De regreso al callejón de los suspiros X: Soy todo


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Casi treinta años después de aquella primera peña, El Ambia comienza a dar acuse de cansancio, al menos físico. La Peña, su peña, estaba cumpliendo la edad de Cristo; ese número que “los médicos de antes” te hacían repetir hasta tres veces.

Di treinta y tres “… ese es el nombre de un poema que quiero escribir a un médico que es mi ambia… Felo el puya… tú lo conoces… te juro que lo termino y va en el libro que estoy escribiendo… es un homenaje a todas esas personas que me han ayudado… a los enemigos y a los consortes del barrio que murieron de tanto efori, en la prisión o en la vida… sí, porque yo soy un marginal ambia, pero soy poeta y amigo de Pablo Milanés y consorte de Efigenio Ameijeiras y amigo de todos los que vienen a esta peña…”.

Ciertamente ya estaba cansado. Sobre sus espaldas cargaba con orgullo sus casi ochenta años y aunque pocos sabían su fecha exacta de nacimiento, él siempre celebraba su cumpleaños en cada peña o el día que le daba ganas.

Lo único que no se agotaba en él, en su personalidad, era su afán por la rumba. El golpe de los tambores le devolvía a la vida, le revitalizaba. Pocas veces lo decía, pero sentía orgullo de haber “descubierto para la cultura cubana a Yoruba Andabo; el haber rescatado, casi del olvido, al grupo Clave y guaguancó que dirigía desde hacía años Amado de Jesús Dedéu, quien fue compañero de juegos en las calles del barrio de Cayo Hueso; de haber dignificado la rumba como pocos y de que unos de sus poemas fuera un éxito de Los Van Van.

También se burlaba en voz baja de aquellos que no le querían, que maldecían a sus espaldas y que alguna vez le discriminaron; pero que ahora se ufanaban de conocerle, sobre todo cuando necesitaban un espacio social al que concurrir con amigos “yumas”. Sí, porque la Peña de El Ambia fue alguna vez una suerte de estación para aquello que muchos llamaron “el jineteo intelectual”. Muchos lo saben porque lo vivieron. También era el lugar de encuentro de aquellos a los que consideraba sus amigos. Muchos partieron antes que se formara la siguiente rumba, pero él los mencionaba sin vergüenza, con alegría repetía sus nombres y hasta lanzaba una bocanada de ron a la tierra en honor de esos eggun que alguna vez le acompañaron.

Eloy Machado, El Ambia o simplemente El oficial, había abierto las puertas de la rumba nuevamente a la cultura cubana, con toda la autenticidad que ella posee. Había dinamizado todos los procesos afines a ella y, desde su plataforma, había visto nacer, modificarse y hasta desaparecer grupos de rumba, rumberos, tamboreros o simplemente a mortales que habían sucumbido al embrujo de los tambores.

Nada en la rumba o entre los rumberos le era ajeno y ellos lo sabían. Sabían que era uno de ellos, aunque nunca tuviera un tambor entre sus manos, aunque desafinara. Conocía las interioridades de la rumba, guardaba secretos que le hubieran costado la vida y orgullosamente le llamaban ecobio.

Para diciembre del año 2018 estaba herido de muerte. Su salud se había resentido, aun así no faltó a sus dos rumbas, ni a la primera del mes de enero del año 2019; estaba herido y la muerte lo sabía (como había sentenciado cierto trovador alguna vez), por eso llegó con su sentencia de siempre: “…ambia, yo estoy enconsortado con la vida…” y bailó casi como de costumbre y volvió a recitar aquel poema que escribiera su madre muchos años atrás y se sentó a los pies de una bailarina que imitaba a Elegua, ese santo mitad niño mitad hombre, siempre travieso y pícaro que abre los caminos.

Eloy Machado se decidió a morir un 28 de enero –otros dicen que el 29—, lo cierto es que su tránsito no fue callado. Había estado organizando la rumba de la semana siguiente y quería invitar a Clave y Guaguancó y a Yoruba Andabo.

Había celebrado el Día de Reyes de ese año –6 de enero— y se paseó entre los íremes y fue bendecido. Fue su último baile, su despedida de aquella peña que le había colocado en el centro de la cultura cubana.

Eloy Machado Pérez, El Ambia, había fallecido y la siguiente rumba se hizo como la pensó, con Clave y Guaguancó y Yoruba Andabo; incluso fue más abarcadora, pues vinieron Los Muñequitos de Matanzas y todos los rumberos que pudieron fueron aquella tarde al Hurón Azul. Fue “su llanto”, muy al estilo de los abakuá y en el lugar donde solía sentarse se encendió una vela y se colocó un vaso de ron lleno hasta su borde... Y allí estuvo...

Lo que nadie imaginó fue que aquella misma tarde se decidió la suerte de Clave y Guaguancó y de Yoruba Andabo. Para mal de la cultura cubana y de la rumba, nunca más volvieron a la Peña de El Ambia, nunca más se volvieron a presentar.

Los integrantes de Yoruba Andabo se han perdido en las calles y ciudades de México, fueron a cumplir un contrato y allí quedó sepultada su existencia. Clave y Guaguancó corrió una suerte parecida: Amado Dedéu, aquejado de algunas dolencias, fue a visitar a su hijo en Canadá y tras su partida los integrantes del grupo se dispersaron, algunos emigraron y otros decidieron unirse a otras agrupaciones de rumba; casi setenta años después de haberse fundado desaparecía uno de los grupos rumberos que había heredado la tradición de los coros de clave.

La Peña de El Ambia, pasada la pandemia del COVID-19, fue retomada por Justo Pelladito, un gran rumbero proveniente de Matanzas e hijo de uno de los fundadores de los Muñequitos de Matanzas; pero las cosas hoy son distintas. Hay otra ciudad y a la rumba le están aplicando ingeniería inversa: ahora mandan los caramelos en la fiesta (según la filosofía del Tío Tom) y los bombones… bien gracias… esperando que la cultura cubana –lo mismo que la era— para un nuevo Eloy Machado. Cosa que sabemos no va a ocurrir y si ocurre, no estaremos para verla.


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