Una canica azul, una maceta…


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Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre

tierra, la cual nos sostiene y gobierna, y produce diversos

frutos con coloridas flores y hierbas.

San Francisco de Asís

 

Hoy puede ser cualquier día, no importa cual: cualquier día puede ser el indicado para imaginar.

Imaginemos que ha comenzado a tañer la Campana de la Paz desde la Sede de las Naciones Unidas. Sin importar el lugar donde nos encontremos, la escuchamos: imaginemos, sin importar día o lugar.

Imaginemos que se han borrado las fronteras, que los mares han olvidado su destino de dividirnos y solo recuerdan que están ahí para unirnos, ola por ola.

Imaginemos que todos juntos estamos imaginando: está llamando la Campana de la Paz: hoy —cualquier hoy— es el Día de la Madre Tierra.

Solo imaginemos que, por un día al menos, todos juntos haremos algo a favor de la Madre Tierra, una sola acción, aunque sea una así de pequeñita, para salvar esta gran Canica Azul, hermosa y frágil, que flota en el espacio.

Entonces, abramos los ojos, miremos en derredor, y nos daremos cuenta, de pronto, casi con sorpresa, de todo el tiempo que hemos invertido en dañar nuestro único medio de sustento.

Solo entonces podremos entender por qué, en las Naciones Unidas, repica la Campana de la Paz en honor a la Madre Tierra, concepto que en los últimos tiempos trascendió la mitología: Naciones Unidas, a través de la Resolución 63/278 de la Asamblea General, reconoce la Madre Tierra como una expresión común utilizada para referirse al planeta Tierra en diversos países y regiones, lo que demuestra la interdependencia existente entre los seres humanos, las demás especies vivas y el planeta que todos habitamos.

Madre Tierra más allá de deificaciones se ha entretejido en el vivir cotidiano y en el mundo de las resoluciones internacionales.

Madre porque es la personificación de la Tierra, porque la tierra es madre de toda vida que en ella crezca. Fue Gaia para los griegos y Umai para los turcos. Amalur de los vascos. Atabey de los tainos…

Esa es la nuestra, o mejor la que debió ser nuestra y que perdimos en el largo y difícil proceso de mestizaje que comenzó con la colonización y terminó convirtiéndonos en un ajiaco cultural. Hoy solo nos queda Orishaoko, encerrado en apretados límites religiosos que no ha podido trascender, no tiene festivales, no bailamos en su honor y —para peor— solo muy pocos conocen.

Muchos países del mundo, cada cual de acuerdo a su cultura, cada uno con su tradición a cuestas, celebra y agradece los frutos de la tierra. Fechas distintas, diferentes bailes, disímiles ofrendas: gracias por estos frutos, gracias por esta vida.

Celebrar, agradecer, cuidar la tierra, es una forma de sumarnos a esa declaración de principios y propuestas promovida por las Naciones Unidas que se conoce como Carta de la Tierra. Sembrar un árbol es firmar la Carta, es aceptarla: La Tierra, nuestro hogar, está viva con una comunidad singular de vida.

Comunidad de vida. Madre Tierra es siempre Madre Tierra, no importa donde estemos. En comunidad celebremos con Ñuke Mapu de los mapuches, con la Pachamama de los quechuas y los aimaras… Encontremos en ellas nuestra Atabey.

Ñuke Mapu es más que tierra de sembradíos y frutos, más que planeta —más que la Canica: es cosmovisión de un pueblo, más de un millón de personas, que viven en contacto con la naturaleza, que saludan y agradecen bailando en los claros del bosque, rodeados de canelos.

Y la Pachamama, cantada, bailada, reverenciada…

El argentino Carnaval de Humahuaca, mestizaje de festividad española con rituales nativos destinados a celebrar la fecundidad de la tierra y a honrar a la deidad de la Madre Tierra por los bienes recibidos, que se celebra en Jujuy, considerada la Capital Nacional de la Pachamama. Se bailan carnavalitos, se comen empanadas y queso de cabra, se bebe chicha… Lo mejor está en el pequeño poblado de Tilcara, muestra viviente de la milenaria cultura omaguaca, situado en el corazón de la Quebrada de Humahuaca, Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad.

El sincretismo, manifestación del resultado final de la gran mezcla cultural americana. Ahí está, en Puno, capital folklórica de Perú, con la más grande fiesta patronal del país, en homenaje a la Virgen de la Candelaria, Patrona del lugar. Se trata de una manifestación de una conciliación mística que vincula la fe católica y la religiosidad andina. El festejo a la virgen se asocia al cortejo a la Madre Tierra. Esta Festividad es Patrimonio Cultural de la Nación, por ser una expresión de las manifestaciones tradicionales de la cultura viva que caracteriza a las comunidades asentadas en la sierra sur del Perú.

La Candelaria boliviana, la Virgen del Socavón, con la diablada tradicional y el Carnaval de Oruro, Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. O la Fiesta de Jesús del Gran Poder que se celebra en La Paz, en agradecimiento a la tierra por los frutos que de ella recibimos. Se realizan ofrendas y ritos, se bebe chicha y se convida a la Pachamama vertiéndola en el suelo.

Y en Chile, en Visviri, en la región de Arica y Pirinacota, se celebra la Ceremonia del Floreo, en agradecimiento a la Pachamama por la temporada anterior.

También Colombia con el Carnaval de Negros y Blancos, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, de origen indígena, que guarda reminiscencia de los rituales efectuados por los Pastos y los Quillacingas, de culturas agrarias. Y ya en Colombia hay que ir a Anolaima la capital frutera del país: en la celebración del Corpus Christi los campesinos elaboran arcos de frutas en acción de gracias por la fertilidad de sus tierras. Se escogen los mejores productos para adornar el arco familiar para que sea el mejor, tradición que se transmite de generación en generación.

Chichicastenango, en Guatemala, celebra a Santo Tomás Apóstol, en el solsticio de invierno que en el calendario quiché está vinculado con el Sol y un principio de adoración maya a la tierra.

O Paraguay y el Día de la Cruz, que en guaraní se dice Kurusú Ara, con el árbol o gruta del laurel y las chipas, de harina de mandioca o de maíz: elementos de la madre tierra que simbolizan el culto a la fertilidad y a la vida.

El Carnaval de San Pedro Guaranda, Patrimonio Cultural del Ecuador, que se festeja en honor a la siembra y a la fertilidad de las tierras, para recibir bendiciones que permitan buena cosecha, y donde se bebe el pájaro azul, destilado de azúcar de caña.

Pienso en el Informe Brundtland de 1987: Pedimos prestado capital ambiental a las futuras generaciones sin intención ni posibilidad de reintegrárselo… Y me digo: debemos celebrar la Madre Tierra pensando en el futuro mientras le echamos un traguito de ron a la tierra, aunque sea en el patio, o en el jardín.

Sí, porque las ciudades se han tragado la tierra y entonces ¿cómo celebrar? Pues muy fácil: adoptemos el Día Internacional de la Maceta, que coincide con el de la Madre Tierra, pensando precisamente en esos lugares saturados de hormigón y cristales.

Y al igual que con el Día de la Tierra, imaginemos que es cualquier día, no importa donde estemos: sembremos en macetas, regalémonos macetas floridas, intercambiemos y compartamos el bien común: la vida en esta Canica Azul que flota frágil en el espacio.

Imaginemos, repito, que hoy, cualquier hoy, es el Día de la Madre Tierra.  Entonces, intentemos todos, individual y colectivamente, adoptar una forma de vivir basada en la solidaridad y la sostenibilidad, la tolerancia, la paz, el compromiso, la cooperación.

Recordemos que todos los aspectos de la vida están entrelazados, y que es imprescindible una visión de conjunto, amplia, fraternal y solidaria, de la ecología y la sostenibilidad. Todos somos uno.

Pensemos en las palabras del santito de Asís: la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna, y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas


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