Rolando González Patricio: La cultura en defensa de la nación


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Este artículo es parte de la serie de Catalejo La cultura en defensa de la nación

*Rolando González Patricio. Profesor e investigador.


 

Rolando González Patricio:  Me parece muy pertinente la elección de este tema. No podría afirmar categóricamente que se trata de un ámbito sobre el que existen posturas antagónicas en el ámbito nacional, pero sin duda estamos ante un asunto sobre el cual coexisten perspectivas encontradas y a veces enconadas. Esta gama de posicionamientos va desde quien puede considerar que no se requiere de políticas para que la cultura se desarrolle, hasta defensores de normatividades restrictivas ahistóricas. Por supuesto, existe un campo intermedio muy diverso, pero esa heterogeneidad o falta de consenso podría ser una de las razones por las cuales, a diferencia de otros ámbitos de la vida nacional, se ha avanzado mucho menos hacia una “actualización” de las políticas que rigen el campo cultural.

Catalejo: En el contexto de esta frase, cuál es para usted el significado de la cultura y cómo se debe interpretar la defensa de la nación? ¿Qué sentido tiene la defensa de la nación desde una perspectiva cultural?

RGP: Aunque parecería que para muchos la cultura todavía continúa siendo sinónimo del binomio creación artística-disfrute de las artes, y para algunos mera farándula yentretenimiento, lo cierto es que al menos desde fines del siglo XIX se desarrolla una noción más ambiciosa, más abarcadora, más antropológica y, por consiguiente, más atenta a los contextos y condicionamientos sociales. Bastaría recordar, en el caso cubano, el lugar de la cultura en el Manifiesto de Montecristi.

Sin ir más lejos y a riesgo de ser impreciso, podemos entender la cultura de una nación como un fenómeno complejo que acoge el universo de características intelectuales y emocionales, materiales y espirituales que singularizan a una sociedad. Más allá de las artes y las letras, abarcamodos de vida, creencias, tradiciones, valores y derechos. Dicho así, la cultura no es una cosa o una sustancia, sino algo que vive en la gente; es una manera de vivir, y por consiguiente corresponde a ese conglomerado humanoelegir rumbos a partir de su autorreconocimiento y sus consensos. No por casualidad se asocia la cultura con la capacidad o la libertad para generar alternativas. Por consiguiente, la noción de defensa en el ámbito cultural estaría referida a la o las respuestas a las amenazas reales o potenciales a cuanto se entiende como valioso para la nación.

En este punto resulta vital saber la noción con la cual se opera. La noción amplia de cultura remite a una creación y articulación del sentir, pensar y hacer colectivos, frente a la amenaza de lo nacional, en los cuales existe espacio legítimo para las artes y las letras, y tiene conexiones directas con la política y otros ámbitos. La noción estrecha suele conducir al panfleto y al error.

C: ¿Qué distingue el espacio propio de la cultura en la defensa de la nación? ¿Cuál es su alcance respecto a otros campos (estratégico-militar, político, económico, ideológico)?

RGP: Internacionalmente, salvo los defensores de las posturas más reaccionarias, existe consenso acerca del papel amplio y diverso que la cultura juega, y se subraya cómo, a través de ella, los seres humanos se expresan, toman conciencia de sí como individuos y como pueblos, se reconocen como proyecto inacabado tanto individual como colectivamente, juzgan sus realizaciones, y construyen horizontes. Se le considera una dimensión imprescindible del desarrollo, se reconoce que contribuye a fortalecer la independencia, la soberanía y la identidad de las naciones, y se le identifica como condición para el ejercicio de la libertad del individuo y como dimensión de la autodeterminación de los pueblos.

Aunque es imprescindible para esbozar cualquier análisis, no veo la cultura como algo separado de los campos estratégico-militar, político, económico o ideológico, en tanto zonas o esferas de un modo de vida. Las mujeres y los hombres que en Cuba intervienen en cada uno de ellos son parte de la cultura cubana; soldados y oficiales, políticos, trabajadores y empresarios, comunicadores y públicos, y todos los muchos otros son, consciente e inconscientemente, creadores y portadores de las más variadas expresiones de la rica diversidad cultural cubana. No es posible explicar sus actitudes y acciones de modo inconexo con sus sentimientos, valores, ideas, costumbres, convicciones y esperanzas. Tampoco deben confundirse cultura e ideología como sinónimos. La experiencia prueba que esa relación es un amor difícil, aunque una y otra tributan a la conformación de los consensos que sirven de base a la unidad nacional.

La cultura es un campo ideal para poner a prueba toda capacidad para hacer verdaderos análisis dialécticos.

La identidad cultural puede definirnos como individuos, como grupos o como pueblos al mismo tiempo. El diámetro mayor correspondería en esta geometría a la identidad nacional, abarcadora de las otras mencionadas, pero nunca equivalente a promedios o sumatoria alguna. Por otra parte, en ningún caso la identidad cultural debe entenderse como algo dado, monolítico, definitivo e irreversible. Bastaría una comparación de los cubanos de dos épocas diferentes para advertirlo con suficiente nitidez. Por ejemplo, los compatriotas de inicios del siglo XX no asumían sus precariedades de la manera en que lo hicieron las generaciones que vivieron los años más duros del Período especial, donde la resistencia estuvo mucho más marcada por la certeza de protección, la inventiva, los tintes del humor, y la íntima confianza en el arribo de tiempo mejores. Poco más de dos décadas después tampoco somos los mismos.

La explicación de ese fenómeno no puede ignorar un dato relevante: el proceso de transformaciones múltiples experimentado por la sociedad cubana en las décadas de transición socialista. Este elemento, más que un dato es toda una matriz. Los niveles de instrucción y la experiencia vivida en términos de igualdad sustantiva y amparo social son parte de ella.Sin embargo, a escala individual se imponen otros cuidados en el análisis. No debe confundirse la igualdad social con igualamiento de las identidades. No solo cada ser humano es único e irrepetible, sino que tiene por su dignidad el derecho a serlo. Acompaño a quienes afirman que hacemos el socialismo para que todos tengamos derecho a ser diferentes. Por tanto, todo ejercicio que atente contra la identidad de la nación, de la comunitaria o del individuo se identifica del lado de la dominación y exige una respuesta liberadora.

C: ¿Hasta qué punto la amenaza de la neocolonialidad cultural representa un desafío mayor para Cuba que en etapas anteriores? ¿Son más desfavorables las circunstancias globales? ¿La sociedad y la cultura se encuentran más expuestas? ¿Qué es diferente hoy?

RGP: En el mundo contemporáneo —asimétrico, desigual y excluyente— regido por los intereses del gran capital, la cultura es empleada para articular los consensos imprescindibles para la hegemonía del capitalismo, de los Estados Unidos, o de otro hegemón en sus respectivos contextos. Cualquiera de esos ejercicios hegemónicos incluye la voluntad de apoderarse del sentido común de las naciones, las comunidades o los individuos objeto de sometimiento. Los instrumentos son bien conocidos: la enseñanza, la prensa, la radio y la televisión, algunas denominaciones religiosas institucionalizadas, y todo el arsenal que ofrece internet, entre otros. Los modos de emplearlos reclamarían un espacio aparte.

No está de más recordar que, hasta los teóricos estadounidenses y europeos del realismo político en la teoría de las relaciones internacionales, obnubilados con el lugar del poder en ese escenario, reconocen, como Hans Morgenthau, la contribución de lo que ellos mismos denominan imperialismo cultural. Dicho de otro modo, la cultura, en las condiciones de asimetría económica y tecnológica realmente existentes, es operada de modo múltiple al servicio del gran capital y las potencias imperialistas. Por una parte, sirve para maximizar las ganancias en la medida en que moldea los gustos e induce las más diversas demandas que encarnan el consumismo. Por la otra, minimizan la resistencia al impactar sobre los más variados sujetos de identidad, incluidos los que disienten del capitalismo o pueden llegar a hacerlo.

Más o menos así opera también lo que comúnmente se denomina guerra cultural, un fenómeno más mencionado, descrito y cuestionado que estudiado en profundidad. A falta de exámenes más acabados, asumo la guerra cultural como el accionar de un sujeto de identidad para cambiar en beneficio propio a otro u otros sujetos de identidad. Una exposición de la multiplicidad de situaciones tipo reclamaría espacio propio.

En el escenario actual, la cultura cubana es amenazada al unísono en ambos sentidos. Dicho con el recurrente vocabulario estratégico-militar, la cultura cubana está siendo sometida a dos guerras simultáneas. Una, la que libra el capitalismo a escala planetaria, que incluye todo el arsenal a disposición de la neocolonización. En esta compartimos la suerte de muchos otros pueblos que también ven amenazadas no pocas expresiones de su diversidad y autodeterminación cultural y, por extensión, toda autodeterminación. La segunda es una guerra cultural específica contra Cuba, diseñada y desplegada desde los Estados Unidos principalmente. Su fin inmediato es una suerte de modificación genética de la identidad cultural de la nación, al tiempo que abarca de modo selectivo ciertas comunidades, grupos o sectores y, por carambola, a la mayor cantidad posible de cubanas y cubanos.

Puede afirmarse que, en semejantes escenario, y en el contexto de la creciente interconexión comunicacional, Cuba está más expuesta que en otras épocas. Ya no vivimos años en los cuales disponíamos de los mayores índices de igualdad, dos canales de televisión nacional, no llegaban turistas occidentales o estadounidenses, era mínima la movilidad de ida y vuelta al exterior, etc. Hoy son millones los que reciben el influjo de las redes sociales, llegan millones de turistas cada año, suman cientos de miles los viajeros de corta duración que retornan con nuevas vivencias, y tenemos una sociedad mucho más heterogénea, donde aparecen amagos hedonistas, y es también más heterogénea la gama de consumos culturales. Aunque esa comparación está lejos de ser exhaustiva, también es cierto que se dispone de mayores niveles de instrucción, de mayor densidad cultural y de mayor capacidad de discernimiento para decantar y elegir. La asimetría es inmensa, pero no parece tan abismal como la vivida por Cuba durante seis décadas bajo control de los Estados Unidos y, aun así, los cubanos supieron hacerse de las riendas de un destino para sí y las han conservado.

El pesimismo es desmovilizador, pero el optimismo ciego es muy costoso. Se dispone de más capacidades acumuladas que en épocas anteriores, pero es una contienda a ganar cada día. Con razón se afirma que las batallas de la guerra cultural se libran sobre las tablas de la vida cotidiana.

Debo agregar que las guerras culturales que se nos hacen tienen muchos elementos comunes. Uno de ellos consiste en erosionar la memoria histórica. La desmemoria es buena aliada de la dominación porque oculta sus crímenes y desorienta a las víctimas. En consecuencia, nos deshacemos en esfuerzos por difundir la historia nacional y multiplicar el conocimiento del pasado. Eso es indispensable, pero jamás será suficiente, aun cuando se haga eficazmente. A la recurrencia machacona del pasado suelo llamarla síndrome del retrovisor; no se avanza de modo seguro solo atentos al camino vencido. La memoria es una batalla estratégica, pero la guerra es por el porvenir. Los futuros en disputa son la meta estratégica de la guerra cultural contra Cuba. No debe olvidarse que las identidades de las personas y los pueblos son una mezcla que incluye la sedimentación del pasado y la fermentación del presente, pero toma el color de las expectativas, sean esperanzas o ambiciones. Si la historia de la humanidad registra abundante testimonio de las marcadas diferencias entre los pueblos y entre los hombres a partir de las apropiaciones de futuros posibles, no debemos dedicar todas las fuerzas a preservar la memoria, si eso implica desproteger las esperanzas. Puede sospecharse que la aleación de memorias y esperanzas provee un blindaje inequívoco.

C: ¿Qué papel le atribuye a los artistas e intelectuales frente a estas amenazas? ¿En el seno de la sociedad cubana? ¿En su proyección internacional? ¿Se comportan así realmente? ¿Cómo facilitarlo?

RGP: Los artistas e intelectuales son protagonistas de la vida cultural, aunque no sean los únicos, pero son mujeres y hombres históricamente condicionados, con capacidad para acertar y errar. Genios como Marx o Martí erraron más de una vez a partir de los elementos disponibles para uno u otro juicio. Pero sin duda alguna tienen la capacidad y la sensibilidad para intuir y advertir —a veces antes que el científico o el político— fenómenos, situaciones, tendencias u oportunidades que resultan centrales en el contexto de una guerra cultural que, además, los toma como blanco. Cuando se logra preservar ese sector de los peores efectos de esa guerra, y se le activa de modo oportuno y pertinente, es posible disponer de una suerte de tropas especiales. Comienza entonces el dilema referido a cómo operar.

Aquí nos adentramos inevitablemente en el lugar de las instituciones, encargadas de conocer el teatro de operaciones, diagnosticar y caracterizar cada posible golpe del contrario, así como planificar, articular y desplegar la contraofensiva. Pero no olvidemos que ninguna guerra se gana solo desde las trincheras de la defensa. La victoria es un camino empedrado de iniciativas. Esto es particularmente necesario porque una de las complejidades de la guerra cultural consiste en que la efectividad de las operaciones propias no se mide tanto por el daño causado al contrario como por las bajas evitadas de nuestro lado.

En este campo —y estamos hablando, en primer lugar, del escenario interno— esas tropas especiales de la creación y el intelecto pueden prestar un servicio inigualable, siempre que dispongan de objetivos claros y el fin no haga sacrificar el rigor y la calidad artística. La literatura y las artes no existen para traernos las buenas noticias del mundo ideal. Su principal materia prima se extrae de los conflictos y los dolores humanos, cuya elaboración creadora alcanza la capacidad de tocar los sentimientos del receptor de la obra y propiciar su reflexión. Pero este ejercicio final depende de múltiples variables, por eso, la formación de públicos no es menos necesaria que la enseñanza artística. Esa parece ser una asignatura en la cual se alcanzan las mejores calificaciones desde hace algún tiempo.

En el ámbito externo los artistas e intelectuales pueden contribuir significativamente, también a través de sus públicos, a romper los velos del silencio o la satanización según el caso. Los públicos foráneos actúan, contra o a favor, según sea el caso, de que la voluntad hegemónica levante una visión sobre la nación cubana en la cual no nos reconocemos.

Se trata de una contienda en la cual el triunfo se construye a diario y de muchos elementos. Entre ellos, se hace pertinente lograr que cada artista e intelectual pueda percibir las sutilezas y los costos de la guerra cultural en curso y elegir su posición. La percepción del riesgo antecede necesariamente al reflejo salvador. En este caso, la cotidianidad con que tiene lugar esta guerra no debe operar contra la noción de la gravedad de sus alcances potenciales, ni en detrimento del apremio en su enfrentamiento. Las instituciones pueden contribuir notablemente, siempre que se mantengan como interlocutores efectivos y sean capaces de propiciar oportunamente acciones y programas que partan más del diagnóstico que de oportunidades o hechos aparentemente inconexos. Hablo de instituciones plenamente capaces de implementar la política cultural respectiva más que de aparatos para la administración de la cultura.

C: Si la cultura nacional abarca rasgos diversos y cambiantes, ¿reconoce usted identidades culturales diferenciadas y en movimiento? ¿Qué importancia tiene esta distinción para representar la cultura nacional actual que debe defenderse?

RGP: Como he mencionado antes, la identidad de una nación presupone una multiplicidad de identidades a su interior, y en todos los casos se trata de procesos inacabados y en permanente transformación. En este ámbito, el proyecto socialista necesita siempre fomentar esa diversidad y evitar su erosión. En el orden cultural cualquier exclusión, por involuntaria o legítima que parezca, tiende a multiplicar sus costos de modos muy variados y no siempre predecibles.

La política inclusiva, más allá de abonar la unidad de la nación, estimula el desarrollo de raíces profundas. Esto no presupone que las identidades sean procesos absolutamente espontáneos. La experiencia histórica prueba lo contrario y la evidencia científica documenta una multiplicidad de casos en los cuales rasgos identitarios se transforman en el mediano y largo plazos de manera intencionada. Por consiguiente, la capacidad para advertir esos cambios es determinante para actuar en consecuencia. No sería para nada dialéctico suponer que en una nación cada vez más expuesta o interconectada con el exterior e inmersa en múltiples transformaciones económicasy sociales las identidades permanezcan inmutables. Cuando se sabe que el propósito de los adversarios de la nación pasa por inducir transformaciones identitarias parece clara la necesidad desde este lado.

Por ejemplo, la solidaridad alcanzó en la cultura cubana prácticas paradigmáticas, si se le compara con su pasado y con el exterior, que han tributado a la unidad y al proyecto socialista. Sin embargo, la actual heterogeneización de la vida económico-social, la diversificación de los niveles de ingreso y de consumo —incluyamos aquí los diferentes consumos culturales— podría amenazar con el afloramiento del individualismo castrador en términos libertarios.

C: Si la cultura cubana no está limitada al territorio de la isla, ¿en qué medida la protección de lanación rebasa sus fronteras? ¿Qué implicaciones tiene este enfoque para el planteamiento de una estrategia de política cultural eficaz?

RGP: Creo que en parte respondí esa interrogante cuando mencionaba la importancia del influjo de nuestros artistas e intelectuales sobre los públicos en el exterior, cualquiera que sea su nacionalidad, para evitar que se nos construya una imagen adversa solo útil a los enemigos de la autodeterminación nacional. Podría agregar que, en este sentido, no es menor cuanto se haga en el camino del reconocimiento de las mejores aportaciones de creadores cubanos radicados en otras latitudes. Pero, en cualquier circunstancia, parece imprescindible disponer de programas eficaces articulados para que el ejercicio de mostrarnos al exterior, como somos y como queremos ser, no sea eventual ni equívoco. Y por si fuera poco, no deberíamos restringir esas acciones de defensa de la cultura nacional a los aportes de las artes y la literatura.

C: Tomando en cuenta la historia de la Revolución, ¿qué recomendaciones haría usted para la aplicación de una estrategia cultural en defensa de la nación? ¿De qué manera precaver contra el folclorismo, el populismo, el elitismo, el provincianismo aldeano, como representaciones de una cultura nacional que se procura defender?

RGP: La estrategia mayor pasa por el proyecto mismo de nación y de construcción de futuros. El cambio fundamental de circunstancias operado en Cuba a partir de 1959 ha marcado nuestros desarrollos culturales tanto en lo individual y colectivo como en el orden nacional. Esto, a su vez, aporta capacidades críticas para desempeños mayores. Dicho del modo más breve, nada defiende más en este campo que el hacer del rigor. El fomento armónico de la cultura es la base de esa defensa. Sin embargo, tengo la impresión de que nos está costando mucho tiempo y oportunidades no “actualizar” las políticas culturales en curso. Las Palabras a los intelectuales de Fidel serán siempre el programa primigenio aportador de principios imprescindibles e irrenunciables, pero los mismos escenarios cambiantes que han llevado a actualizar las políticas en otras dimensiones de la sociedad no justifican esquivar la actualización pertinente. Lo que Fidel acuñó como “batalla de ideas” se proyectó mucho más allá de lo meramente ideológico y persiguió el cambio cultural.

En el mundo contemporáneo, cada vez más asimétrico e interconectado, las líneas de defensa de la cultura no coinciden con los límites geográficos que fijan la soberanía estatal. Es preciso ir más allá y, sobre todo, mucho más acá, hasta la capacidad individual de discernimiento. Las verdaderas fronteras, culturalmente hablando, se encuentran hoy en la cultura de cada individuo; en sus valores, sentimientos, hábitos, preferencias, prácticas, etc. Y todos esos ámbitos están influidos en cada caso por la (in)capacidad del individuo para ejercer una apropiación crítica de lo propio y especialmente de lo foráneo.

Las expresiones de folclorismo, populismo, elitismo o provincianismo aldeano también son hijas de la desactualización de algunos mecanismos vigentes. Si en un territorio se deteriora la calidad de las publicaciones, cuando se trata de un proceso marcadamente institucional, es porque más de un factor está fallando. Uno de ellos puede ser el proceso de evaluación y aprobación de los originales, que suele ejercer un grupo de intelectuales del territorio que unas veces actúan como “jueces” y otras como autores, y ya sabemos a dónde lleva eso de ser juez y parte. ¿Por qué los consejos editoriales reales de una provincia no se nutren en mayor medida de profesionales competentes de otros territorios?

El trabajo cultural, como toda obra humana, es inacabado y perfectible. Un análisis que, sin dejar a un lado los mejores registros en este campo, indague sobre las carencias, tropezará inevitablemente con cuanto se ha perdido o falta por hacer en materia de formación intencionada y efectiva de públicos, y con el desarrollo integral de la crítica especializada.

C: ¿Cómo evitar que la defensa de la nación desde la cultura se confunda con atrincheramiento y proyecte vulnerabilidad? ¿Cómo fomentar una cultura nacional que acepta el reto del intercambio, desde una conciencia cultural más cierta y segura de sí?

RGP: Llegados a estas alturas del diálogo se impone la brevedad. No creo tener todos los elementos que hacen una respuesta suficientemente sólida. Esa, como todo en la órbita cultural, tiene que ser plural y participativa. En mi opinión, frente al atrincheramiento aldeano disponemos de un antídoto secular en la voz de José Martí. El pensador que se burlaba de los que una vez negaron a Colón el paso al nuevo mundo, y de quienes llamaron a temer el avance de la locomotora y llegaron resoplando cuando no quedaron hechos pulpa en el camino, es el mismo que con todo conocimiento de causa lanzó el mandato de injertar el mundo en nuestras repúblicas a partir del tronco propio. Ninguna cultura es únicamente creación endógena. Todas reciben aportes de otras. La sostenibilidad en términos culturales pasa por la capacidad para hacer asimilaciones críticas. Hacerlas eficazmente es mucho más que un acto de necesidad o defensa; es también parte dela capacidad para dialogar e influir más allá de nuestras playas y de los días que corren.


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