Érase una vez la salsa: al son de Santiago se baila también


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Septeto Santiaguero

 

Cómo entender la historia musical cubana de los años noventa sin tomar en cuenta los distintos acontecimientos que ocurrieron en la ciudad de Santiago de Cuba y que involucraron a por lo menos tres generaciones de músicos y en los que interactuaban, sin que mediaran conflictos de intereses o prejuicios, trovadores tradicionales, nuevos trovadores e integrantes de las diversas orquestas que existían en esa ciudad; además de tener presente esa influencia entre los estudiantes de música del conservatorio de esa ciudad.

Los principales referentes de la música santiaguera a nivel nacional eran el Conjunto Son 14 y el grupo Karachi; no solo se presentaban en las más importantes plazas de la capital y en los principales programas de televisión de alcance nacional. Habían y existían, otras orquestas, conjuntos, tríos, dúos y cantantes solistas que eran conocidos de modo intermitente gracias a un tema X que se había popularizado de repente, pero con esa misma fuerza fugaz desaparecían.

Caso raro era el de la orquesta Los Taínos –una de las mejores orquestas cubanas de todos los tiempos que surgieron en esa ciudad y que lamentablemente pocos conocen—, a la que constantemente hacía referencia el conductor de programas de Radio Progreso Eduardo Rosillo y siempre estaba presto a radiar sus temas. Sin embargo; no llegaron a obtener, a nivel de público en la capital, la aceptación que sí tuvieron sus coterráneos de Karachi y de Son 14.

Una de las fortalezas musicales de la música en Santiago está en la proliferación de pequeños formatos musicales dedicados a la música tradicional, en los que convivían músicos jóvenes y músicos mayores como era el caso del Cuarteto Patria. También estaban exponentes de la nueva trova que entendían que acercarse al son y a la trova santiaguera era su razón de ser, más allá de lo meramente folklórico que había caracterizado en algún momento al MNT; y es el caso del grupo Granma que en un comienzo siguió la ruta de Manguaré hasta que la abandonó para regresar a la riqueza de la música santiaguera.

En Santiago era sólida la vida musical en la Casa de la Trova, a la que acudían todos los santiagueros, sin importar edad o condición social y profesional, a un reencuentro constante con esa música que les ha definido y de la que son defensores a ultranza: el son tradicional.

Llegados los años noventa y con las nuevas tendencias musicales, los músicos santiagueros deciden insertarse en la misma y es entonces que conocemos de modo efímero una formación llamada Banda XL que se acercó desde su visión particular de lo contemporáneo al fenómeno de la timba. Solo que el asunto timba era liderado desde La Habana y sus diversos espacios tanto bailables como comunicacionales.

Entonces, qué debían hacer los músicos santiagueros para poder mantenerse e insertarse en esta nueva realidad musical que se estaba generando y a la cual no habían sido invitados por obra y gracia del fatalismo geográfico y el habanacentrismo que ha existido en los últimos treinta o cuarenta años.

Sencillo: reinventarse y regresar al son tradicional, a ese son santiaguero que definieron tanto el Trío Matamoros como el Dúo Los Compadres y para ello asumieron un formato atípico para esa zona geográfica, el del Septeto; a esa música que gravita por las calles de esa ciudad y que está implícita tanto en el habla como en el modo de vivir del santiaguero común. Y la “universidad del son” estaba abierta y disponible a los músicos de esa ciudad que decidieran apostar por esa música. Me refiero a la Casa de la trova, en la que aún se podían encontrar a los “catedráticos” más calificados.

Los septetos que surgieron en Santiago a lo largo de los años noventa y los posteriores, reinventaron el son y dieron nuevos aires a la música tradicional cubana. El septeto surgido en Santiago para nada era un remedo de sus pares habaneros, aunque sí tenían presente la mirada que sobre el son había asumido desde los años ochenta el liderado por el tresero Juan de Marcos González con Sierra Maestra.

El sonido de los treseros santiagueros comenzó a distanciarse de los lugares comunes que hasta ese entonces definían el modo de ejecutar ese instrumento; lo mismo comenzó a ocurrir con el sonido (el golpe) del bajo, era más sincopado pero con aires de jazz y el repertorio, esa arma definitoria en el tema de llegar a los públicos. Por el que se decantaron fue por una combinación de sones y boleros ya conocidos, combinados con temas que seguían esa línea; la indefectible línea de la trova santiaguera que había definido Miguel Matamoros.

Solo faltaba un golpe de suerte –es decir promoción— para que esta nueva mirada a la música tradicional llegara a diversos públicos. Y llegó justo de la mano de “los catedráticos” que para ese momento estaban en activo y que se reunieron en un proyecto llamado La vieja trova santiaguera.

Poco tiempo después, avanzado los años noventa, formatos como La familia Valera-Miranda, La Estudiantina Invasora y el Cuarteto Patria encontraron espacios más allá de la Casa de la Trova. En ciertos lugares del mundo, sobre todo en Europa, comenzaba una avidez y una necesidad de consumir esa música cubana que había dejado en la memoria colectiva Miguel Matamoros.

Lo interesante de este proceso de reasimilación de la música tradicional desde el formato de septeto en Santiago, es que cada uno tenía su propia personalidad, su propio sello y los repertorios eran muy personales, a pesar de que habían al menos tres temas de obligada presencia. No podía faltar El son de la loma, El Chan chan y por supuesto El cuarto de Tula.

Era toda una experiencia musical única escuchar a aquellos músicos que habían regresado a la tradición y la estaban reinventado, alimentando y aportándole las energías de su tiempo sin renegar de sus antecesores.

Nombres como los del Septeto Santiaguero, el Ecos del Tivolí, Siboney, comenzaron a ser conocidos más allá de los espacios santiagueros. Llegaron primero a escenarios de Alemania, Bélgica, Francia y España que a los habaneros.

Pero la capital, los habaneros y los mismos músicos que estaban liderando los procesos de cambios que definieron la timba, necesitaban escuchar, ver y entender que la música santiaguera estaba viva y que podía disputar un espacio en el gusto popular; y de ello se encargó el bajista Ernesto “Palma” en el mismo momento que funda y hace popular en La Habana un septeto llamado Los jóvenes clásicos del son.

Todo indicaba que Santiago había regresado a la música cubana por la puerta ancha. El florecimiento de septetos de música tradicional que corrió en La Habana tras Los clásicos del son fue la confirmación de ese retorno.

Santiago podía aportar más y de ello se encargaría, a finales de los años ochenta, el músico santiaguero Ricardo Leyva cuando desembarque con su orquesta Sur Caribe en los escenarios habaneros.

Ricardo Leyva y Sur Caribe.

 


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