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Thelvia Marín Mederos y "La amante japonesa del obispo kamikaze"


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Cultura japonesa, templo budista

Thelvia una vez más nos sorprende y causa admiración con una obra que ensancha el horizonte de la cultura cubana actual: plantea el tema candente de la guerra y la paz. Pero lo más extraordinario es que aborda su nueva novela (Ediciones Extramuros, La Habana, 2014. 183 pp.), desde la historia y cultura japonesas, dando una trascendencia extra nacional, más universal, a la trama en que se desenvuelven sus personajes.

Ante todo y una vez más, rindo homenaje al trabajo tenaz de esta artista multiplicada que es Thelvia Marín: escultora sobresaliente en el formato monumental; pintora de mitos y héroes americanos, canarios…; poetisa que confronta el verso delicado con la ironía de su visión sobre la realidad más íntima o el hecho social vivido; la novelista que es acuciosa investigadora y lo mismo busca su tema y personajes en una prisión, que en lo más intrincado del entrecruce de la ciencia con la mitología (Viaje al Sexto Sol) o en el análisis histórico, cultural y psicológico que nos brinda en La amante japonesa…, ¡como una forma de celebrar su propia vida a los 92 años!

¿Quién se atreve a pensar siquiera en la “inutilidad” de la vejez si conoce a Thelvia y la utilidad virtuosa de sus obras?

Como su fiel lectora solamente, me atrevo a opinar, no a criticar la obra implicada, pues esto último le toca directa e ineludiblemente a otros profesionales en ese campo, a los críticos e historiadores literarios, cuyas valoraciones expertas aún esperamos. Esta es una de sus novelas más conmovedoras y de filo político contemporáneo, que trata, repito, acerca del dilema de la paz y la guerra, o viceversa, desentrañando hasta una gran profundidad el sentido de esos dos términos en la historia cultural de la especie humana.

Especial trascendencia histórica, además de literaria, alcanza el texto por surgir precisamente en el continente que abarca América Latina y el Caribe, en el año 2014, exactamente cuando se ha autoproclamado “Zona de Paz” gracias a los esfuerzos políticos conjuntos que fomentan la integración de Nuestra América, con el auspicio de la Comunidad Económica Latinoamericana y Caribeña (Celac).  

Otro acierto que le anoto a Thelvia es el de transformar la base testimonial de su novela —ella conoció directamente a la protagonista japonesa durante años— en un acontecimiento que aporta mucho más que la experiencia individual femenina: desafía los prejuicios, desafueros e injusticias de toda índole, generalmente llevados a cabo impunemente contra la mitad femenina de la humanidad. El mayor de todos es la guerra.

El suceso fundamental sobre el que gira la historia es el lanzamiento de la bomba atómica en la ciudad de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, y sus horrorosas consecuencias sobre el pueblo nipón. Pocos días después se repitió otra bomba genocida sobre Nagasaki. La heroína de la novela, Terube-San, da fe del hecho:

Yo estaba en el hospital [era enfermera militar] y aún hoy no soy capaz de expresar mi reacción ante un suceso tan cruel, sin sentir en lo más hondo de mi ser la espantosa impresión de tanta ignominia y tanta destrucción que rodeó mi vida a partir de aquel nefasto instante. En ese momento comprendí en toda su magnitud el verdadero significado que en Japón tenía el “Valle de las tinieblas”: ese no era un lugar sino el nombre que se le daba a la guerra, en aquellos años aciagos. (P. 53.)

Para ella el resultado de aquella embestida deshumanizada es la pérdida de su embarazo y una histerectomía que la esteriliza para siempre, ¡a causa de la cantidad de radiaciones padecidas!

Ese hecho marcará el resto de su existencia, sus relaciones con el aviador kamikaze que es su gran amor (Seiji) progenitor de la hija o hijo asesinado; así como le impedirá la cabal comprensión del mundo injusto que la oprime. “Justicia” es un concepto clave en la novela, el cual Terube continuamente intenta descifrar.

En la vida de Seiji también sucederá un cambio brusco, extraordinario. Aunque físicamente sobrevive, incluso a su intento de suicidio  —pasmosamente ¡gracias a una visión milagrosa de la virgen María!—, se convertirá en un fervoroso creyente católico, destinado a adiestrarse teológicamente en Italia para después ejercer como cura misionero en el Japón natal; allí llegará a ser obispo.

La importante e inesperada metamorfosis que tiene lugar en la mente del ex aviador kamikaze, especialmente en su identidad, sus valores éticos y religiosos, se analiza por Terube desde diversos ángulos, todos vinculados a la identidad cultural japonesa.

Ella se ama y respeta como japonesa, e intentará conservar su esencia, a pesar de los diversos escenarios en que la ubica el desarrollo del drama: Italia, en busca de Seiji; Ginebra; Alemania del Este (la ex República Democrática Alemana); Alemania del Oeste; Cuba… hasta su vuelta a Japón.

Las experiencias del personaje femenino siempre están enmarcadas por los principios de la educación recibida en Japón, a partir de su género; ella debe respetar y obedecer al hombre (genéricamente entendido), sin interferir en ninguna de sus decisiones. Existe para dar placer e hijos.

Por otro lado, Terube posee sensibilidad artística, es pianista; ha sido educada en una familia tradicional, de la elite nacional, y sus conocimientos y habilidades se reforzarán a lo largo de su estancia en Italia y Alemania del Este. Tal vez es su vida profesional en el arte lo que más la apoya, le permite reflexionar sobre sí misma y rebelarse contra lo opuesto a la justicia.

Su rebelión es contra el “hombre distinto” que descubre en Seiji (cuando lo halla es un seminarista católico, pero todavía la ama). Después de renunciar a los hábitos monásticos por ella, no logra zanjar con valentía el compromiso con sus mentores (quienes lo persiguen y devuelven a la vida religiosa); ella entonces se expresa abiertamente: “He perdido la confianza en Seiji. Él no supo ser lo suficiente hombre para defenderme, ni lo suficientemente valiente para respetar nuestras tradiciones”.

De aquí una ruptura inevitable, que dará lugar a otro personaje masculino, Walter, filósofo político alemán y su acompañante amatorio en Alemania del Este por más de veinte años. Él la inclinará hacia las ideas comunistas, a las cuales Terube se afiliará. Aunque, nuevas y terribles experiencias determinarán la renuncia a su militancia, en otro momento crítico de su evolución vital.

No es mi intención, ni de lejos, contar una obra de la complejidad y riqueza dramática de esta; de ella puede sentirse satisfecha una buena autora, o autor, de literatura.

Únicamente he mostrado en mis pobres pinceladas, la hondura en que nos sumergimos al practicar su lectura.

Encomio la imaginación y destreza de Thelvia como la notable escritora que es. Y me parece pertinente recomendar que pronto una segunda edición —mucho más cuidadosa que la primera— sea objeto de interés de parte de una editorial nacional (que podría ser tanto de la UNEAC como Letras Cubanas o Arte y Literatura del Instituto Cubano del Libro). Precisamente para hacer toda la justicia que merece el aporte invaluable que ha hecho su autora a la cultura cubana.


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