Comienza en estos momentos el debate del Último Jueves: ¿Una sociedad más democrática que sus organizaciones


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"...la democracia se apoya, se sostiene en la cultura política que tiene esa sociedad. Se sostiene en una cultura que está hecha de valores, de patrones de conducta, de creencias, de hábitos, de mentalidades, y naturalmente de relaciones sociales que son la parte intangible de la democracia".

A lo largo de estos últimos siete meses, el equipo editorial de Temas ha mantenido los espacios del Último Jueves de cada mes. En estos momentos ya ha comenzado el último de este año 2020:

Rafael Hernández: Muy buenas tardes. Bienvenidos al Último Jueves a distancia dedicado hoy al tema: ¿Una sociedad más democrática que sus organizaciones? El propósito de este panel, que es el último del año. Hemos hecho seis o siete paneles este año por la vía de este grupo de Whatsapp. Nos vamos a concentrar hoy en el tema de la democracia de las organizaciones. Casi siempre, cuando se habla de democracia, se piensa en la participación ciudadana en las instituciones de gobierno. Sin embargo, la democracia se apoya, se sostiene en la cultura política que tiene esa sociedad. Se sostiene en una cultura que está hecha de valores, de patrones de conducta, de creencias, de hábitos, de mentalidades, y naturalmente de relaciones sociales que son la parte intangible de la democracia. Es sobre esa cultura que se construyen representaciones, que se ejercen actitudes, y que se ponen en práctica acciones que permiten el funcionamiento democrático de la sociedad a nivel de la propia sociedad.

De manera que el propósito de este panel es analizar el lugar que tienen las organizaciones en ese funcionamiento democrático dentro de la sociedad actual.

Estamos entendiendo por organizaciones un espectro muy amplio, que incluyen a trabajadores, por ejemplo, los sindicatos, pero también las empresas, las empresas públicas, las empresas privadas, a los estudiantes, a los profesionales, a los jóvenes, a las mujeres, a los vecinos. Organizaciones de carácter político, de carácter político, de carácter religioso, iglesias y grupos religiosos. Es decir, son también organizaciones, organizaciones éticas, fraternales, y también cualquier tipo de asociación.

Tenemos un muy especial grupo de panelistas que están conectados a nuestro grupo de Whatsapp. Ellos son:

Silvio Calves Hernández, Ingeniero Industrial. Profesor Titular y Consultante de la Universidad de La Habana (UH). Fue vice rector de la UH. Presidente y miembro de junta de directores de empresas mixtas y extranjeras. Vice rector de la Escuela Superior de Cuadros. Cursó estudios en la Escuela Superior de los Sindicatos (URSS), Universidad de Harvard y Nueva York (EEUU) y de Toronto (Canadá). Miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País y del Consejo Científico y Editorial de la Revista Bimestre Cubana.

Padre Ariel Suárez Jáuregui, sacerdote diocesano de la Arquidiócesis de La Habana. Actualmente párroco del Santuario Diocesano de Nuestra Señora de la Caridad. Profesor de Historia de la Filosofía en el Centro Félix Varela. Vicesecretario adjunto de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba.

Karen Brito, madre de un niño de 8 años. Licenciada en Periodismo en la Universidad de La Habana. Realizadora de audiovisuales. Codirectora y presentadora del programa “La Pupila Asombrada”. Vicepresidenta de la FEU de la Universidad de La Habana durante tres años. Colaboradora de Temas en el área audiovisual.

Fernando Luis Rojas López, Licenciado en Pedagogía y Máster en Didáctica de las Humanidades. Investigador del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.

José Francisco Bellod Redondo. Catedrático de Economía de la Universidad de Murcia, y miembro del Consejo Asesor de Temas.


1. ¿Existe una cultura democrática en la sociedad? ¿Qué rasgos la definen? ¿Cuáles son sus elementos? ¿En qué medida existe consenso sobre esa democracia en las relaciones sociales?

2. ¿Con qué criterios se podría juzgar el carácter democrático de las organizaciones? ¿Es deseable ese funcionamiento democrático? ¿Las organizaciones que mejor cumplen su papel son siempre las más democráticas? ¿Por qué? ¿Cómo medir ese funcionamiento?

3. ¿Qué problemas afectan el funcionamiento democrático de las organizaciones? ¿Cuáles son los más importantes? ¿Qué factores los determinan?

4. ¿En qué medida el ejercicio de una cultura democrática depende del funcionamiento de las organizaciones? ¿Puede desarrollarse una cultura democrática a nivel de las relaciones sociales al margen de las organizaciones?

5. ¿Cómo democratizar el funcionamiento de las organizaciones?  ¿En qué medida resulta viable hacerlo? ¿De qué factores depende? ¿Basta con proponérselo? ¿En algunas organizaciones más que en otras?


1. ¿Existe una cultura democrática en la sociedad? ¿Qué rasgos la definen? ¿Cuáles son sus elementos? ¿En qué medida existe consenso sobre esa democracia en las relaciones sociales?

Silvio Calves: Soy de los que cree que existe en nuestra sociedad una comprensión general sobre lo que es democracia, matizada por las percepciones individuales y grupales de los diferentes actores y los de sus diferentes niveles y estamentos sociales. El ejercicio y la asimilación progresiva de la participación consciente es factor clave en la dinámica democrática. Participar es tomar parte, y no basta con la presencia individual o colectiva. La participación genera el compromiso mutuo entre la sociedad, las organizaciones y las personas y crea sentimientos positivos por el trabajo que se realiza y las personas sienten que su presencia es reconocida.

La Revolución cubana, desde sus inicios, implementó la participación como estilo de actuación siendo referentes del ella el accionar voluntario y el compromiso de las personas en la lucha de clases; como en las Milicias, la Campaña de Alfabetización, las movilizaciones a la agricultura, la vinculación con los CDR y otros momentos de las historias de los primeros años del proceso revolucionario.

En años más recientes se han producido eventos fundamentales de democracia, promovidos por la alta dirección del país, como la discusión de los Lineamientos de la política económica y social y de la Constitución, en la que millones de ciudadanos, con entera libertad, expresaron sus consideraciones en torno a cada aspecto de esos documentos. Esas propuestas fueron consideradas y muchas de ella dieron lugar a modificaciones de los textos presentados. Situaciones y contextos cambiantes, como el propio Período Especial, produjeron limitaciones a este accionar democrático que se fue diluyendo en los niveles inferiores del Estado, de los sectores y organizaciones.

No todas las personas y grupos sociales, autoridades y organizaciones entienden y aceptan igualmente los valores democráticos de nuestra sociedad; algunos para ejercerlos y otros para otorgarlos.

Padre Ariel Suárez: Yo presupongo que, en el caso de un sacerdote católico, lo que se espera de él en este panel, sea la exposición de la visión y la vivencia de las cuestiones que aquí se debaten en el seno de la Iglesia católica. Ante todo, quiero aclarar que la Iglesia católica es una “sociedad sui-géneris”, muy singular. El término sociedad solo se aplica a ella en modo analógico, porque los elementos visibles de esta realidad que es la Iglesia católica: líderes, estructuras, organización, legislación, prácticas habituales, tienen únicamente valor si están al servicio de comunicar algo invisible, que es lo que, en un lenguaje también muy nuestro, llamamos la Gracia de Dios, o dicho quizá de otro modo, la vida de Dios a los seres humanos. Todo lo que existe en esta “sociedad” tan diversa que es la Iglesia… existe para que los hombres y mujeres puedan vivir sus vidas en comunión con Dios, participando de la misma vida de Dios. Así pues, la Iglesia se reconoce como un Don de Dios a los hombres para poder realizar esta finalidad antes descrita, lo cual significa que la Iglesia no es una invención humana, los hombres no fundamos la Iglesia ni la reinventamos o refundamos en cada generación. La Iglesia ha sido “dada” por Dios a los hombres. Y en la autocomprensión bimilenaria que este Don tiene de sí mismo hay una estructura jerárquica al servicio de la comunión de todo el pueblo de Dios. Por eso, en sentido estricto, la Iglesia no es una democracia ni funciona con los parámetros de las democracias modernas o contemporáneas, porque en ella la fuente de su vitalidad y eficacia no depende de las decisiones o el intercambio entre los hombres, sino de la escucha y puesta en práctica del querer de Dios para nosotros, un querer que sabemos no es nunca avasallador ni manipulador de los hombres, sino profundamente liberador y humanizador. Ahora bien, esa escucha y puesta en práctica requiere cada vez más el diálogo, la implicación y la contribución de todos. Y esos elementos, más cercanos de algún modo, a la cultura y los valores de una democracia, se han ido potenciado progresivamente en el seno de la Iglesia católica, sobre todo, a partir de la celebración del Concilio Vaticano II, que se llevó a cabo del 1962 a 1965 en la Basílica de San Pedro.

Karen Brito: Desde mi punto de vista, sí existe una cultura democrática en la sociedad cubana. Los ciudadanos y ciudadanas de este archipiélago se saben con derechos, y los exigen en los más diversos espacios, sean estos institucionales, organizacionales, etc. Hay un sentido de empoderamiento popular que, a mi juicio, tiene que ver con la misma naturaleza del proceso social cubano que, desde su génesis, tuvo como práctica y misión conquistar toda la justicia. Cuando un proyecto de país se propone metas tan ambiciosas y revolucionarias, y durante más de sesenta años cuenta con el respaldo de la mayoría de su gente, necesariamente tiene que haber sido edificado sobre bases democráticas (también en el interior de sus organizaciones). A la cañona no se puede hacer una revolución. Una revolución se hace en libertad.

Fernando Luis Rojas:

En primer lugar agradezco la invitación al espacio Último Jueves de la revista Temas y el tratamiento de esta temática.

Considero que existen culturas democráticas -así, en plural- en la sociedad cubana actual, en el entendido de que están presentes diversas percepciones e ideas sobre qué es (debe ser) una sociedad democrática, cuán democrático o no es el escenario cubano contemporáneo –en su interrelación con el contexto internacional– y cuáles serían los elementos de consenso para estar en condiciones de hablar de la existencia de “una sociedad democrática”.

Entonces, creo que no, que no existe un consenso amplio en este sentido. En ocasiones, la discusión parece limitarse a elementos de gran importancia –jurídicos, institucionales, políticos– para garantizar eso que en la presentación de este panel se identifica como “participación ciudadana en las instituciones de gobierno”. Al mismo tiempo, parece que elementos vinculados con las visiones de las personas, lo que domina en el sentido común y la riqueza de perspectivas adquieren un lugar secundario.

Es por ello que, para mencionar rasgos definitorios de las culturas democráticas presentes en nuestra sociedad, apuntaría en un primer momento: 1. Su diversidad y heterogeneidad; 2. La falta de consenso sobre sus componentes “centrales” –diría, sus componentes “puente” para ampliar el contenido de lo que se comprende como “democrático” –; 3. La pluralidad y relativo antagonismo –en algunos casos– de los paradigmas y referentes para construir la idea de “lo democrático”, que va desde vacíos ejercicios comparativos –no por el acto comparativo, sino por la imprecisión de los indicadores para este ejercicio– tipo “el país más democrático del mundo” hasta la absolutización de una variante específica de paradigma.

Por otra parte, estos rasgos iniciales reflejan, en mi criterio, la que debía ser otra característica base y que se perfila en la propia pregunta que realiza la revista Temas: las formas en que se construye el consenso. Por desgracia, me resulta bastante común escuchar frases como “hablo en nombre del pueblo” cuando, en rigor, se presentan postulados individuales, grupales o sectoriales; y eso ocurre en un ámbito bastante amplio que supera a las propias instituciones formalmente aceptadas.

No se trata, para mí, de un falso ecumenismo en que caben todos, sin precisar siquiera cuáles son los fundamentos de ese “caber todos y todas”. Se trata de identificar, como primer paso, desde dónde defendemos una perspectiva sobre “lo democrático” –que puede ser individual y eso es respetable. Se trata de ser transparentes en este sentido.

2. ¿Con qué criterios se podría juzgar el carácter democrático de las organizaciones?

Silvio Calves: Como criterio de sistema democrático debería existir una verdadera participación de las personas en la toma de decisiones de la sociedad y de cualquier organización, así como que exista una rendición de cuentas transparente y útil de las autoridades de cada organización y la sociedad. Siempre es deseable un comportamiento democrático, aunque no siempre se considera la vía hacia mejores resultados. Por ejemplo, en las pymes y organizaciones familiares, el papel que desempeña el dueño o patrón es contrario a la participación y la democracia. Para medir si hay democracia o no, hay que considerar la existencia de participación real en la toma de decisiones, la rendición de cuentas sistemática de jefes ante subordinados, usuarios y otros interesados, la ausencia de grupos informales en la organización que no vean reflejados sus intereses y necesidades y forman lo que llamamos en buen cubano las “piñas”. El compromiso, sentido de pertenencia y empoderamiento de sus miembros es un elemento de medición importante y se reflejan en la alta productividad y eficacia de las personas y su pasión por la labor que realizan.

Padre Ariel Suárez: Como indiqué anteriormente, a partir del Concilio Vaticano II se subrayó en la Iglesia la conciencia de una participación responsable de todos los miembros de la misma en diversas cuestiones. Aclaro también que nunca se podrán poner en tela de juicio dentro de la Iglesia los contenidos fundamentales de la fe o de la moral cristiana, porque esos contenidos han sido comunicados por Jesucristo, que para nosotros es Dios hecho hombre. Pero hay una serie de elementos dónde sí podemos y debemos buscar entre todos lo que Dios nos pide hacer hoy. Por ejemplo: ¿Cómo hacer presente el anuncio del Evangelio de Jesucristo en continentes, culturas y pueblos tan diferentes, sin que la presentación del mensaje y del obrar de los cristianos constituya una intromisión negativa o irrespetuosa de los valores de cada cultura? ¿Cómo participar, desde nuestra fe cristiana, en la construcción de un mundo mejor, más humano y fraterno, más solidario, más respetuoso de la naturaleza y del clima, más preocupado por los pobres y por la promoción de la dignidad de todo ser humano? ¿Cómo colaborar con otros cristianos y con los miembros de otras religiones para que las diversas tradiciones religiosas sean elementos de cohesión, de paz y de armonía entre los pueblos? ¿Cómo presentar los valores humanos y morales que el cristianismo siempre ha defendido para que nuestros contemporáneos descubran igualmente que esos valores pueden ser universalmente compartidos, aunque no se comparta la misma visión religiosa o de fe? ¿Cuál ha de ser la actitud de la Iglesia y de los cristianos frente al diferente, al hostil, al que nos impide la posibilidad de expresarnos y dar testimonio de nuestro estilo de vida? ¿Qué papel debería ejercer la mujer en la Iglesia; le hemos ido reconociendo toda su genialidad y su especificidad? ¿Habría así una palabra típicamente cristiana para un feminismo auténtico? ¿Cuál es la relación que Cristo quiere entre los sacerdotes y sus fieles, entre los Obispos y sus sacerdotes, entre los Obispos y el Papa, entre el Papa y los líderes de otras comunidades religiosas? ¿Lo tiene que decidir todo un sacerdote en su parroquia? Sobre todas estas cuestiones, créanme, hay un debate amplio en el seno de la Iglesia católica. Y no creo equivocarme, si afirmo incluso, que el actual Pontificado del Papa Francisco, lo promueve.

Karen Brito: Para evaluar el carácter democrático de nuestras organizaciones, lo primero que debemos hacer es velar porque ese carácter sea uno de los pilares del funcionamiento de la organización. No se puede dar por sentado que, porque exista en los estatutos, ya las cosas van a funcionar democráticamente. Debe y tiene que estar estipulado en la arquitectura de la organización; pero también en la vocación y en el credo de quienes la integran. Porque si no, es letra muerta. Si una organización vive democráticamente sus días, si sus miembros saben que lo que digan, hagan, sueñen, se articula con las palabras, los hechos y los sueños de otros gracias a esa organización, definitivamente habrá una solidez en la existencia misma de esta. El sentimiento de tomar parte en algo más grande que uno mismo, el compromiso y la satisfacción de PERTENECER, desbordarían la propia organización en un activismo social mayor en correspondencia y beneficio del proyecto país.

Fernando Luis Rojas: En un primer momento me decanto de inmediato por responder que sí. Es deseable el funcionamiento democrático de las organizaciones que se mencionan en la presentación del panel. No obstante, hay otro asunto sobre el que vale la pena conversar.

¿Es exactamente lo mismo una sociedad que funcione democráticamente –con la complejidad ya mencionada de las diversas formas de entender “lo democrático” – que una sociedad donde sus organizaciones funcionen democráticamente?

La presentación da cuenta de un amplio abanico de estas organizaciones. Podría darse el caso que, aun cuando dos organizaciones gremiales, religiosas o que reivindiquen demandas identitarias funcionen “democráticamente”, se planteen objetivos o asuman posiciones ante problemas concretos que sean contrapuestas. Entonces, más allá del funcionamiento específico, el avance democrático para la sociedad en general se da en el escenario de articulación –o no– de este mosaico organizacional.

Dicho de otra manera, podemos encontrarnos un escenario organizacional que funcione democráticamente para la toma de decisiones y que reivindique el libre derecho a la asociación religiosa y, al mismo tiempo, no secunde las propuestas de otras entidades que aspiran a conquistar “todos los derechos para todas las personas”. Puede darse un espacio de discusión y decisión colegiada en un gremio de propietarios (empresarios) privados que esté en contradicción con un gremio de trabajadores contratados en el sector privado que decide sus prácticas de manera democrática.

Con el interés de referirme a las otras interrogantes, sí considero que las organizaciones más democráticas tienen un potencial mayor para cumplir su papel. Lo que ocurre es que la propia práctica está mediada por esas culturas democráticas que existen de forma descentrada y, muchas veces, sin diálogos.

No creo que este análisis se limite a cuestiones relativas a decidir todo a través de una votación; o que se identifique que los liderazgos cortan el potencial democrático para la toma de decisiones colectivas; o que las prácticas educativas son siempre adoctrinamientos.

Y hay otro asunto: la especificidad de aquellas organizaciones para las cuales el cumplimiento de su “papel” y funciones se relaciona directamente con formas no democráticas de dirección. Situación que puede ocurrir. Quizás el reto de una sociedad democrática es participar en la definición de cuáles son esas organizaciones, y eso lleva de nuevo a la transparencia. Esta última es fundamental también a la hora de definir cuáles son aquellas que sí debían caracterizarse por su democraticidad y no lo hacen.

3. ¿Qué problemas afectan el funcionamiento democrático de las organizaciones?

Silvio Calves: El funcionamiento democrático de las organizaciones está afectado por malos hábitos, tradición de autoritarismo, paradigmas erróneos, ausencia de delegación de autoridad por miedo a que lo hagan mejor que él o que si no lo hace el jefe no saldrá bien; incultura y falta de conocimientos de por qué y cómo dar participación y por utilizarla como manipulación o tratamiento para ocultar realidades adversas. Muchos jefes se niegan a escuchar o no aceptan opiniones ajenas. Por otra parte, existen demasiadas normas, procedimientos y reglamentos; si todo está regulado, ¿para qué participar? Hay un deterioro sostenido de los buenos modales en la sociedad que afecta la relación entre personas y entre estas y las organizaciones.

Padre Ariel Suárez: Creo que, fundamentalmente, la incapacidad de dialogar y de escucha respetuosa que a veces nos caracteriza. Fruto del miedo, de la inseguridad, de la soberbia de creernos en posesión de la verdad total. Las precomprensiones o prejuicios, sobre todo, cuando hay visiones ideológicas del hombre y de la realidad, también incapacitan para un diálogo sincero, porque obnubilan la conciencia, dañan la imprescindible humildad, necesaria para buscar consensos y para dejarnos iluminar por las posiciones o argumentos de otras personas. El Papa Francisco en su reciente Encíclica “Fratelli Tutti” en el número 203 lo dice de modo insuperable. Permítanme citarlo: “El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo que aportar, y es deseable que profundice y exponga su propia posición para que el debate público sea más completo todavía… en un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos” (fin de la cita). Al mismo tiempo, el diálogo no es un fin en sí mismo, sino un medio para encontrarnos todos en la Verdad más grande. Cuando se elimina la cuestión de la Verdad y se acepta el relativismo del “todo vale”, se termina cayendo en el reino de las opiniones, donde diciéndolo de modo elegante, se terminará por imponer la opinión del más fuerte. Si no se admite la Verdad, ahora lo digo de modo más llano: el pez grande se come al chiquito. Solo si hay una Verdad por encima de los océanos y a la que todo el mundo haga referencia, hay posibilidad de que el pez chiquito viva. La Verdad es la única garantía que queda a la vida y los derechos de los pobres, los indefensos, los más frágiles y vulnerables.

Karen Brito: Para tratar de listar los problemas que afectan el funcionamiento democrático de las organizaciones, pienso que en el hit parade está la burocracia, como enfermedad que corroe el empeño democrático. Cifras, estadísticas, papeles, formularios, manuales, “modelitos” inundan las gavetas y archivos, sin una expresión concreta luego en la vida de la organización ni de sus miembros. Entonces, ¿para qué?

La preparación de los líderes de esas organizaciones es otro factor clave. Con una población altamente alfabetizada, con un grado de escolaridad ampliamente por encima del noveno grado, con acceso a la cultura en todas sus manifestaciones, a la tecnología, a Internet, nuestros líderes no se pueden dar el lujo de no estar a la altura de la gente que dirigen. Y no hablo solo de los niveles más altos de jerarquía organizacional, sino también de los intermedios. Hay que estudiar, hay que superarse, pero hacerlo no solo en un curso de tal o mascual materia, sino como parte de un ejercicio cotidiano de crecimiento intelectual. La ciencia del ejemplo empieza por los cuadros de dirección. (Véase/Léase al Che)

Muchas de nuestras organizaciones son históricas: las fundaron los grandes hombres y mujeres de nuestra nación. Ello constituye un legado inapreciablemente hondo. Pero, ojo: pretender que las que tienen muchas décadas de vida sean iguales hoy que en el momento de su creación, es negar la evolución histórica de la sociedad. Es negar la esencia marxista. A veces, nuestras organizaciones poseen estructuras que se quedaron varadas en una época y no trataron de –sin negar los principios– ir cambiando con los tiempos. Solo hay un modo de ser un hombre de todos los tiempos –parafraseo a Martí–, y es haber sido un hombre de su tiempo. Cambiemos el sustantivo hombre por organizaciones, y tengamos organizaciones para todos los tiempos.

Habría otros problemas, pero creo que irán saliendo en el debate.

Fernando Luis Rojas: Trataré de presentar algunos problemas de manera enunciativa.

El primero está asociado al escenario.

En el plano nacional no existe una predisposición favorable desde las organizaciones modélicas (las que en otros espacios se llaman “tradicionales” o surgidas con la Revolución, etc.) al funcionamiento democrático. Ello tiene un peso importante, si consideramos que muchas personas que pertenecen a otros espacios asociativos militan también, con niveles de participación diferentes, en esas organizaciones. Asimismo, la práctica de estas organizaciones “históricas” desconoce la riqueza que también existe en sus estructuras de base donde no es raro encontrar, por ejemplo, secciones sindicales de base que implementan prácticas con esta cualidad democrática.

Desde el punto de vista externo, sobra decir que existe un paradigma democrático que llega a Cuba y toma como punto de anclaje diferenciador las estructuras políticas y las premisas electoralistas a escala nacional. Resulta más común, desde posiciones críticas de las experiencias democráticas (o no) en Cuba, alusiones al funcionamiento de estructuras institucionales nacionales que a prácticas organizacionales democráticas que se encuentran en resistencia ante esas estructuras institucionales foráneas. No siempre es así, pero es lo que veo como dominante.

El segundo lo veo relacionado con la cultura institucional acumulada. Me parece innecesario ampliar en ello si tomamos en cuenta que predominan prácticas verticalistas en muchas de las organizaciones consideradas “históricas” y masivas. Otro asunto de interés sería discutir en qué medida esos métodos calan también en una parte del asociacionismo de reciente aparición. Vinculado con esto se manifiesta otro problema y es que ese verticalismo transmite desde las estructuras de dirección “superiores” una homogeneidad (de criterios, prácticas, etc.) que no corresponde con exactitud a lo que ocurre en las bases.

Un tercer problema sería la burocratización, viéndolo desde las prácticas que la estimulan y se reproducen en escenarios diversos. Entre esas prácticas pueden mencionarse: 1. La existencia excesiva de estructuras y niveles de dirección; 2. El completamiento de muchas de esas estructuras con dirigentes profesionalizados; 3. El reciclaje burocrático; 4. La profesionalización a través de responsabilidades como asesores, consultores, etc.; y otras.

Un cuarto y último problema que quisiera mencionar está referido a la perspectiva del proyecto de país a que se aspira y la manera en que el tejido social se articula en torno a sus objetivos. Ello, en mi criterio, juega un papel fundamental para la acción colectiva y popular de gobierno.

4. ¿En qué medida el ejercicio de una cultura democrática depende del funcionamiento de las organizaciones?

Silvio Calves: El ejercicio de una cultura democrática en la sociedad y en una organización se desarrolla o no si es voluntad del Estado o de la dirección de la organización y una prioridad en la gestión de todos los estamentos de la misma. No es solo que esto se cumpla para eventos centrales del país. Áreas u organizaciones democráticas dentro de un mar de autoritarismo en cualquier sociedad, pueden ser excluidas si no hay políticas que potencien la democratización. Se pondera más la disciplina y el control que las ideas nuevas para resolver problemas viejos y nuevos. Este pensamiento de desarrollo de una cultura de democracia hay que llevarlo a las organizaciones políticas y estatales y comenzar con la escuela primaria, las universidades y las familias, las políticas sectoriales y otras políticas públicas. No necesariamente las sociedades más cultas y desarrolladas suelen ser más democráticas. Las que lo son, es porque han tenido liderazgos democráticos y ha sido una tradición social durante largos años presente en la cultura de las masas.

Tuve en lo personal el privilegio de trabajar junto a un jefe que propiciaba la participación y motivaba el entusiasmo, compromiso y lealtad a las tareas que asignaba. Un accionar muy particular caracterizaba su comportamiento. Recuerdo que, en los consejos de Dirección o reuniones de análisis colectivo, nunca hablaba primero, escuchaba las opiniones de los demás y en sus conclusiones tomaba decisiones enriquecidas por las propuestas escuchadas. Decía que si hablaba primero, todo el mundo en la reunión coincidiría con él y para eso no hubiera sido necesario reunirlos. Igualmente recuerdo que, siendo su asesor, me señaló: “Si tú y yo siempre tenemos la misma opinión, no me sirves, me dejarías equivocar”.

Esa gestión participativa, democrática, transparente y sistemática creó un ambiente positivo de alto compromiso en la organización, las personas sentían el empoderamiento que se les otorgaba. Se produjo un impacto en los trabajadores que sintieron que eran escuchados y sus opiniones eran consideradas por la jefatura. Los trabajadores expresaron con sus acciones y opiniones el deseo de participar y abandonaron la apatía por participar en la toma de decisiones.

Padre Ariel Suárez: Depende en grado sumo, porque el funcionamiento de una organización es el que ofrece cauce, diríamos, hace viable, concreto, “aterriza” el modo de ejercer la responsabilidad y el compromiso compartidos de un determinado grupo. Voy a poner ejemplos dentro de la realidad eclesial. Después del Vaticano II se crearon distintas estructuras de diálogo y de búsqueda y toma de soluciones comunes. Las Conferencias episcopales en cada nación, los Sínodos de los Obispos que ayudan al Papa a ventilar asuntos que tienen que ver con la Iglesia y el mundo, los Consejos pastorales y económicos, que deberían funcionar en cada diócesis y en cada parroquia. Tomemos por muestra uno de estos últimos, que es algo en donde yo me muevo, pues soy párroco. El consejo parroquial, que está integrado por los responsables de los distintos grupos y movimientos de la parroquia: catequesis, adolescentes, jóvenes, matrimonios, visitadores de enfermos, liturgia y coro, cáritas, pastoral de santuario, administración y economía. Si el consejo parroquial es solo una instancia en la cual el cura ordena y el resto obedece en silencio, ese modo de funcionar expresa una concepción clerical del funcionamiento de la parroquia. Terminará por ser irrelevante, aburrido, una pérdida de tiempo o una tomadura de pelos a los laicos. En cambio, si el consejo parroquial es un lugar de intercambio, de aportación compartida de ideas y proyectos sobre la vida de la parroquia en sus diversas realidades, un espacio de comunión y de fraterno acompañamiento recíproco, donde todos aprendemos de todos y todos nos sentimos parte, entonces el ser y el quehacer de esa parroquia será mucho más vivo, entusiasta y comprometido con la vida de las personas, con el pueblo del cual formamos parte y al cual queremos servir.

Karen Brito: La cultura democrática NO es privativa de las organizaciones. Se construye en el espacio público, y en las relaciones sociales que se van tejiendo. No es un proceso que se da per se, sino que, desde la educación, la familia, la comunidad, podría alimentarse más y mejor. Hay experiencias desde la educación popular que lideran instituciones como el Centro Memorial Martin Luther King, Jr. (CMMLK) que han mostrado, en el espacio cubano, la validez de metodologías más participativas en el trabajo comunitario. También en eso habría que alfabetizarse dentro de las organizaciones, desde el punto de vista educativo y comunicacional. Buscar otros paradigmas que den nuevos aires a la manera en que hacemos las cosas, y que para nada niegan los principios de nuestra Revolución. Y entonces estaríamos contribuyendo a esa cultura democrática que debemos preservar y enriquecer.

Fernando Luis Rojas: Antes me referí a estas cuestiones. Estamos hablando de un país en el que coexisten organizaciones muy diferentes desde el punto de vista de su historia, sus objetivos, sus maneras de funcionar y las personas que agrupan. No es rara la pluripertenencia, si bien hay un número importante de entidades que emergen como contraparte de otras organizaciones ya existentes.

Y sí, en espacios comunitarios, familiares, centros de estudio se dan prácticas y tiene lugar una manera de “educar” en materia de cultura democrática. Ahora, creo que dado el tejido organizacional cubano debía desarrollarse una cultura democrática aprovechando su potencial y no “a pesar de este”. Ello también expresa un problema, desde el instante que nos planteamos la cuestión del desarrollo democrático al margen de las organizaciones existentes –de algunas de ellas– se impone la obligación de repensar la utilidad de las mismas.

Quisiera aprovechar ahora para referirme, desde mi perspectiva ciudadana, a otro fenómeno que entiendo muy asociado al desarrollo de una cultura democrática en la sociedad cubana. Tiene que ver con el espacio comunicativo, con el que me relaciono, no como especialista sino como “prosumidor”.

En un escenario que se amplió positivamente para los cubanos, es común encontrarse mensajes emitidos desde asociaciones, grupos, organizaciones e individuos que se refieren a cuestiones relativas a la democratización de la sociedad cubana. Ello supone el reto de enfrentarnos todos los días a prácticas, contenidos y mensajes que se jerarquizan no necesariamente por la cantidad de personas y problemas que amplifican, sino por las redes comunicacionales que se generan. Entonces, un mensaje desde una perspectiva individual puede anclarse con mayor fuerza que uno colectivo. Ello da cuenta de otro problema al que deben enfrentarse las organizaciones: su capacidad para posicionarse y en qué medida esa (in)capacidad es reflejo de determinados agotamientos.

5. ¿Cómo democratizar el funcionamiento de las organizaciones?

Silvio Calves: Tiene que existir una voluntad política en el desarrollo de una cultura de democratización de la sociedad, de sus organizaciones y entes de la administración pública. Se requiere una política de rendición de cuentas y controlar que esto se haga bien y de manera transparente, que los ciudadanos sientan que es importante participar, que son escuchados y sus opiniones tenidas en cuenta. La participación tiene dos componentes: el que dirige y los que deben participar, y ambos deben sentir su importancia. Resulta necesario que se creen mecanismos efectivos y transparentes de captación y retroalimentación del estado de opinión sobre aspectos fundamentales y que las personas puedan conocer qué se hace con ella. La encuestas, por sí mismas, no son participación, a menos que el encuestado conozca que su opinión fue escuchada y tomada en cuenta. Hay que brindar información a los ciudadanos y personas de las organizaciones para que puedan participar de forma positiva. Considero que hay que desburocratizar la sociedad y las organizaciones; para qué participar y dar opiniones si todo está reglamentado por normas e instrumentos jurídicos que hacen improcedente la participación y si se hace puede parecer manipulación. Se debe modificar la concepción de las reuniones de balance anual de organizaciones tanto del sector público como aquellas donde rinde su informe la máxima autoridad de la organización y están presentes los mismos actores que han ejecutado las tareas y no los ciudadanos, usuarios o clientes que pueden tener puntos de vista diferentes a lo referido en el informe y donde muchas veces las decisiones están preconcebidas. La democratización debe ser sistémica, abarcar todos los ámbitos de la sociedad, y estar soportada por una política transparente de comunicación e información. Cada vez más hay que educar, capacitar y entrenar a los jefes, a los ciudadanos y usuarios en los conceptos de participación y rendición de cuenta pues son actores estratégicos. Mediante la participación, la persona como actor social adquiere la verdadera identidad de ciudadano, con sus deberes, responsabilidades y derechos.

Padre Ariel Suárez: Yo creo que depende mucho del talante y del compromiso paciente de los líderes. Y también de la implicación honesta y leal de todos los que conformamos las distintas organizaciones. La democracia supone responsabilidad y como dije precedentemente, la responsabilidad es un modo de colocarse ante la Verdad, la Verdad con mayúscula que nos supera y trasciende a todos, la verdad con minúscula, que es la que cada ser humano va descubriendo y ojalá, aportando con humildad a sus semejantes. El Papa Francisco, en sus últimas intervenciones, ha subrayado que quiere para la Iglesia un estilo y un modo de obrar sinodal. La palabra sínodo, del griego syn: con y odos: pies, significa literalmente “caminar juntos”. La audacia del Papa ha llegado a tal punto que ha pedido a un comité de teólogos y pensadores que estudien las raíces bíblicas y teológicas de la sinodalidad. E incluso el próximo Sínodo de Obispos que se va a realizar en Roma en el año venidero tendrá como tema justamente: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Hay artículos verdaderamente valiosos que van saliendo en estos mismos días, en el marco de un simposio titulado “La Iglesia de Francisco” que se ha ido desarrollando, virtual, en Roma. Pueden consultar cosas muy interesantes en el sitio oficial de Vatican News. Por último, me gustaría recordar que de muchas personas sabias y buenas escuché con frecuencia que: “solo quizá se llega más rápido, pero acompañados se llega más lejos”. Este panel en el que estamos participando es una manera de caminar acompañados en este tramo de nuestras vidas. Pido a Dios nos permita llegar lejos en el sueño y la realización de un mundo más humano y fraterno. Muchas gracias.

Karen Brito: Para democratizar el funcionamiento de las organizaciones no basta con proponérselo; hay que ir más allá, hay que revisar las estructuras, la manera en la que se trabaja, y si hay que cambiar algo, atreverse. Por supuesto, depende de diagnosticar cuáles y dónde están los problemas que, en el sentido que estamos discutiendo, pudieran afectar a la organización. Es importante la retroalimentación con las bases de esa organización: ¿qué piensan los miembros?, ¿qué se puede hacer diferente y mejor?, ¿cómo hacerlo?, ¿para qué y por qué existe la organización? Esas preguntas se deberían hacer con más frecuencia, para evitar achantarse y no dejar pasar la oportunidad de que buenas ideas, y mejores sueños contribuyan al proyecto colectivo.

Fernando Luis Rojas: La respuesta a esta pregunta pasa, en mi opinión, por tres escenarios de análisis:

1. Existe un grupo de organizaciones que desarrollan prácticas democráticas que en rigor pueden extenderse, compartirse y perfeccionarse;

2. Otras están abocadas a un proceso casi que de refundación en este sentido;

3. Está el escenario de la sociedad y la manera en que se articula y relaciona (o no) este desigual entramado organizacional.

Me concentraré en el segundo caso. Un grupo de organizaciones, en especial las de más larga data histórica y que, coincidentemente, aglutinan la mayor cantidad de personas, se enfrentan a la siguiente disyuntiva: ¿disolución, reestructuración o refundación?

Ante esta, se ponen sobre la mesa dos cuestiones:

1. Existe la posibilidad real de que las distorsiones y problemas que se expresan en las organizaciones no puedan “resolverse” en el marco de estas por las dinámicas que presentan: sus maneras de funcionar; la cualidad de las relaciones que mantienen con el Estado, el Partido Comunista, sus afiliados y el resto del entramado social y político del país; las características de sus dirigentes; sus estructuras; sus estatutos y reglamentos…

2. Impulsar el cambio desde las propias organizaciones.

Aunque siempre está latente la posibilidad de que continúe reproduciéndose el inmovilismo, es el segundo escenario el menos conflictivo —y por tanto probable— en la actual coyuntura nacional.

En términos prácticos pueden darse los siguientes pasos:

Promover un discurso de refundación que pasaría por un reconocimiento del “cambio de escenario”.

Acciones para la conciliación de una plataforma común con otros actores. Ello implica identificar esos otros actores que sostienen demandas particulares; organizar encuentros para consensuar agendas de demandas y trabajo común; promover acciones de comunicación en que se sitúen estos encuentros y los acuerdos logrados; conciliación y propuestas de regulación (generación legal) que comprendan las demandas de estos actores, con las que se comprometan las organizaciones.

Estos procesos implicarían transformaciones en los documentos de las organizaciones y en sus métodos.


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