Shangó de Ima: un suceso extraordinario en la escena nacional


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El Teatro Mella de esta capital y el Teatro Océano, del Centro de Teatro de La Habana,  han unido sus esfuerzos para ofrecernos  en este verano un espectáculo extraordinario: Shangó de ima.

Se trata de la puesta en escena del texto homónimo escrito por el  dramaturgo y director Pepe Carril, uno de los pioneros de la escena de figuras en la Isla y, fundador, junto a los hermanos Carucha y Pepe Camejo, del Teatro Nacional de Guiñol, en marzo de 1963.

De su mano, subió por primera vez a la escena esta obra en noviembre de 1966 y constituyó todo un hito dentro de la vertiente afrocubana que había iniciado Chicherekú en abril de 1964.

Para  participar  en la segunda edición de la Bacanal del Títere para Adultos, que se celebra en La Habana desde el 2012, seleccionó Teatro Océano la referida obra y se planteó una puesta en escena de gran formato, algo no común en la escena de la Isla a partir del llamado período especial, y excepcional en el ámbito de nuestro teatro de figuras.

Shangó de Ima, de Teatro Océano, con puesta en escena a cargo del director Luis   Emilio  Martínez, cerró la programación del evento,  en cuanto a las salas teatrales (existió otra programación para el Cabaret Titiritero), a solicitud de la  propia compañía que procuraba contar con el mayor tiempo posible para  tener listo un espectáculo complejo que participaba en carácter de estreno.  La calidad del programa general  de esta segunda edición de la Bacanal fue tal que cualquiera de los espectáculos participantes hubieran podido dar un gran cierre al cónclave, pero  este Shangó de Ima resultó el cierre perfecto por su significación dentro del repertorio clásico del Teatro Nacional de Guiñol en su época dorada (1963-1970), por su audaz y contemporánea puesta en escena  y por la majestuosidad y belleza que esta labor de conjunto alcanzó.

Con diseño de muñecos, escenografía y vestuario a cargo de Nilsa Reyos, de acuerdo con la concepción inicial del director, aunque ajustándose en el camino ambos a las posibilidades al alcance, la acción escénica se enmarca en una enorme cámara blanca con seis definidas puertas laterales de acceso al espacio dramático y una enorme  entrada  central, en forma de arco, al fondo , y tiene por protagonistas torsos y cabezas estilizados, con los atributos que definen a cada orisha, que sumados a la altura de cualquier actor promedio alcanzan los dos metros. El cuerpo de los intérpretes se pierde, en ocasiones, tras los tejidos de organza, tul, chantú cristal y  las discretas bandas de tela de color donde se confunden y fusionan figura tallada y anatomía humana. En ocasiones los dioses son animados por tres y hasta por cuatro actores (este último es el caso de Ikú) y algunas figuras pasan de un actor al otro, según  sea la escena, para su animación. La labor del conjunto apoya  incluso las secuencias que son llevadas por dos o por  tres deidades y tiene  una presencia casi constante con tareas precisas, de cierta complejidad, lo que hace que este espectáculo, aún cuando cuente con  sus protagonistas, descanse en el trabajo armónico de toda la compañía.

El lenguaje sonoro de la puesta descansa en las bataleras Olivia Fontela, Dayamí e Iris Pelladito , integrantes del conjunto Batá Show, que pertenece a la Compañía Teatro Océano, con los cantantes Reinery  Feliú y Edgar Zapata, a lo cual se suman los efectos  que produce la sonoridad vocal en vivo que aporta toda la compañía.

La actuación de Asuán Frómeta, como Shangó niño;  la de Nadia Cárdenas, en la infante Oshún  y cualquiera de los que interpretan  a Oyá en esta etapa de la vida , como Darlyn Rivery, Frank Rodríguez, el mismo Asuán o José Louis Bring, están llenas de gracia y ternura. Oshún y Yemayá, en su etapa adultas, a cargo de la propia Nadia y de Lourdes Suárez y Mónica Domínguez, respectivamente, están muy bien defendidas y lo mismo ocurre con la Obba de la novel Darlyn Rivery;  Obbatalá, de Bárbara Perdomo; el Agayú Solá, de Frank Rodríguez; el Olofi, de José Luis Bring; el Ikolé, con su forma de pájaro, de Yoan García; Ikú, que en sus diversas apariciones pasa a ser responsabilidad de Perdomo, Bring, Frómeta y Damir García. Mención aparte merece la actuación especial de Yadira Herrera como Eleggua, por su fuerte presencia en el escenario y la solicitud con la cual enlaza las escenas en los momentos oportunos.

He dejado para el final el Shangó  de Damir García, un actor que he visto crecer  trabajo  tras trabajo en la  compañía y quien, guiado por su exigente director,  obtiene altos momentos en su interpretación de Shangó adulto. Damir no solo cubre con su voz todos los registros emocionales de este Shangó, sino que tal parece que se metamorfosea con la figura que anima, así  es la integración que consigue con ella; el actor literalmente desaparece tras la vestimenta del personaje que le ha sido asignado, y es una belleza cuando danza, con la enorme talla, el baile de la deidad, y resultan instantes  de esplendor y de virtuosismo cada vez que toma en sus brazos los mandos de dos deidades para escenificar los juegos sexuales y la cópula, como en los casos de Shangó con Oshún y, más tarde, con Yemayá; cuando cae herido en la batalla, cuando reposa en el regazo de las mujeres, y , casi al final, cuando cruza el escenario entre tules en movimiento que llegan de un extremo al otro del espacio escénico.

Con placer rememoro otros momentos,  mientras quedo en deuda de gratitud con los afanes y la paciencia de escultor de Luis Emilio: el cruce en diagonal desde el centro al extremo derecho del proscenio, en el enorme escenario, que hace Eleggua  con el ritmo preciso y sin perder, ni por un segundo, paso y compostura; la entrada, impresionante, de Agayú; el encuentro primero entre Shangó niño y Agayú Solá; el cambio de Oshún y Oyá de la infancia a la adultez; la concepción visual y corpórea de Ikú; las entradas a escena de Yemayá en crecientes y preciosos remolinos ; la aparición delicada de Obba, tras la segunda batalla de Shangó con Ogún, y, la salida, luego, cuando se lleva a los ojos su banda color rosa, cual si secara alguna lágrima.

Para Zahirit Córdova, en su función de Productora, el agradecimiento de todos, por su atenta y especial labor de ayudantía en la trasescena.

Para José A.  Rodríguez y Normando Delabat las palmas, pues de 84 movimientos  de luces previstos para la puesta, por un imprevisto con la pizarra de luces del Teatro Mella, hubo que salir a escena con solamente diecinueve —logrados, además,  manualmente—,  los que permitió, a  la altura del montaje técnico del lunes en la mañana,  la referida pizarra. Rodríguez  se echó al hombro la ardua tarea de la iluminación en estas condiciones, mientras Delabat se las agenció para que la puesta se instalara en el acogedor  coliseo capitalino, el cual se encargó de resaltar los valores del espectáculo.

Con Shangó de Ima el Teatro Océano  ha conseguido  uno de sus mejores resultados, teniendo en cuenta, sobre todo, el papel primordial que confiere el concepto de la puesta a la intervención de toda la compañía.  Actores y técnicos han echado todo al fuego, sin miramientos, en aras de este producto colectivo.

Posiblemente, con la excepción de El dragón de oro, presentado luego de 2011 por Teatro de La Luna en el Teatro Mella, desde los finales de los años ochenta y los albores de los noventa   —y pienso concretamente en el Maestro Roberto Blanco—  no se levantaba  en el magno escenario cámara parecida ni se ponía en escena un espectáculo teatral de semejante formato y prestancia.

Ya la puesta se presentó en el Teatro Milanés, de Pinar del Río, con excelente acogida, y ahora se prepara para desplegarse en otros espacios escénicos, mientras aguarda por una segunda ocasión en el Teatro Mella, a solicitud del público que la disfrutó, en fechas más oportunas.


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