«Virgilio es inmortal»


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Fotos: Cortesía de la autora.

Un extraordinario tributo a Virgilio Piñera tuvo lugar en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), en el cual los participantes que colmaron la sala Villena coincidieron en que «Virgilio es inmortal».

El encuentro, organizado por las asociaciones de Escritores, Artes Escénicas y Música, tuvo como motivo el 40 aniversario del fallecimiento del venerado escritor cubano, Premio Casa de las Américas del año 1968 por su obra dramática Dos viejos pánicos, e inició con la proyección de un breve material audiovisual que evoca la vida y obra de Virgilio y su legado intelectual, imprescindible aporte a la cultura cubana y latinoamericana.

Alberto Marrero, presidente de la Asociación de Escritores de la Uneac, dio lectura a continuación a un texto titulado «El ascenso de Virgilio», que recuerda los momentos postreros del escritor y refiere instantes de su vida y lo caracteriza:

«Un largo tiempo de miedos, miserias e incomprensiones lo llevaron a un estado de radiante escepticismo o tal vez a un optimismo suspicaz (…) hombre controversial de agudas provocaciones e ironías hilarantes (…) fiel a sí mismo sin sonrojarse, sin pedirle excusas a nadie, con una profunda vocación humanista, dejó una traza en la literatura cubana, latinoamericana y universal que nadie podrá borrar».

Marrero aseguró que este tributo tiene por intención demostrar que la obra de Piñera requiere estudios mayores; «la osadía de haber penetrado como pocos en la condición humana no debe pasar inadvertida para los nuevos lectores y creadores», advirtió.

Un panel  de conocedores de la obra virgiliana, revisitó los valores y peculiaridades de su producción escrita; el Premio Nacional de Literatura Antón Arrufat, se refirió a su lírica; el narrador y ensayista Alberto Garrandés a su narrativa; el teatrólogo Omar Valiño a su dramaturgia, y el investigador Pablo Arguelles a su producción crítico- ensayística.

Arrufat, amigo entrañable del homenajeado, comentó que este tuvo una relación muy singular e intensa con la poesía, gran parte de la cual escribió durante su estancia en Camagüey y cuyo primer cuaderno publicó en el año 1941 del pasado siglo, en La Habana.

Evocó entonces, momentos en que juntos compartieron con la poesía, y con la ciudad, y también el poema «Carga», en el que el autor ubica la figura del pintor cubano René Portocarrero, el estremecedor «Vida de Flora», o la oda mayor «La Isla en peso», respecto a la cual expresó: «pocas veces, tal vez ninguna, la poesía cubana de su momento ha ido tan lejos en el uso de ciertas imágenes, de ciertas palabras escritas con plena libertad», y más adelante recalcó, «su poesía nunca es complaciente y él es siempre el eterno insumiso».

Opinó a la par que los procedimientos de su escritura poética son tan marginales como su persona; «su marginalidad fue en parte voluntaria y casi estratégica, un ponerse al margen, no un quedar simplemente excluido».

Explicó que durante la última etapa de su vida no escribió poemas aislados, trabajó con la mayor concentración, en silencio y en la sombra como le gustaba estar, en su libro de poesía Una broma colosal, que apareció entre sus papeles póstumos y en el cual se aprecia que «se instala en su obra como creador supremo de algo decisivo para el hombre, es el descifrador de la irrealidad, su escritura a pesar de los diversos géneros que empleó y de cuyas fronteras a veces desaparecen se cierra en una síntesis de plena sabiduría», sentenció.

Cerró su intervención Arrufat aseverando:

«No solo es Virgilio Piñera el narrador y el dramaturgo que conocemos más eficientemente que de lo que creemos o suponemos, sino un altísimo poeta, uno de los grandes poetas latinoamericanos; de la llamada Generación de Orígenes, Lezama Lima y él constituyen las mentalidades más originalesy resulta curioso que quien, como Piñera, apenas publicó su poesía, la refugió en la sombra y quizás murió dudando de su valor, aparezca hoy y para siempre equiparado al gran poeta».

En cuanto a la obra narrativa de Piñera, Garrandés estableció un vínculo entre su personalidad creadora y su ética en tanto escritor, «en su huella como contador de historias», dijo,y recordó las condiciones en que escribió en los últimos años de su vida, silenciado y sin poder publicar sus obras.

En su texto aludió a novelas como La carne de René, Pequeñas maniobras, Presiones y diamantes, El silencio y Los caballeros oscuros y catalogó a Piñera como «un sobreviviente de la pobreza, de la homosexualidad y de la riesgosa entrega al arte; se trata justamente de eso: un escritor fortificado, amurallado, fortalecido en esa idea y que estaba como preparándose para el futuro».

Igualmente confesó que siempre le ha visto «como ese sujeto que construye tenazmente su yo; que levanta su yo, como en un viaje encarnizado dentro de su escritura, a la libertad intelectual y a la identidad literaria, a lo deliberado de una personalidad creadora».

Seguidamente señaló como denominador común de la actitud humana de los personajes de Piñera «escapar, desbandarse, por miedo, pero también por aversión; huir, desertar, escabullirse, ocultarse y desparecer de todo, excepto de la literatura, y que el denominador común de su estilo, objetivismo, austeridad, ausencia de lo sentimental, una suerte de estoicismo impasible, impersonalización, y preeminencia del detalle».

Por su parte Omar Valiño resaltó la importancia de recordar de esta manera pública y legitimadora a Piñera, pues debe ser conocido por todas las generaciones de cubanos por ser un enorme escritor; «a nivel estrictamente individual admiro mucho su obra y a Virgilio, a quien no conocí; me parece de una consecuencia suprema en sus altares y sus abismos», reveló.

Asimismo ratificó que por su producción teatral trasciende como un fundador; «Piñera miró allí donde habitualmente no se miraba y donde costaba que otros pudieran reconocerse (…) trató siempre de definirnos, a la humanidad, pero también a nuestra humanidad cubana, lo devolvió en un conjunto de imágenes que no son absolutamente habituales y lo empezó a hacer desde principios de los años cuarenta».

Valoró después a Electra Garrigó, esa parodia del mundo griego, como cimiento sobre el que se alza la modernidad teatral cubana del siglo XX, la más atrevida y despiadada definición sobre la madre cubana que se ha escrito en la literatura cubana, y llamó la atención de una huella camagüeyana en la misma.

Consideró Aire frío singular dentro de su producción por ser autobiográfica, un monumento nacional que describe con mirada aguda la familia cubana y donde ya están prefigurados los paradigmas de creación del teatro cubano contemporáneo, «existe una desdramatización y una desteatralización que hacen que Virgilio se adelante como dramaturgo mucho a su tiempo».

Acerca de Dos viejos pánicos y su tema de la vejez y la muerte, subrayó la visión de lo real, importante característica de la poética de este autor y de tanta actualidad en la literatura universal contemporánea. «Virgilio no es un dramaturgo de la máscara, es un escritor de lo real y por eso es tan auténtico porque es un escritor de sangre, no de palabras (...) Virgilio se parece mucho menos a nuestro deber ser que a lo que somos, esa es su extraordinaria ventaja como escritor».

Pablo Arguelles examinó de manera general el accionar de Piñera en la crítica y el ensayo, y, afirmó: «su escritura constituye un mundo desarrollado mediante géneros diversos que se comunican e iluminan entre sí, se mezclan y contactan».

Luego, para gran conmoción de los presentes, importantes actores y actrices, bajo la dirección de Doris Gutiérrez, realizaron una presentación cuyo protagonista fue Virgilio, encarnado por el actor Waldo Franco, y en la cual se estableció una relación entre el mismo y los personajes de sus obras, interpretados por algunos artistas que los han inmortalizado en el teatro como es el caso de Verónica Lynn, Miriam Learra y Natacha Díaz, en Aire Frío, acompañadas también de Mónica Guffanti, Amada Morado, Nelson Rodríguez, Paula Alí, Alberto González, Liliana Lam, Roberto Gacio, Katia Caso, Carlos Tetro y Cirita Santana.

Como colofón a este homenaje, tres jóvenes pianistas, Javier Iha, Abel González Lescay y Ernesto Oliva, alumnos del reconocido instrumentista y compositor Juanito Piñera, sobrino de Virgilio, interpretaron piezas compuestas por estos e inspiradas en poemas del trascendental intelectual cubano fallecido el 18 de octubre de 1979 en La Habana que tanto amó.


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