas en ropa y manos de sus creaciones, hizo un alto para responderme: ¿El Premio Nacional de Artes Plásticas que acaba de recibir?  “Lo sentí adentro, pero no soy muy comunicativo. Siento mucho las cosas, las aprecio, las agradezco, aunque todo eso va por dentro”. Entonces confesó que en ese instante comenzó a recordar. Y tocó de cerca los recuerdos. Contó que de niño ya pintaba. Sus primeros pinceles (hizo un alto y sonrió) fueron “la colita de los cerdos que yo las cogía cuando los mataban en el monte donde vivía”. ¿Los lienzos? “Eran las yaguas que mi padre recogía de los palmares y acumulaba, con mucho peso encima, para ponerlas lisas y utilizarlas en las paredes de la finquita. Las tonalidades de esas superficies me motivaban a pintar sobre ellas”.

Del caballete cogió una obra y comentó: “cuando este 2000 cumplí los 88 años, en el municipio de Plaza me hicieron un homenaje, y las palabras que allí dije las traduje en formas y colores: me siento como un árbol viejo cuando recibe la lluvia para que siga produciendo”.  En el lienzo pintó un árbol enorme y unas nubes grises que lo riegan con lluvia. El (Jay Matamoros) está debajo del árbol y muchas personas lo aplauden en ese homenaje. Este Premio entonces fue un nuevo aguacero en la vida de Jay Matamoros. El maestro asintió con un leve gesto. Nunca olvidaré a este espontáneo y sincero artista.


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