El mayor gesto de amor


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Cada madre construye un puente que la conecta eternamente con su hijo. Muchas son las tareas que realizan a diario y resultan de vital importancia para la mujer en la sociedad, pero sin dudas el ser madre es un gesto encomiablemente mayor.

Profesionales o amas de casas, posponen sus quehaceres en pos de que los hijos se críen con la figura materna, pues dispuestas están a realizar tal esfuerzo y entrega. Esta demandante labor de ser una guía para los hijos, ayudarles a ser independientes, trasmitirles amor y respeto, las hace convertirse en psicólogas, enfermeras, cocineras, dietistas, entrenadoras, profesoras, choferes, costureras y en servicio los 365 días al año por 24 horas.

Es un aprendizaje maravilloso, que nos educa día a día. No hay manera de ser una madre perfecta, se asume con el tiempo y la experiencia, basta con ser una buena madre, puesto que tendremos que convivir con imprevistos que harán difícil la labor. El regocijo está en verles crecer fuertes y saludables, y en demostrarles cuánto les amamos y son importantes para nosotras. Besarlos, abrazarlos, todo ello es como varita mágica y referente en su seguridad.

 

“Ser madre es una actitud, no una relación biológica.”  Robert A. Heinlein

 

Pero en nuestro rol está el también el de fijar límites. Las enseñanzas de una madre son para siempre, de modo que te darás cuenta que con los años tus hijos se harán adultos y adoptarán ante la vida las actitudes y las enseñanzas que desde niños les inculcaste. Por ello, ¡edúcalos bien, no para ti, sino para el mundo! En ese proceso puede que sus acciones, toma de decisiones u opiniones no compartas, pero debes respetar y sobre todo asumir. Los hijos no son perfectos o no al menos en la forma en que los idealizamos. De modo que, si asumimos el proceso de crecimiento como algo natural e inevitable, podremos ir viendo y conociendo cómo es su personalidad y encaminarlos por el bien.

Sin embargo, hemos de enseñarles que hay cosas que “no son negociables”, y que cada paso trae consigo consecuencias, puesto que los límites son su aprendizaje, así como hay que dejarles que caminen, tropiecen y se levanten. Así es, ser madre no significa solo cambiar pañales, calentar biberones o preparar los purés, ese solo es el comienzo. Soñamos millones de ilusiones y vivimos con miles de responsabilidades.

 

“No hay ninguna función en la vida más esencial ni más eterna que la de la maternidad”, dice el élder M. Russell Ballard,

 

Cambiaremos nuestros estilos de vida, tiempo y forma de pensar por nuestros hijos. Nos convertiremos en entrega y abnegación para educar y sacarlos hacia adelante.  Les enseñaremos a vivir y formaremos parte de sus días. Pero no sonreiremos siempre, nos aguardan noches de desvelos e insomnio, sobre todo si los sentimos lejos o enfermos. Inventaremos cientos de maneras para que regresen a nuestro lado, incluso cuando han abandonado el nido materno.  Pero al mismo tiempo coseremos unas alas enormes y ligeras que les permitan volar muy alto, pues sus éxitos y fracasos serán los nuestros.

El mejor regalo para una madre es compartir tiempo con ella, y aunque las tengamos lejos, pues se impone el confinamiento y otras han pasado a planos supraterrenales, sé que todos atesoramos aquellos cálidos abrazos, el regaño ante lo mal hecho o la sonrisa orgullosa como bien preciado.

 

“Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo, en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado.” Madre Teresa de Calcuta

 


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