Verdades adentro


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Cuba es un país pródigo en músicas y músicos. Así ha sido desde hace al menos dos siglos y parece que llegaremos al medio milenio del sonido cubano; y me gustaría estar presente cuando ocurra tan disfrutable jolgorio. Lástima no llamarme Matusalen; aunque de ser cierto el asunto de las otras vidas y la transmigración de las almas, entonces estaré presente y podré disfrutarlo con algunos amigos y otros que ya habitan en el oriente y sentaron las bases de esta historia sonora.

Esa capacidad de convertir los panes y peces en músicos y ritmos diversos es la que ha permitido que cuando el fantasma de la crisis ronde al sistema musical cubano, este pueda regenerarse y salir airoso. Por ello no me avergüenza confesar que mi primera impresión acerca de la música de “El niño y la verdad”; estuviera marcado por una total desconfianza y no es para menos; pues por años he visto nacer, crecer y morir, proyectos musicales en los que frases como “... defender la música cubana y todos sus géneros… es música tradicional cubana pero con nuevos timbres y actualizaciones contemporáneas…” y un largo etcétera de clichés han sido la zanahoria con la que se nos ha pretendido conquistar y con el paso del tiempo las frases, los temas, las buenas intenciones y el espíritu renovador se han quedado en el camino y en el olvido, cual misceláneas de la contemporaneidad.

Emilio, “El niño”, venía de haber definido un timbre y un estilo por cerca de un lustro en la orquesta Revé, y su voz había marcado una parte importante de los éxitos de esa agrupación musical con una larga data histórica; por tal motivo dejar ese lastre sonoro parecía tarea titánica y encontrar un sello musical propio —que no es lo mismo que original— podía demorar, máxime cuando en los últimos tiempos casi es imposible definir cuál orquesta es la que suena por el proverbial parecido sonoro que las define.

Así las cosas llegó la hora en que debí enfrentarme a su música y no fue desde la soledad del que escucha un disco pasivamente; para nada. Fue bajo el embrujo de los bailadores y entonces comprendí su verdad y porque había en su trabajo al menos tres detalles que lo singularizaban en estos tiempos.

Primero: sus condiciones naturales de sonero y aquí me permito hacer una pausa en mi verbigracia escrita. Entendamos que el cantante sonero del siglo XXI no tiene por qué ser imitador o seguidor a ultranza de quienes le precedieron en el género; entonces se podrá deducir, que no es lo mismo que perdonar o voltear la cabeza; porque motivo hay en el panorama musical cubano algunos soneros notables y otros no tan notables y que tristemente no haya un estilo que prime o un patrón contemporáneo digno de imitar.

En pocas palabras, no se le puede pedir al Niño (caso que nos ocupa) que cante con los giros o el swing de Orlando “Cascarita” Guerra, o de Miguelito Cuní, o de Marcelino Valdés o de Rudy Calzado, incluso de Amado  Borcela, conocido como “Guapacha”; por citar algunos nombres imprescindibles de la historia del son. Él tiene su propia manera de decir que responde a las interinfluencias de su tiempo y espacio vital y honestamente sabe dar uso al elemento rumbero, algo consustancial al sonero habanero. Lo que lo convierte en un cantante inhabitual en estos tiempos donde todos quieren decir al estilo neoyorquino o con los melismas del R&B creo que se trata de autenticidad, algo de lo que estamos careciendo.

Segundo elemento a su favor: un buen director musical y/o arreglista; y aquí apostó por la tradición familiar y por un nombre necesario a la hora de hablar de la música popular cubana de los últimos cincuenta años: Pachi Naranjo, lo que esta vez se trata del hijo.

Aquí se cumple aquello del palo y la astilla. Si el padre marcó una época y un estilo; el hijo viene demostrando que aprendió bien, no solo las lecciones teóricas, sino que asimiló toda la información humana que rodea a su padre y a la Original de Manzanillo.

Pachi Jr., como se le conoce, además de su frescura como ejecutante está definiendo un estilo de hacer hoy la música bailable sin necesidad de hablar de contemporaneidad y esas veleidades mediáticas que aburren (Nicolás Guillén las llamaría “… pura porquería…); fundiendo el modo de hacer de los pianistas del oriente del país; donde no solo brilla su padre, aunque es el más conocido; y todo el mainstream que pulula en la ciudad capital. Algo bueno saldrá de ahí.

Pachi Jr. ha cerrado filas con el talento de Junior Ortega para lograr una combinación tímbrica agradable y que trae aires frescos a lo bailable.

Tercero: un buen repertorio. Uno de los grandes problemas que hoy no ha podido solucionar la música popular bailable cubana, fundamentalmente, es el concerniente al repertorio de las orquestas. Y es que no todo lo que se escribe puede o debe ser cantado, y aquí es donde comienza a complicarse la relación entre “Genaro y su mula”.

Por años ha habido voces que han apelado a que la música popular bailable debe nutrirse de textos inteligentes —no toda la poesía de Cesar Vallejo sirve para mover el esqueleto—ignorando que la inteligencia no está en el uso de imágenes rebuscadas y si en el hecho de contar una historia; asignatura que muchos de nuestros compositores hoy desconocen. Del otro lado está el lodazal que cubre la memoria de compositores pretéritos a los que se acusa de ser padre del desastre que a veces se canta y se populariza en Cuba.

Lo real es que se puede lograr un buen repertorio sin hacer determinadas concesiones y hasta el presente el Niño y su orquesta lo ha conseguido, tanto que hasta se atreven a hacer un bolero para matizar el baile; algo a lo que temen el resto de las agrupaciones bailables en su gran mayoría. Este detalle hace menos aburrida sus presentaciones y permite al público sentirse más relajado.

Por otro lado están los dividendos del tema derechos autorales, lo que más que incentivo es una trampa donde además de liebres caen zorrillos y otras presas de poco valor.

Hasta aquí este recuento de bondades; solo queda definir “la verdad”, que así ha llamado a su orquesta y a su primera producción discográfica.

Para ellos (el Niño, Pachi y Junior) la verdad está en su trabajo encaminado a dignificar el son desde la impronta de su tiempo vital y de alguna manera parecen, hasta el presente, conseguir ese distinto del que hacen gala públicamente. Mas me pregunto hasta qué punto el torrente social que rodea a la música hoy les permitirá ser coherentes y consecuente con su definición conceptual.

La verdad de por sí es abstracta y se nombra de acuerdo a quien la esgrima, por lo que cada uno tiene su propia verdad;  para estos músicos es una puerta por la que pretende pasar y nos invitan a una travesía musical sin retorno; solo me pregunto: valdrá la pena cruzarla… al regreso les cuento.


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