La construcción de la patria en “Patria” (III)


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La construcción de la patria en “Patria” (II)

La construcción de la patria en “Patria” (I)

 

III

Hombres y mujeres, patriotas cubanos de muy diferentes orígenes y prestigio, fueron destacados en Patria. Entre los hombres, descuella la figura de Máximo Gómez. Una reseña de un folleto que escribió Gómez sobre la batalla de Naranjo, “conmovedor y conciso”, fue publicado en el periódico. La visita del Generalísimo a Filadelfia, a casa de Marcos Morales, el guajiro que debió batallar con el idioma en tierra extraña y prometió que lo que ganara en su almacén de tabaco sería para la patria ─a quien se le dedicó su recordatorio cuando murió─, fue reportada en la publicación. Más cálida fue la descripción que Martí hiciera de su visita a la casa de Gómez en Montecristi, en 1893; allí retrata al “jinete pensativo” con “el pañuelo al cuello”, su “corbata campesina” y el bigote ya blanco; en aquel hogar fue muy bien recibido por la prole y la esposa del guerrero, y con él estuvo tres días conversando “sobre tanteos del pasado y la certidumbre de lo porvenir”; allí vio al militar sin frase hueca ni mirada de soslayo; allí, del hijo mayor, Francisco, escuchó frases como “‘¡Ay, Cuba del alma!’, ‘¿Y será verdad esta vez?: ¡porque en esta casa no vivimos hasta que no sea verdad!’, ‘Y yo que me tendré que quedar haciendo las veces de mi padre!’” (todas las citas son de “El General Gómez”, Patria, Nueva York, 26 de agosto de 1893; en ob. cit., t. 4, p. 449); allí probablemente el Apóstol pulió todas las posibles asperezas que hubieran quedado de sus desencuentros pasados con uno de los protagonistas del Plan Gómez-Maceo.

De ese año también es el artículo dedicado a Antonio Maceo. De su visita al Titán en Costa Rica en 1893, Martí escribió una crónica y destacaba que en su finca el platanal era el más alto; lo encontró bajo las preocupaciones de vender el arroz y la máquina que no llega, o de que le aprobaran la licencia para la casa de tabaco; trabaja en la colonia un mes “y se está por San José una semana, de levita cruzada, pantalón claro y sombrero hongo” (“Antonio Maceo”, Patria, 6 de octubre de 1893; en ob. cit., t. 4, p. 451); sin embargo, resulta evidente que es “la patria a quien ama de modo que cuando habla, a solas con el juramento, de la realidad de ella, del fuego que arde en ella, la alegría le ilumina los ojos, y se le anuda en la garganta el regocijo […]. No deja frase rota, ni usa voz impura, ni vacila cuando lo parece, sino que tantea su tema o su hombre. Ni hincha la palabra nunca ni la deja de la rienda.  […].  Y hay que poner asunto a lo que dice, porque Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo” (Ibídem, p. 454). Aunque más parco que en el encuentro con Gómez, con esta visita el Apóstol también se empeñó en lograr la imprescindible unidad de los grandes para conquistar la deseada patria de todos.

No debió hacer esfuerzo para obtener la simpatía del general Serafín Sánchez cuando realizó una visita a Nueva York desde el Cayo, reseñada en Patria. Tampoco cuando reproducía los relatos escuchados de los hombres de la guerra. Alguien contó que Agramonte, cuando le traían miel, hacía una zambumbia para que alcanzase para todos; otro relataba que le preguntaron al marqués de Santa Lucía cómo era posible que anduviera a caballo en lomillo, sin montura, si era presidente de la Cámara, y el marqués respondió: “Porque yo siempre creí que mientras no tuviera silla el último soldado de caballería, el gobierno no debía montar en silla” (“Los hombres de la guerra”, Patria, Nueva York, 23 de abril de 1892; en ob. cit., t. 4, p. 396). Otros recuerdos de la guerra fueron publicados, como aquel del teniente Jesús Crespo ─quien en aquellos momentos vivía en Cuba en una casa que se caía a pedazos─ sobre el general Francisco Carrillo en que menciona a Rafael Hernández cuando fue a ver a Agramonte para que le quitara a una compañía de chinos de su tropa por no poderlos mandar, y después de una larga conversación con el Mayor, los soldados le preguntaron y él respondió que había salido con los ojos aguados creyendo que tenía que ser padre de todos los chinos. Martí ratificaba en otro texto: “no hay caso de que un chino haya traicionado nunca; aunque lo cojan, no hay peligro; ‘no sabo’, nadie lo saca de su ‘no sabo’” (“Recuerdos de la guerra. Conversación con un hombre de la guerra”, Patria, Nueva York, 28 de noviembre de 1893; en ob. cit., t. 4,  p. 460).

La presencia de mujeres en la publicación de Patria formó parte de su línea de publicación. Sintetizaba “el alma cubana” en la anciana Carolina Rodríguez, quien “pone en un sobre unos pesos, para un cubano que está enfermo en Ceuta, y otros en otro sobre, para el cubano a quien tienen en la cárcel de Cuba sin razón, y en el sobre que le queda pone dos pesos más, y se los manda al Club Cubanacán” (“El alma cubana”, Patria, Nueva York, 30 de abril de 1892; en ob. cit., t. 5 p. 16). Al referirse a “las damas cubanas”, señalaba que “las campañas de los pueblos sólo son débiles, cuando en ellas no se alista el corazón de la mujer, […] cuando la mujer culta y virtuosa unge la obra con la miel de su cariño─la obra es invencible” (“De las damas cubanas”, Patria, Nueva York, 7 de mayo de 1892; en ob. cit., t. 5, pp. 16-17). En la reseña de una visita de dos días “útiles, de creación, de generosidad y de almas” que hizo a Filadelfia, aseguraba: “La mujer, de instinto, divisa la verdad, y la precede” (“Los cubanos de Filadelfia. La visita del Delegado”, Patria, Nueva York, 29 de abril de 1893, t. 5, p. 18). Elogia en el periódico el álbum de Clemencia Gómez, donde escribió: “La única verdad de esta vida, y la única fuerza, es el amor. En él está la salvación, y en él está el mando. El patriotismo no es más que amor. La amistad no es más que amor” (“El álbum de Clemencia Gómez”, Patria, Nueva York, 29 de abril de 1893; en ob. cit., p. 21).

Uno de los más grandes homenajes que realizó Patria al heroísmo de mujer cubana estuvo dedicado a Mariana Grajales en dos artículos. En “La madre de los Maceo” se cuenta la conocida anécdota de que un día trajeron a Antonio Maceo herido de un balazo en el pecho y lo traían en andas con el color de la muerte; todas las mujeres se echaron a llorar, “Y la madre, con el pañuelo a la cabeza, como quien espanta pollos echaba del bohío a aquella gente llorona: ‘¡Fuera, fuera faldas de aquí! ¡No aguanto lágrimas! Traigan a Brioso. Y a Marcos, el hijo, que era un rapaz aún, se lo encontró en una de las vueltas: ‘Y tú, empínate, porque ya es hora de que te vayas al campamento’” (“La madre de los Maceo”, Patria, Nueva York, 6 de enero 1894; en ob. cit., t. 5, p. 27). Muchas formas de heroísmo en las mujeres destacó el periódico: la de Alejandrina Santaella de Martínez ─madre del puertorriqueño Sotero Figueroa─ en la hora de su muerte; la de la madre de Piedad Zenea, quien falleció en Málaga, la tierra amiga del poeta que escribió Diario de un mártir…  

El énfasis martiano en recordar ciertos aniversarios en el periódico tenía una intención de educación cívica, de ahí que en un extenso artículo se conmemorara el 10 de abril, fecha del inicio de la Asamblea de Guáimaro. Se describió la ceremonia con lujo de detalles: los que vienen del Oriente, del Centro, de Las Villas: Carlos Manuel de Céspedes, Vicente Aguilera, José María Izaguirre, Francisco del Castillo, José Joaquín Palma, Antonio Zambrana, el marqués Salvador Cisneros Betancourt, Ignacio Agramonte, Miguel Jerónimo Gutiérrez, Manuel Quesada… Céspedes cede la bandera nueva de Yara por la primera, la de Narciso López. Hay mujeres y “Ana Betancourt, anuncia que el fuego de la libertad y el ansia del martirio no calientan con más viveza el alma del hombre que la de la mujer cubana” (“El 10 de abril”, Patria, Nueva York, 10 de abril de 1892; en ob. cit., t. 4, p. 387). Y se narra el acontecimiento por el que se habían reunido: “Céspedes presidió, ceremonioso y culto: Agramonte y Zambrana presentaron el proyecto: Zambrana, como águilas domesticadas, echaba a cernirse las imágenes grandiosas: Agramonte, con fuego y poder, ponía la majestad en el ajuste de la palabra sumisa y el pensamiento republicano; tomaba el vuelo, y recogía, cuanto le parecía brida suelta, o pasión de hombre; ni idólatras quiso, ni ídolos; y tuvo la viveza que descubre el plan tortuoso del contrario, y la cordura que corrige sin ofender; tajaba, al hablar, el aire con la mano ancha. Acaso habló Machado, que era más asesor que tribuno. Y Céspedes, si hablaba, era con el acero debajo de la palabra, y mesurado y prolijo” (Ídem). Y se acordó por todos que la Cámara de Representantes es la única y suprema autoridad para todos los cubanos.

También Patria distingue y hace reseña a otras publicaciones que mantuvieron una agenda favorable a la emancipación, como estrategia comunicativa para sumar voluntades: La Igualdad, periódico democrático publicado en La Habana para defender las libertades de “los intereses permanentes” de la sociedad cubana, incluidas las ideas de justicia que defiende, no solo la libertad ciudadana, sino el engrandecimiento de la cultura de las personas negras en Cuba; La Fraternidad, salida de las logias y la masonería cubana; La Revista de Florida, de Tampa, “cordial y espaciosa” y con el don del diálogo, saludada con la mención de sus talleres tipográficos de J. M. Izaguirre; La Verdad, periódico nuevo neoyorkino que quiere una república “con todos y para todos”; Yara, el diario de José Dolores Poyo, de Cayo Hueso; El Radical, de Pablo Rousseau, quien enriqueció a la prensa revolucionaria con elegancia y viveza; La Nueva Era, del “estilista e independiente” Martín Morúa Delgado; La Gaceta del Pueblo, revista del puertorriqueño Antonio Vélez Alvarado. Martí, como comunicador sagaz y preclaro, estaba convencido de que debía aunar todas las agendas periodísticas para la causa revolucionaria. Patria misma se reseñó cuando comenzaba en 1892, afirmando que le sobraba alma y asunto, y le faltaba espacio, y todo fue urgente; entre sus misiones esenciales: “Tiene que dar cuenta a sus lectores de afuera de lo que entre ellos pasa, para que sepan continuamente los unos de los otros, y se amen como se deben amar. Tiene que poner en formas miles el alma sensata y generosa con que preparamos la nueva época de la revolución” (“Patria”, Patria, 11 de junio de 1892; en ob. cit., t. 4, p. 52).      

El periódico Patria tuvo una temática muy amplia: trató a los isleños en Cuba; reseñó la historia de Marcelino Valenzuela, quien pasó una buena parte de su vida en un presidio en Ceuta; recordó la muerte de Fernando Vázquez, cubano de padres africanos y hermano de La Liga; saludaba el paso por Nueva York hacia Francia del industrial Francisco Javier Cisneros, cubano útil y verdadero; anunciaba la falsa noticia de la muerte del general Calixto García y la rectificaba de inmediato; congratulaba la visita del vengador del crimen del 27 de noviembre, Fermín Valdés Domínguez, médico dedicado a las enfermedades de los pobres; lamentaba la muerte de Nicolás Azcárate, periodista y orador fecundo, rebosante de sinceridad y “soberanía de la elocuencia”; hacía mención al entierro del hacendado Francisco Sánchez Betancourt, quien con casa rica se fue con su familia a pelear para la manigua y llegó a ver a sus hijos con los pies descalzos y ensangrentados…               

No se pasaron por alto, en pleno campo de la batalla por las ideas en la construcción de la patria, las letras cubanas ni los escritores y su obra literaria, ni la pintura, ni la importancia de la educación para llegar a la cultura. Se reseñaron los nuevos libros del puertorriqueño Rafael Serra, Ensayos, y del cubano Néstor Ponce de León, Galería de Colón, con datos y láminas sobre el Almirante. Se recordaron “versos verdaderos”, décimas y sonetos, tanto del anfitrión de Filadelfia, Marcos Morales, que de José González, de Bejucal, o la obra de un joven mulato cubano de 15 años, José María Martínez, y la de Francisco Campos; los versos de Enrique Nattes, “el hijo fiel de Guanabacoa” y sus Flores silvestres; también Erratas de la fe, libro nuevo de José Miguel Macías ─que ya tenía a su haber un Diccionario cubano de las raíces griegas y latinas, y un Tratado de desinencias─, quien conoce “la lengua de los manantiales”. Tan útiles como mencionar estos textos fueron las semblanzas de Julián del Casal y Cirilo Villaverde, a propósito de sus respectivos fallecimientos.

Casal fue situado, con justicia, en lugar cimero del panorama literario cubano, por sus versos “tristes y joyantes”, tanto en su estética como en su ideología, frente a algunos críticos e intelectuales carentes de ojos para mirar su obra o comprender su actuación: “Aquel fino espíritu, aquel cariño medroso y tierno, aquella ideal peregrinación, aquel melancólico amor a la hermosura ausente de su tierra nativa, porque las letras sólo pueden ser enlutadas o hetairas en un país sin libertad. […]. Aborrecía lo falso y pomposo. Murió de su cuerpo endeble, o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme. De él se puede decir que, pagado del arte, por gustar del de Francia tan de cerca, le tomó la poesía nula, y de desgano falso e innecesario, con que los orífices del verso parisiense entretuvieron estos años últimos el vacío ideal de su época transitoria […]. El verso, hijo de la emoción, ha de ser fino y profundo, como una nota de arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble y graciosa. […]. Murió el pobre poeta y no lo llegamos a conocer. […]. La América lo quiere, por fino y por sincero. Las mujeres lo lloran”  (“Julián del Casal”, Patria, Nueva York, 31 de octubre de 1893; en ob. cit., t. 5, pp. 221-222).

También para Villaverde fue necesario su elogio, que lo calificó de “patriota entero y escritor útil”, con sus “novelas sociales en lengua literaria”, un hombre que “no había demostrado miedo de morir”, aun cuando “su nombre era como una leyenda”, especialmente por Cecilia Valdés, una de las mejores novelas de la América hispana; Martí mencionó a su célebre compañera Emilia Casanova, quien se mantuvo al pie y jamás desamó a su patria (todas las citas son de “Cirilo Villaverde”, Patria, Nueva York, 30 de octubre de 1894; en ob. cit., t. 5, p. 241)  Por otra parte, no descuidó Patria los comentarios sobre pintura, como en el caso de la obra de Juan J. Peoli, “leal en el dibujo, sabio en los matices, huraño y melancólico en el color, indefinido en las creaciones” (“Juan J. Peoli”, Patria, Nueva York, 22 de julio de 1893; en ob. cit., t. 5, p. 280) y la reseña crítica sobre La lista de la lotería, de Joaquín Tejada, una de las síntesis sociológicas más completas de la época, que incluía un análisis psicológico de cada personaje que iba a buscar en la lista si había sido afortunado en la compra de su billete.

Entre las menciones a educadores cubanos famosos, estuvo la del silencioso fundador José de la Luz Caballero y su maestro, Rafael Mendive, y las de Julio Rosas, el maestro solitario de Ariguanabo, y del “matancero amado” Eusebio Guiteras. Patria dio a la luz, asimismo, trabajos dedicados a la educación, entre los cuales sobresale el dedicado a la labor de La Liga, proyecto de educación popular que sesionaba todos los lunes en una casa de Nueva York con la asistencia de un número considerable de buenos patriotas, y el elogio del colegio de Tomás Estrada Palma en Central Valley. En su comentario sobre este colegio ubicado en un valle cultivado por cuáqueros prósperos e hijos de alemanes a la entrada de Nueva York, el Apóstol aprovechó la ocasión para extenderse sobre el peligro de educar a los niños fuera de su patria, “donde no se les envenene el carácter con la rutina de la enseñanza y la moral turbia en que caen, por la desgana y ocio de la servidumbre, los pueblos que padecen en esclavitud. […]. La educación del hijo de estos pueblos menores en un pueblo de carácter opuesto y de riqueza superior, pudiera llevar al educando a una oposición fatal al país nativo donde ha de servirse de su educación,─o a la peor y más vergonzosa de las desdichas humanas, al desdén de su pueblo,─si al nutrirlo con las prácticas y conocimientos ignorados o mal desenvueltos en el país de su cuna, no se le enseñaran con atención continua, en lo que se relacionan con él y mantienen al educando en el amor y el respeto del país a donde ha de vivir” (“El colegio de Tomás Estrada Palma en Central Valley”, Patria, Nueva York, 2 de julio de 1892; en ob. cit., pp. 260 y 262).

 

 


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