Voy de azules


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Si supiera escribir, si yo fuera capaz, esto sería un ensayo. Claro que siempre se puede hacer la prueba; algo así como ensayar un ensayo.

Digamos, intentar establecer una conversación entre amigos: yo voy con mis ideas y el amigo, como está del otro lado del papel, se piensa las suyas.

Como se trata de ensayar, creo que vale. Y como solo estoy ensayando, voy a intentar un ensayo con color: un ensayo colorido más allá del verbo. Y más allá, además, de la tinta que lo imprime.

Voy a ensayar un ensayo del color de la imagen que lo impulsa; y más, se sobrepone; y más aún, lo sobrepasa.

No sé si un ensayo admite colores, no lo sé… Pero, como no sé escribir y quiero hacerlo, voy, a todo riesgo, alto el velamen del atrevimiento, dispuesta a arrostrar marejadas mayores o menores, a ensayar un ensayo azul porque entre todos los azules de mí isla falta un azul.

Un “mar de mil azules” marca la especificidad de la insularidad cubana. Los azules de José María Heredia, Juan Clemente Zenea, Eugenio Florit… Todas las voces de la lírica, de una u otra forma, se han teñido de azul alguna vez. Entre todos diseñan un concierto holístico donde falta una parte —un todo— y queda inconclusa la sinfonía.

Un Agua Ausente impide el estudio de una posible teleología de lo azul insular, indispensable para la definición de lo cubano, esa tarea siempre presente, y siempre inconclusa.

Por eso hoy voy de azules, y escribo como si extendiera un cheque al portador.

Al lector: deposítese donde sea, o donde sepa cada cual que puede abonarse el pago de una deuda: solo quiero saldar una parte de lo que me corresponde en una enorme deuda colectiva “ya más que envejecida / traída no se sabe por quién / o echada por el mar / como una pena que se ha llevado dentro”.

Aviso: Quien espere una disertación sobre datos biográficos y profundidades de escuelas o corrientes literarias, puede terminar la lectura en este mismo renglón. No basta para hablar de un poeta decir que nació en agosto de 1928, ni siquiera que obtuvo el Premio Latinoamericano de Poesía 1959.

De un poeta solo habla su poesía y como anda un poco olvidada, voy a hablar yo, que ni poeta ni poema soy. Solo soy como una pequeña chalupa, sin proa ni popa; pero, muy marinera, modestias aparte.

Así que voy a hablar, a pensar en voz alta, o a escribir, lo que resulta equivalente, del Cantor de Santa Cruz, Ángel Neovildo Pou, quien, sin pretenderlo, conjugó a lo largo de su vida tres de los títulos de la bibliografía activa que posee: sus primeros años de poeta fueron de Cantos de sol y salitre, después el curso de la vida trajo (nos trajo) años difíciles, secos, estúpidos, que transformaron al cantor en Una brizna en el oleaje; y a estas alturas del camino, la ingratitud humana lo ha convertido en El agua ausente.

Hay nombres totalmente olvidados aquí en Cuba: Baragaño, Escardó, Iznaga, Smith, Pou…

Ángel Neovildo Pou fue —es— poeta a pesar de sí mismo, creo; a pesar de que quería hacer poesía, como lo prueba la circunstancia curiosa de que supo hacer sonetos y rimar, como Dios mandaba antes: “Tengo dos barcos sin color: mis ojos, / ebrios de navegar inútilmente, / con el tosco velamen ya de hinojos / y el rudo vendaval sobre la frente.”

También se le dio el verso liberado de rimas o fórmulas académicas: “Isla frente a mis ojos es desde anoche un nombre; / isla frente a mis ojos; / isla. / Alucinado ensueño de marino / que me separa del mar de un día entero.”

Puedo ir en busca de otros cantares, como letrillas: “La noche, que rauda / plegó su abanico, / dejóse una estrella / colgada de un nido.”

O los pareados dodecasílabos, utilizados por Acosta, Buesa, Casal. Con Pou son consonantes, dando sentido del momento, puro intimismo: “Inusitada clave de un verso interminado; / oleaje de impaciencias que el aire no ha crispado…”

Las parejas de versos, de estructura simétrica y paralela fueron típicas de Casal, como muestra de cansancio, propio de su temperamento, inadaptado de las realidades, dentro de su realidad personal. En Pou no hay ruptura con la vida, hay esperanza: “Y esta noción exacta de hallar tras mi derrota/ el triunfo de una fuente que eternamente brota…”Se sabe que el decir poético permite puntos de contacto entre los creadores, ya sean mayores o menores —como las marejadas. Un buen ejemplo es el llanto de la mujer, el primer beso, el primer gran amor.

Puedo nombrar a Zenea: “rompió a llorar como un niño / y yo amé por vez primera…” Veamos a Pou: “Y al besarte estremecido / gusté cosas ignoradas / en el néctar agridulce / que me bebí con tus lágrimas…”

Entre tantos posibles, las aguas como testigo de amores. Por no variar, sigo con Zenea y su amor triste ante “unas aguas que se agotan / y unas plantas que se secan”; mientras que Pou va con el amor que recién llega: “y nos juramos sobre las aguas / eterno amor”.

Los arrecifes de Boti, y los de Pou. Y si es imprescindible puedo seguir con los puertos verdes, o esmeraldas ribereñas.

En realidad prefiero caminar tomada de la mano, así que voy primero con Poveda: “Recorrimos la enorme playa desierta (…) solos bajo la tarde las manos juntas, / tímidamente unidas por un instinto…”; y después con Pou: “La tarde va lentamente / plegándose entre las sombras, / mientras, tu y yo, de la mano, / deambulamos por la costa.”

Concurren, además, importantes desencuentros con la expresión poética de otras voces cubanas, y aquí me quedo con Ballagas: “Yo andaba por la arena demasiado ligero, / demasiado dios trémulo para mis soledades, / hijo del esperanto de todas las gargantas…” Y lo contrapongo con Pou: “Por eso son altivas / las huellas de mi paso, / para que no la entiendan / espíritus extraños.”

Retomo a Ballagas: “De pronto me he quedado como una rama sola…” Y de nuevo a Pou: “Una rama soy / del venerado tronco…”

No queda el Cantor atrapado en la mística de la ingravidez, y el alejamiento, con que miraron los poetas republicanos la tierra de les vio nacer. El santacruceño —el olvidado, quién sabe por qué razones— se siembra en ella: “La raíz de mi nombre / se apega a la tierra/ como la de un álamo…”

Quién sabe por qué razones… Qué razones pueden existir para mantener en silencio la voz del fundador del Movimiento Renuevo… Quién sabe… Publicado no solo en Cuba: su poesía recorrió Estados Unidos, Venezuela, Francia, México… Quién sabe si algunas mentes continúan extraviadas en aquellos tiempos secos, de antiguas resacas que dejaron en las playas solo algas secas.

Quién sabe, quién entiende, porque para juzgar la captación de lo cubano, no significa nada la presencia del tema: cubanidad, Cuba, patria… Facilismo tópico en algunos casos, presencia fáctica o tropicalismos convencionales.

En Pou se descubre, siempre latiendo, en esa necesidad íntima de recuento y fábula, la expresión clara de honda espontaneidad, la poesía tranquila y armoniosa. No hay danzas de enmascaramientos: es el secreto de la infancia, la imagen que desnuda el sentir prenatal.

De alguna forma mística, en el oleaje del lezamiano camino hipertélico, podemos pescar insospechados encuentros marineros: Lezama contempló el cielo nocturno y en él,  la luna; entonces nos la devuelve como “fijo el ojo del pez”; Pou también perdió su mirada en la noche “mientras la luna / era otra nave en el puerto”. El instante poético es impar en cada alma, el mar es siempre el mar…

Algunos de nuestros poetas, sobre todo los origenistas, se movieron entre la mecedora y el taburete, entre la mesa del mantel bordado y la del mantel de hule; pero, ¿quién le cantó a la atarraya y la mesa sin mantel del pescador cubano? Ángel Neovildo Pou, poeta de mar y arribazones.

La poesía de lo común, esa fue su mejor característica. Sin prosaísmos innecesarios, sin vulgaridad ni chatura. Si el verso fuera música, el suyo sería un dueto de guitarra y laúd.

Amatorios pedazos del mundo para apuntalar con ellos el vacilante edificio social de su experiencia. Entabló un diálogo consigo mismo, con el misterio, con ese misterio que es, en su confín, cada cual.

En su Arte Poética, Zacarías Tallet nos dice que “hay poesía en una bicicleta”, y ensarta estrofas que nos retan: en todo hay poesía “¡más la cuestión es dar con ella!”.

Fayad Jamís la busca y la encuentra: “Por estas escalera se sube hasta lo negro. / Uno se cansa de subirlas y jadeando se duerme…” Ángel Neovildo Pou, llamado a la expresión de la cotidianeidad mágica, le dedica a las escaleras —por no variar el tema— una de sus obras: “Os hablo a vosotras, escaleras de ciudad…” Un verso tras otro se enlazan, y devuelven, en poesía inesperada, el favor que brinda diariamente esa sucesión de escalones que permanece encerrada en la penumbra interior de los edificios: “La luz hubiera sido casi vuestra / si el ciclón os liberta, el terremoto / o la demolición…”

Eliseo Diego, con su poesía de la memoria, reafirmó los pasos de la añoranza, su visión de lo permanente y nos convocó: “Vamos a pasear por los extraños pueblos”. Era fácil decir, el problema está en saber. Y Pou supo hacer, pudo lograr. Y escribió cosas como esta: “Rincón de serranía; solar de mis mayores; / pueblito ribereño donde es más tibio el sol; / remanso donde imperan las delicadas flores / y arrastra sus colores paciente el caracol.”

Diego nos decía que era indispensable nombrar las cosas para que se convirtieran en propiedad de la memoria. Cuando Pou enumera no es por la necesidad de retener imágenes, porque esas imágenes lo configuran: “La Arena; allá… El Otro Lado; / aquí La Puntilla, / que tiene un asiento propicio / en la peña amiga del enamorado… / La calle del Río; / la Playa Rosada…” Cada sitio nombrado es poseído, pasa a ser suyo hasta el fin de los tiempos. Aún lo son, a pesar de nosotros… Su verso no legitima un decorado vacío, nombra para sustanciar.

Pero, no es únicamente, o como fin último, la poesía de la memoria la que nos retiene en el poema, y nos extenderá a través de su poesía: quisiera hablar de antropología, esa ciencia que se basa en experiencias verdaderas en lugares verdaderos, esa ciencia que es humanística porque la realidad sólo se puede entender usando la imaginación, la memoria y los sueños.

La poesía de Ángel Neovildo Pou, de los lugares y las cosas, de las gentes y el mar, es antropoesía: “Calles de mi pueblo, diáfanas, / espigadas y risueñas; / las risas de los que pasan / entrelazan las aceras” No describe, tópicamente, un diseño urbanístico, sino que traza redes de relaciones y pone a latir el alma de una comunidad costera.

Si es necesario más, puedo citar una descripción de pregón: “Pescado fresco, cajíes, / rabirrubias y agujón… / Pargo del alto, guatíbere, / vivitos en mi cajón…” Y también del pregonero, inolvidable personaje local: “Estatua de ébano hecha / a la caricia del sol; / cara que es toda sonrisa / cuando sabe que en la brisa / va a galope su pregón.”

Y me desplazo a la etnohistoria, disciplina que comienza a emplearse con mayor frecuencia precisamente en los años más fructíferos del Cantor. Uno de los campos de aplicación es el proceso de desarrollo de una sociedad, o nacionalidad, que encontramos en estos versos:

Orgullo legítimo: / más firme y más perdurable / que el lapso terreno / ha de ser mi nombre; / está escrito en cada contorno / que tiene este pueblo. / Para que así fuera, / él lo escribió con su sangre, / y él fue fundador y cruzado, / y fue aventurero. / Aquí puso fin a su viaje / que atara románticas tierras, / como si ya fulgurase / en sus ojos vivaces / la meta.

Y la sangre de Cuba / -hecha sueño y suspiro- / se fundió para siempre / a su sangre europea…

Y una nueva llegada, que ha sumarse a la de Guillén con los africanos que entran en la historia y en la literatura: la de Pou, con los isleños, en la aplicación sobre el estudio de momentos históricos: “me gusta imaginar / que donde tengo el pie / se alza la postrera / pisada de mi abuelo.”

Ejemplo que sirve, en su acercamiento a la historia, para resaltar su afán de vencer la resistencia al despertar, a la Historia, que mostraba la poesía de la República. Los que mantuvieron su lealtad a la historia merecen nuestro respeto.

Ojalá estemos de acuerdo, así entenderemos mejor esta imagen: “…mástil de una idealista bandera destrozada.” Y a partir de ella, me voy a Byrne: “prendidas al mástil sollozan las banderas…”. Puedo continuar con Acosta: “…la bandera, / que oculta un dolor: la herida.”

Bandera destrozada, Cuba que sufre… Y el poeta que se suma a la lucha, y que es requerido una y otra vez en los cuarteles. De una de aquellas experiencias —año de desgracias, 1958— nacieron los siguientes versos: “Un grito, un salto, / la piel que se rompiera con estrépito, / o un beso de plomo sobre la nuca / sin saberlo / y entonces ya… Esta noche / -que no se acaba nunca- / cabalgo hacia ninguna parte / sobre el lomo del miedo”

Si alguien, gentilmente, ha podido seguirme hasta aquí, no sé si coincidirá conmigo en que ese “y entonces ya…” estremece, cuando pensamos en retroactivo.

Y aquí recuerdo otros poemas, escritos y publicados en esos mismos años bravos, clamando por la Patria que muere, o en protesta airada por el asesinato de Oscar Alvarado… O aquel otro dedicado a conmemorar el primer aniversario del asesinato de José Antonio Echeverría, con quien compartiera celda en un momento de sus vidas de lucha.

Raúl Roa Kourí escribió, en 1954, que encontraba en el estilo de Pou ciertas reminiscencias de la obra martiana. Y quiero mostrarle algo: “Yo te quiero, verso amigo, / porque cuando siento el pecho / ya muy cargado y desecho, / parto la carga contigo.” Ni que decir, usted sabe: José Martí. Y ahora: “Yo voy dejando en el verso/ la mitad de mi dolor…”, Ángel Neovildo Pou. Nada que agregar.

Como eso es demasiado para mí, lo invito al mar: “iremos lejos sobre la arena / como la brisa que va fugaz”. Veremos entonces “barcos y más barcos / -como las esperanzas- / perdiéndose a lo lejos…”

Y siempre reconocer ese mar de Santa Cruz, menos ingrato que sus nuevos cantores: “Este mar, de mil azules, / que copia el azul del cielo, / es mar que logra un amigo / con cada fugaz viajero. / Viajero, tú que conoces / de nuestro mundo lo bello, / recuerda que no hay un mar / más lindo que el de mi pueblo.” Y descubrir su ola, “ola de la mar en calma / hecha de azul y de nácar…” 

El mar, siempre fuente de inspiración de los poetas marineros: “Por eso me fui a la margen / que deja la mar en medio, / a entrelazar mis canciones / con las brisas del océano.”

Amaneceres de Santa Cruz: “Atarraya dispuesta; / pescador en acecho; / agua clara que copia / los tatuajes que luce / el marino en su pecho.”

Siempre, cuando releo, veo que me falta todo… ¿Qué más decir? Me parece oportuno, aunque no muy académico —yo, para nada—, citas al vuelo: las que prefiero, las que cantan mi distantísimo sueño de amor: “Y mis manos te buscan, y mi labio te nombra/ en inútil reclamo de encontrarte y soñar…”

Ese sueño de amor inconfesado: “La sonrisa del mundo deseada. / Algo con cuatro letras / bajo mi pecho: todo. / Algo de cuatro letras / sobre mis dedos: / nada.” Aunque no me importa la enorme distancia en vertical: “Amo mi sueño así…”

Mejor lo voy dejando, que él ni sabe que existo, y vuelvo a leer lo que escribí: es un oleaje tan breve, tan poquito azul para regalarle a un pintor de mar, que estoy por arrepentirme; pero deuda es deuda, de la misma forma que trato es trato.

Este es un pobre comienzo para saldar las cuentas, pero, voy de azules, alto el velamen del atrevimiento, chalupita carente de proa y popa, dispuesta a arrostrar las tempestades, menores o mayores, porque soy consciente que la poesía de Ángel Neovildo Pou no es poesía fáctica, no es la poesía de lo cubano exterior.

Abel Prieto escribió hace unos cuantos años sobre “las ficciones que pretenden encubrir la mutilación de nuestra identidad”; y pienso en Ángel Neovildo Pou y su cantar… Mantener en silencio su poesía, eso  sí es mutilar nuestra identidad.

Trenzadas en su canto pescador la patria chica y la patria grande, tenía un solo anhelo: “que al asomar mi día / tú seas, tierra amada, quien selle mi existir…” Y ya ven, la tierra que tanto amó ha sellado, con la existencia, el canto. Sellamos el canto y mutilamos la identidad: alta responsabilidad que estamos asumiendo.

Casi premonitorio, escribió: “Qué ya me llorarán / -para que tenga luces de lágrimas la fecha- / las hojas de mis árboles, / las piedras de mi calle / y mis cansados taxis… / El papel de mi mesa / y el llavín de mi casa…”

En el andar de la vida muchas mareas ha barrido las costas: unas dejaron caracoles; otras, algas muertas… Ya sabe, aquellos tiempos estúpidos, secos…

Ciertas voces —de alguna forma debo llamarlas— se alzaron contra el hermetismo origenista, lo real maravilloso carpenteriano, y todo lo que ellos mismos no fueran, y marcaron de silencios ominosos lo mejor de la lírica cubana durante años.

Hace más de veinte años, volvieron a tomar las plumas los silenciados de entonces; pero, falta una voz, la que murió, la que ya no podía levantarse: la voz que no somos capaces de levantar porque todavía miramos la marea para ver lo que nos deja en la arena.

Hay un agua ausente en el concierto azul y, necesariamente, recurro a otra frase de Abel: “Sólo podremos alcanzar la plenitud de la nación, si combinamos la energía teleológica de nuestros más poderosos creadores con una aproximación esencialista al ser nacional cubano, y con la apropiación desprejuiciada de nuestra identidad” Sin comentarios.

Mantener olvidado a Ángel Neovildo Pou nos hace acreedores de un calificativo poco grato en un país de mar y oleajes: “Barca de velas cobardes / columpiándote en el puerto… Barca del puerto, cobarde, / en tu velamen sin viento…”

Y yo no quiero ser barca de puerto, por eso estoy aquí ensayando un ensayo, a toda vela el atrevimiento, muy marinera, sin temor a las marejadas, mayores o menores. Por eso, hoy, voy de azules…


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