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Volver a La Habana: nunca mejor dicho


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Volver a la vieja iglesia donde el Teatro Buendía nos ha regalado sus mejores espectáculos es, para muchos, ya un acto que mezcla numerosas emociones. Allí perviven los recuerdos de Lila, la mariposa, Las perlas de tu boca, La cándida Eréndira o Charenton, dirigidos por Flora Lauten con el grupo de jóvenes que se fueron sumando a ese golpe de aire fresco que desde 1986 ella instaló en la escena de la Isla, luchando contra prejuicios estéticos y de otros muchos tipos en lo que, finalmente, la memoria del Buendía ha salido triunfante. El 16 FTH se ha dedicado a esta agrupación, y ello implica recuperar los rostros de la numerosa galería de los que han sido la familia teatral del Buendía, tomando el apellido que salta en la más célebre novela de García Márquez para confirmarse ante nosotros como un espacio de invención del cual han brotado algunos de nuestros mejores actores, actrices, directores y directoras.

La novedad de la puesta que nos llevó a Loma y 39 radica en que ha sido dirigida por Flora Lauten y su hija, Lilliam Vega, líder de El Ingenio, grupo con el cual en Miami persiste en hacer teatro de arte. El texto está firmado por Raquel Carrió, lo cual nos hace pensar, aunque tal cosa no se anuncie en el programa de mano, en el resultado de un empeño común entre Buendía y El Ingenio, mezclando memorias familiares y teatrales que ya dan una pauta de lo que nos propone Volver a La Habana. Lo mejor del espectáculo está ya avizorado en su propio título: lo que veremos es el diálogo que sostienen tres mujeres para las cuales Cuba, y esta capital, es la cifra de mucho de sus biografías. Gertrudis, una abogada que dejó la Isla con solo 6 años, regresa por vez primera para entregar una carta a María, que fuera actriz de un grupo (el Buendía mismo, según las fotografías y la descripción que se hace de tal compañía sin nombrarla), y para dar a  Camila, un “espíritu libre”, el dinero necesario para que se vaya a los Estados Unidos. La escena muestra tres zonas, por donde transitarán las actrices, y tres bandas de tela blanca en las que se proyectan imágenes: un vitral de Amelia, fotos de espectáculos, retratos familiares, la bandera cubana, el amanecer desde el malecón. Forma parte de esa larga serie de espectáculos anclados en la memoria, en la nostalgia, en el exilio, en las contradicciones que este país desata a partir de su historia reciente, del cruce a ratos amargo y a ratos dulce de su tradición, su presente, sus preguntas hacia el futuro. Sencillo y sobrio, con una banda sonora que acude a piezas diversas para también despertar la memoria desde esas evocaciones, Volver a La Habana complace desde la conciencia elegante de sus límites, y apela al espectador para que lo que cuentan estas mujeres nos recuerde a un familiar, a un amigo, alguien vivo o muerto que también nos hace pensar en La Habana.

Rosa Monteagudo, Susana Pérez y Lilliam Vega son María, Gertrudis y Camila. Nunca mejor dicho, gracias a esta puesta, ellas regresan a la capital de Cuba. Rosa aprovecha los matices de su rol, y de esa actriz devenida en camarera del Hotel Ambos Mundos, que habla con una fotografía de Hemingway, extrae dosis de humor y dramatismo que el público agradece. Susana Pérez, en su retorno, aparece contenida y expectante, defendiendo su rol esencialmente desde el manejo de la palabra. Lilliam Vega, con su extraordinario parecido físico a Flora Lauten, cita algún parlamento de la propia Flora en Lucía, se mueve con soltura y fiereza, para dar su visión nada cómoda de la Isla que dejó para irse hasta dar con un gallego, y de la cual solo quiere partir nuevamente. El texto de Carrió les regala fragmentos en los que pueden dar fe no solo de sus talentos, sino también de ese ir y venir de la memoria, que las atrapa aquí y allá en un haz de luz, y que va desde los resabidos lugares comunes del período especial, a instantes mucho más interesantes y vívidos, en los que ellas se exponen para dar la medida de cuánto les vale este regreso, este reencuentro con el público ante el cual se forjaron, sin que el resentimiento, la distancia, la desmemoria porque sí, ni el rencor, opaquen los aplausos que consiguen al cierre de la breve pieza.

El mar de La Habana es mucho más generoso. La Isla, a través de estos regresos, limpia su recuerdo y se dispone a otro amanecer. Lo vemos en los ojos llenos de lágrimas de estas mujeres, de estas actrices. Un mar que, distante de la iglesia del Buendía, inunda ese sitio de tanto teatro, como una nueva ovación.

 


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