Un nuevo abril nos vuelve a convocar


un-nuevo-abril-nos-vuelve-a-convocar

Fue en el 2013 cuando, al acercarse la fecha dedicada a nuestro idioma, escribí emocionada: “ˋEn un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor…ˊ, así comienza El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, obra trascendental de la literatura universal escrita por Miguel de Cervantes y Saavedra, uno de los grandes creadores del Siglo de Oro español, que nació en 1547 y murió el 23 de abril de 1616”. Por hermosas coincidencias históricas ―aclaré a mis lectores― en esta fecha se tienen en cuenta otros dos importantes acontecimientos, los fallecimientos de Wiliam Shakespeare y del Inca Garcilaso de la Vega.

En fin, la Organización de Naciones Unidas escogió el 23 de abril para conmemorar el Día del Idioma que nos une y que legó a la humanidad grandes tesoros literarios.

La distinguida profesora e intelectual cubana, Mirtha Aguirre, con su aguda capacidad crítica y reflexiva decía: “Es indudable que, al escribir su gran novela, Cervantes tuvo el propósito de crear la epopeya moderna y de impulsar la épica en prosa… donó a España lo que constituye su primer patrimonio de veras nacional”.

Un año después de fundada la Real Academia en 1713, se establecieron sus estatutos y, más adelante, se fueron creando las Academias en otros países de habla española.

En Cuba, la Academia de la Lengua se creó en mayo de 1926, y fue su primer director el sabio cubano Enrique José Varona, quien fuera un estudioso de la obra de Cervantes. En una conferencia pronunciada en el Nuevo Liceo de La Habana la noche del 23 de abril de 1883, nos advertía:

“A tanto ha llegado Cervantes, y fácil es demostrarlo. Conoce maravillosamente su pueblo y lo pinta; es un hombre de su época y la estudia; escribe con todo el desembarazo del genio su lengua nativa, prodiga a manos llenas los modismos, no se para en las incorrecciones y, sin embargo, hoy como entonces, en inglés o en ruso (ahora diríamos en todos los idiomas), como en castellano, su obra inmortal es deleite y enseñanza y pasmo de los hombres por el mero hecho de ser hombres”.

Para nuestro Alejo Carpentier, no tuvo España mejor embajador a lo largo de los siglos, que Don Quijote de la Mancha, y para el gran Medardo Vitier, el espíritu cervantino acoge toda la diversidad de sesgos humanos con que España asombra al mundo.

Un 23 de abril, pero de 1978, nuestra insigne poetisa Dulce María Loynaz, a la que también recordamos por su fallecimiento en este mes de abril, hablaba del idioma español y lo comparaba con un río:

“Así como tantas veces el río al nacer sólo parece una madeja de hilos de agua y luego el agua va creciendo, nutriéndose de nuevas aguas, las que se precipitan en las lluvias, las que descienden de las nevadas cumbres o la embocan en su trayecto de afluentes hasta convertirse en cadenciosa masa líquida, así nuestro caudaloso idioma, pasó por la maravilla de la naturaleza, sólo que la pasó, a través del hombre”.

Dulce María también nos recordó que el idioma nuestro surgió hace más de mil años. Es obra de todos, y los escritores se sirvieron con maestría del habla popular, y nunca dejó de advertirnos que había que cuidarlo por ser nuestro más legítimo patrimonio y que, por pertenecernos, todos estamos en el deber y el derecho de defenderlo. No debemos enturbiar ese río con lo que ella llamó “el vocablo torpe o la expresión soez, si no era, por supuesto, por una fundamentada razón literaria”.

Sería interesante destacar en esta oportunidad que en el siglo XII el Poema del Mio Cid, y el Auto de los Reyes Magos constituyen, aunque muy tempranas, dos obras maestras de la literatura, y en el Siglo de Oro, figuras como Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Quevedo, Góngora y don Miguel de Cervantes y Saavedra abrieron monumentalmente el cauce del río, demostrando que nuestra lengua iba a alcanzar un porvenir seguro y pleno.

Ahora nuestro idioma, como diría Dulce María, es un río sagrado. Es la segunda lengua más hablada en el mundo, esa lengua que llegó a nuestras tierras de América a través de los viajes de Colón y de la conquista de América. Como los españoles se encontraron diversidad de lenguas indígenas en nuestro continente, prefirieron imponer la lengua del conquistador. Pero les fue imposible evitar que en el idioma quedaran palabras y cosas nuevas de los nativos americanos que también tenían sus culturas, sus costumbres y sus variedades regionales, que la vida y la historia tuvieron, en muchos casos, que mantener.

Desde el siglo XVI hasta nuestros días, el castellano se ha ido enriqueciendo por las aportaciones de otras lenguas. En resumen, en su diversidad está la riqueza de nuestro idioma. Nuestra lengua es propiedad de todos. Siguió creciendo con la Revolución industrial del siglo XIX. Después, en el siglo XX, se utiliza masivamente por los medios de comunicación, los cuales acercaron y contagiaron vocablos y expresiones que hasta ese momento eran exclusivos de unos y de otros.

El destino de una lengua no está solo en su valor cultural, sino en su valor político.

Hispanoamérica, en este siglo XXI, es un mundo en evolución, de gran potencia demográfica y riquezas naturales. Nuevas tecnologías de la información abren amplios y complejos horizontes. Hispanoamérica se enfrenta a serios desafíos. Seguiremos la tendencia imaginativa, novedosa de no corromper la pureza del idioma, sino darle vida, hacerlo crecer, trascender, darle color, música, energía. Como decía Valle Inclán: “...las palabras son corazones vivos y no relicarios”.

El mundo actual ha avanzado vertiginosamente y, de acuerdo con él, la palabra hablada y escrita. Sancho y Rocinante siempre acompañarán al ingenioso hidalgo, Dulcinea le despertará las mejores ilusiones, los elementos maravillosos que lo llevan al encantamiento se multiplicarán y volverán a sentirse aquellas palabras del escudero ante el lecho del moribundo:

―¡Ay!, respondió Sancho llorando, no se muera vuesa merced señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire, no sea perezoso sino levántese de esa cama y vámonos al campo vestidos de pastores como tenemos concertado…”.

Nuestros más jóvenes lectores deben conocer que Dulce María Loynaz fue fiel defensora de la Lengua Española. El mismo año en que le otorgaron el Premio Cervantes, los miembros de la Real Academia Española, en Valladolid, firmaron un documento en defensa de nuestro idioma y se incluyó la firma de Dulce María y de los otros Premios Cervantes que se mantenían vivos.

Es importante recordar que, desde 1959, la Loynaz fue elegida miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua y, en 1968, miembro correspondiente de la Real Academia Española.

Diversos reconocimientos de las asociaciones españolas en Cuba distinguen su obra, sobre todo de las Islas Canarias, esas tierras que siempre agradecieron su libro Un verano en Tenerife, publicado en Madrid en 1958.

Un poco antes de morir, la Embajada de España le ofreció un homenaje por conmemorarse el aniversario cuarenta y cinco de la publicación de Jardín. Fue su última salida pública.

Es Dulce María una de las más distinguidas creadoras de la poesía cubana e hispanoamericana.

España no la olvida. Todavía se editan y reeditan sus libros y los de otros autores que reflejan su vida y su obra.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte