Cultura política y cultura de hacer política


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Obra Arcángeles del Alba, de Nelson Domínguez. Foto: Ilustrativa/Tomada del Periódico Granma.

Entre los más importantes aportes teóricos que forman parte de las ideas sustanciales que, verificadas en la práctica, han acompañado desde sus inicios a la Revolución Cubana, se encuentra lo que Armando Hart catalogó como «la cultura de hacer política», situando a José Martí y Fidel Castro como sus más destacados y relevantes exponentes, y señalando a ambos como representantes de «ese fruto más puro y útil de la historia de las ideas cubanas».

No se trata de cultura política, que es –desde luego– la fuente esencial de la cual se nutrió la inmensa sabiduría de ambos, sino de las formas prácticas de su materialización y de las maneras de remontar, exitosamente, los obstáculos que se levantan ante todo proyecto trascendente y de cambios.

Sigamos la definición martiana de política, como «el arte de inventar un recurso a cada nuevo recurso de los contrarios, de convertir los reveses en fortuna, de adecuarse al momento presente, sin que la adecuación cueste el sacrificio, o la merma del ideal que se persigue; de cejar para tomar empuje, de caer sobre el enemigo, antes de que tenga sus ejércitos en fila y su batalla preparada».

Se trata, pues, de una categoría de la práctica que debe combinar sabiamente la radicalidad con la armonía y regirse por principios éticos. Así se expresa en la identidad nacional cubana, teniendo en su médula la cultura política y educacional presente en nuestra tradición intelectual.

Las ideas pedagógicas y filosóficas cubanas, desde Caballero, Varela y Luz hasta nuestros días, tienen ya dos siglos de historia y han estado vinculadas a las constantes aspiraciones y necesidades populares. Nunca la ciencia y la cultura se pusieron en contradicción con las creencias divinas.

Hay, por tanto, una vasta cultura para compartir y difundir que, abrazada por las nuevas generaciones de cubanos, podrá seguir ejerciendo hacia el futuro una influencia política, filosófica y cultural de profunda repercusión y largo alcance.

Como nos reiterara Hart en más de una ocasión, es necesario saber diferenciar, y a la vez relacionar la ideología –entendida como producción de ideas– con la ciencia, la ética y la política. En otras partes del mundo, confundieron estas categorías o no supieron relacionarlas.

El capitalismo, pragmático y perverso en su modo de segmentar la realidad, no puede hacerlo, y solo un pensamiento dialéctico, materialista puede realizarlo: diferenciar y relacionar las realizaciones concretas del ser humano. Es para ello necesario, además, inteligencia, sensibilidad, conocimientos y cultura, integrando el esfuerzo generalizado del pueblo para abordar ese reto inmenso.

Para la Revolución Cubana, a lo largo de más de siglo y medio de luchas ininterrumpidas, la idea clave ha estado en desterrar la consigna funesta de «divide y vencerás», practicada por los imperios, y en exaltar el principio democrático, popular y justo de «unir para vencer», junto al cumplimiento de la sentencia martiana en cuanto a que «la facultad de asociarse es el secreto de lo humano».

Es, en los tiempos actuales, un humanismo que relacione cultura y desarrollo, y permita asumir con ciencia y con ética el confuso mundo globalizado –y también digitalizado– del presente y del porvenir.

CULTURA MARTIANA Y CULTURA FIDELISTA DE HACER POLÍTICA

Sobre la base de la mejor tradición y las enseñanzas martianas, Fidel Castro desarrolló, en la pasada centuria, y hasta la actual, la idea revolucionaria de «unir para vencer», superando, en las condiciones cubanas, la vieja divisa reaccionaria de «divide y vencerás», emergida desde el seno de la sociedad feudal a través de toda la historia de la llamada civilización occidental dominante.

Como lo fue el Partido Revolucionario Cubano de Martí para la organización y el reinicio de la guerra de independencia, esta vez fue la culminación de un largo y difícil camino, donde se puso de manifiesto, de manera extraordinaria, la que Hart llamó «cultura fidelista de hacer política», o sea, poder catalizador y armonizador, sentido humanista, rehuir y evitar exclusiones; «ni tolerantes ni implacables», fue el rumbo invariable y la semilla sembrada, cosechándose hasta la hora actual.

Cuando Fidel afirmó, en sus memorables palabras del aula magna de la Universidad Central de Venezuela, que «toda revolución es hija de la cultura y de las ideas», situó a ambos componentes como máxima prioridad en el escenario político, se colocó en la vanguardia ideológica mundial y puso a la cultura –genuina creación humana– en el centro de la política y de la lucha de ideas. La vida así nos lo muestra constantemente.

En el caso cubano, la mejor tradición de dos siglos de ideas integradas al acervo cultural de la nación representa nuestra fuerza y cohesión, y nos presenta ante el mundo con rasgos propios y muy definidos como sociedad y como país.

Viniendo hasta nuestros días, «la cultura de hacer política» se reitera como el fruto más original y útil de las ideas cubanas, alcanzando en las formas prácticas de hacerla un aporte singular a la historia de las ideas políticas universales, pensando como país.

Muy relacionado con lo anterior, el Presidente Miguel Díaz-Canel dijo ante la Asamblea Nacional: «Las organizaciones políticas y de masas están llamadas a ser más proactivas e incluyentes. No descuidar nunca el importante componente social en su trabajo político-ideológico y trabajar con todos, no solo con los convencidos, también con los apáticos, en cuya indiferencia tenemos una cuota de responsabilidad los que no hemos sido capaces de sumarlos…».

El aporte de José Martí a las ideas políticas se fundamentó en iluminar y esclarecer, con su inmensa cultura y su múltiple erudición, las formas prácticas de hacer política.

Basado en la tradición de las enseñanzas martianas –en la segunda mitad del siglo XX–, Fidel forjó la unidad del pueblo cubano para hacer la Revolución, defenderla, desarrollarla y vencer todos los obstáculos interpuestos en su avance.

Ese legado, en conjunto, constituye la cultura de hacer política, concebida como una categoría de la práctica que, en lo fundamental, consiste en derrotar el divide y vencerás, y establecer la idea revolucionaria de unir para vencer, sobre fundamentos éticos que incorporen a la gran mayoría de la población.

En un momento cargado de peligros, pero también de enormes posibilidades para la lucha a favor del mundo mejor al que aspiramos millones de seres en todo el planeta, se hace necesario, como nunca antes, la investigación, el estudio y la promoción de este principio martiano y fidelista.

La cultura política –de por sí importante– puede resultar insuficiente o incompleta para alcanzar los más elevados objetivos si «la cultura de hacer política» no la acompaña. La vida y la historia han mostrado ejemplos suficientes en ese sentido, y siguen haciéndolo.


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