La Huella de Anna Pávlova en Cuba


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El libro La aventura cubana de Anna Pávlova, de Francisco Rey Alfonso, conocido investigador, entre otros temas, de los relacionados con las artes escénicas, es una de las últimas entregas de la Casa Editorial Tablas Alarcos, escogida para presentarse en la 33 Feria Internacional del Libro. Hacerlo en la provincia donde nació y vive el autor es un justo homenaje a quienes, salvando los obstáculos que representa vivir fuera de la capital, tributan a la cultura nacional y universal.

Con una profusa recopilación de fotos y documentos, el libro da cuenta de los recorridos de la gran bailarina rusa por La Habana y otras ciudades cubanas en tres momentos. Publicidad aparecida en la prensa, fotografías de época en exteriores e interiores de los teatros donde se presentó la diva bajo el entusiasmo del público que la aclamó, anuncios y programas de las funciones e imágenes de instantes memorables de puestas en escena, ilustran estas páginas, con los precisos comentarios y valoraciones de quien es uno de los más confiables estudiosos del ballet en la Isla. Texto e iconografía no solo para balletómanos, sino para cualquier interesado en el ambiente cultural, social e histórico de Cuba, y en particular, en la recepción de las expresiones relacionadas con el mundo de la escena.

Pueden apreciarse en las imágenes no solo las dotes histriónicas de la Pávlova, sino también la enorme aprobación que tuvieron sus presentaciones por parte de un público amante del teatro. La favorable acogida que recibió la bailarina rusa no fue solo en La Habana; comentarios de la prensa en las provincias visitadas revelan el entusiasmo por su presencia, al igual que las fotos recopiladas y rescatadas del olvido, gracias al empeño laborioso del autor y la colaboración de en Cuba y en el extranjero, amantes todos de la cultura del país, dispuestos a contribuir a una memoria que nos pertenece a todos, sin fronteras.

Francisco, con su proverbial minuciosidad, no se ciñe solamente al análisis de la actuación de la estrella rusa entre nosotros, sus excepcionales dotes técnicas e histriónicas, sino que su interés alcanza al elenco de la compañía, los programas propuestos, la calidad coreográfica de las piezas, la ejecución musical, los vestuarios y la ambientación escenográfica.

En sus amplias reseñas de las tres temporadas de Pávlova en la Isla, el texto sigue cada una de sus presentaciones en La Habana, Cienfuegos, Matanzas y Santiago de Cuba, y deja constancia de su huella en nuestro país, como parte de una cultura poderosísima que no era desconocida para la intelectualidad cubana. Rusia ha legado a la cultura mundial un brillante acervo, especialmente en el cuento realista, la novela psicológica, la épica y la lírica, la música ─sobre todo la romántica─, las vanguardias pictóricas, la cultura popular, la formación del director y actor teatral, la danza, la teoría cultural y los estudios culturales, determinadas ramas de la ciencia y la técnica como la conquista del espacio… Ello sobrepasa filiaciones políticas o ideológicas, en tanto patrimonio del ser humano.  

En nuestra isla, la presencia y actuación de Pávlova tuvo un impacto singular a principios del siglo xx, cuando Cuba fue el primer país de América Latina visitado por la diva, que alcanzó clamoroso éxito en un público que ya había conocido compañías de baile y bailarines europeos desde el siglo anterior, como nos dio a conocer el propio Francisco en dos libros anteriores: Grandes momentos del ballet romántico en Cuba (Editorial Letras Cubanas; dos ediciones, Premio de la Crítica 2003) y Fanny Elssler. Cartas desde La Habana (Ediciones Boloña, Premio Anual de Investigación Cultural 2007), un caudal de informaciones poco conocidas que ampliará si algún día ve la luz su  “Diccionario de obras danzarias interpretadas en Cuba desde el año 1800 hasta 1960”, proyecto investigativo merecedor del Premio Dador 2008.

La impronta del arte de Pávlova, siguiendo la tradición cubana de traslados de temas de un género a otro, perduró como un eco en el tiempo y contribuyó a enriquecer el espectro de nuestra hibridez cultural. Su imagen, que no solo nutrió la crítica, la investigación o el periodismo, sino también fue evocada en narraciones o versos de autores que vibraron de emoción al verla, ha pervivido con sus resonancias en momentos posteriores al período de 1915 a 1919.

El deslumbramiento por la belleza expresada en el arte de la excelsa bailarina rusa cuando todavía algunos, en materia cultural, miraban solo a Francia, impactó a más de un periodista, narrador, crítico, o poeta, como se registra en el presente libro. Los periódicos y revistas nacionales más importantes no solo dieron cuenta de la noticia de sus actuaciones, sino que desplegaron comentarios críticos, más o menos afortunados según el nivel de formación e información de quien escribía, y no pocos libros cubanos y extranjeros han apuntado el suceso, como revelan las copiosas fuentes consultadas por el autor. En un artículo para El Nacional de Caracas, en 1951, Alejo Carpentier rememoró la estela del buen arte pavloviano que el insigne novelista cubano, muchos años después, en La consagración de la primavera, condensa y transmite en memorable pasaje; la emoción de aquellos momentos únicos vividos como espectador se reproduce en el presente libro, al igual que el testimonio de Renée Méndez Capote, tomado de sus Amables figuras del pasado, con impresiones que igualmente la estremecieron.

Varios poetas intentaron, con su estilo y posibilidades respectivos, rendirle tributo a la bailarina, aunque, como poesía de ocasión, los resultados generalmente no estuvieron a la altura del arte demostrado en la escena. Gustavo Sánchez Galarraga, quien no solo ganó extraordinaria popularidad como poeta neorromántico, sino como libretista de zarzuelas, se propuso retratar algunas escenas de ballet con su estilo adjetivoso y descriptivo. Más centrado en la admiración y el elogio de la artista fue el poema de Mariano Brull, iniciador de la poesía pura y de traslados de un arte al otro, cuyo poema recreó la historia que sustenta las piezas bailadas y las engarza a retóricas mitológicas y extrapolaciones del cisne. Regino E. Boti, en su estilo sintético, resume y concentra su atención en la interpretación de La lbélula. Un bardo menor, Pepe Navas, compone un romance heptasílabo costumbrista sobre escenas, salpicadas de humor, que exponen la popularidad de la bailarina en La Habana. Un aparte merece el soneto de Alondra del Llano, uno de los “heterónimos” de Raúl Luis, quien en su libro El sitio existe, es hermoso ─Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, 2006─, se vale del recurso de inventar autores y sus respectivas biografías para hacer partícipe al lector de ese juego de identidades. El texto de Raúl Luis es, sin dudas, el de mayor calidad entre todos los seleccionados, y la inserción de estos versos, escritos muchos años después de las actuaciones de la bailarina rusa en la Isla, por alguien nacido casi veinte años después de sus temporadas cubanas,  demuestran el impacto de su visita y su impronta en el imaginario nacional.

Libros como La huella en Cuba de Anna Pávlova, del jaruquense Francisco Rey Alfonso, contribuyen a enriquecer el panorama editorial cubano y abrir el diapasón hacia temas no muy frecuentados, como parte de la rica historia cultural del país. Otro alcance de este título es acercar a pueblos mediante la cultura. Rusia y Cuba tienen famosas y mundialmente reconocidas escuelas de ballet, y como soñar no cuesta nada, soñemos con ver el libro en papel, con dos versiones, una en lengua española, y la otra en lengua rusa; o quizás una bilingüe. Estoy convencido de que tendrán muchos lectores en ambos países, y en otros.

 

 


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