Cuando los ecos de la Feria del Libro, el mayor evento cultural del país, aun resuenan por la responsabilidad cultural, social y sobre todo humana que entraña, destaca entre sus momentos distintivos, la entrega del Premio Nacional de Diseño del Libro que, en esta oportunidad, fue a las sencillas y honorables manos de Ricardo Villares. Un hombre dedicado por entero al complejo mundo editorial y para quien un libro es sinónimo de amigo sincero a quien vale le pena otorgar, parafraseando al cantor “todas las horas y todos los días”.
“Mi agradecimiento a los compañeros y amigos mencionados, y a otros muchos que no he nombrado, y que también han estado presentes en diversos momentos de mi profesión”. Gracias a todos por depositar, en este servidor, su confianza y consideración. Muchas gracias”. Así culminaban sus palabras de elogio al recibir el importante lauro, este hombre noble, de pocas y exactas palabras; de andar ligero porque simultanea en un breve tiempo varias responsabilidades y mientras la palabra no, prácticamente, ha quedado excluida de sus largas horas de trabajo.
Acerca de sus inicios comenta:
Pues recuerdo una foto en la que un niño sentado ante una mesa de dibujo –de aquellas que en los años 70 y 80 usaban diseñadores y arquitectos– dibujaba o interpretaba el poema de Nicolás Guillén, Elegía a Jesús Menéndez. Detrás del lente estaba Liborio Noval. Se trataba de una sesión de trabajo del Grupo de Expresión Creadora de dibujo infantil que dirigía la poetisa y pedagoga Rafaela Chacón Nardi. A ella debo los inicios en el mundo del arte y las exposiciones.
También recuerdo en esos años 70 al niño que iba con su padre a la revista Bohemia, donde trabajaba como periodista, y se pasaba las horas dentro del departamento de diseño. En ese lugar, en 1984, Antonio Mariño (Ñiko, el conocido historietista de “El mejor amigo” y director artístico) le abrió las páginas de la revista para aprender y diseñar algunas durante las prácticas pre-profesionales del Instituto de Diseño Industrial, a aquel niño que poco después, tuvo la satisfacción de que la Editorial Científico-Técnica me acogiera en el arte de hacer libros, por demás, libros de los más complejos en las diversas esferas de su perfil editorial, bajo las enseñanzas y experiencias de Alfredo Montoto, Ángel Sánchez y Emilio García.
Durante los siete años transcurridos allí, era recurrente entre los compañeros de diseño mencionar el nombre de Jorge Martell, otro maestro del diseño y amigo, a quien conocí 30 años después.
El haber conocido a personalidades y artistas como René Portocarrero, y estrechado la mano por primera vez a Roberto Fernández Retamar, en ocasión de una entrega de reconocimientos, quien sería mi director y compañero en la Casa de las Américas unos 20 años después, me afirma cómo el camino se ha ido tejiendo poco a poco con la ayuda de muchos de los imprecindibles en el ambito cultural cubano.
¿Cómo y cuándo llegas a Casa de las Américas?
Pues llego por causas y azares, en 1990, con el fin de apoyar el trabajo de diseño en su editorial. Años difíciles para el país, etapa en la que, además, comenzaba el tránsito en la manera de diseñar: desde el método prácticamente artesanal de recorte y pega, a lo computacional o digital.
Realmente desde 1992, la Casa ha sido mi segundo hogar. Allí, siendo un joven diseñador, tuve el privilegio de contar con el apoyo, la orientación y la colaboración de Chiki Salsamendi, Silvia Gil y Marcia Leiseca. Lesbia Vent-Dumois, por su parte, me mostró y enseñó el arte latinoamericano en todas sus manifestaciones. Allí tuve la oportunidad, además, de conocer y colaborar en la realización de la revista Casa: conocí a Umberto Peña y a Raúl Martínez que, indistintamente, retomaron su diseño por un breve período; hasta que en 1995 lo asumo en su totalidad bajo la dirección de Roberto Fernández Retamar y Luis Toledo Sande como subdirector. Hoy lo continuamos con Jorge Fornet, al frente, y Aurelio Alonso.
Por esos años, en la editorial, Eduardo Heras León conformó un equipo prácticamente a partir de cero. Un equipo por el que han transitado valiosos compañeros, y que hoy mantiene el compromiso de hacer todo lo posible por promover la cultura latinoamericana y caribeña.
En ese sentido debo agradecer, sobremanera, la estrecha colaboración en el trabajo de diseño de la revista Casa y de los libros de la colección Premio de las compañeras del departamento de Artes Plásticas; y de Música, en los libros tanto del Premio de Musicología como del Boletín Música.
Unido al trabajo en Casa de las Américas, ¿qué otros empeños has asumido en paralelo?
Paralelamente al trabajo en la Casa, he tenido la dicha de realizar otras publicaciones. Junto a Desiderio Navarro, el extraordinario hombre-institución, como le llamaba afectuosamente Retamar, los libros y la revista del Centro Teórico-Cultural Criterios. Recuerdo de Desiderio su atención al más mínimo detalle en todo, su profesionalidad e intolerancia ante cualquier error de impresión en sus publicaciones.
A través del poeta y amigo Roberto Manzano, comencé a trabajar junto a Alpidio Alonso-Grau en el proyecto de revista de poesía que nombramos Amnios. Una revista que en sus 21 números publicados, al decir de Retamar, se ha hecho imprescindible en Cuba en su género, y se ubica entre las mejores internacionalmente. Junto a Enrique Ubieta, realizamos la revista Cuba Socialista en su cuarta etapa. Por su parte, en la Sociedad Cultural José Martí, la revista Honda, dirigida sabiamente por Rafael Polanco; esta me ha permitido conocer e investigar más a fondo sobre la historia y cultura cubanas. Y esta, sin dudas, es una arista fundamental en el trabajo de un diseñador editorial: dedicar horas a investigar, conocer, dominar lo más posible la materia o contenido sobre lo que se quiere dar forma y rostro.
Y volviendo a Casa de las Américas, ¿qué significa asumir el diseño de una institución con una identidad visual sólida y reconocida internacionalmente?
Reconozco que no resulta nada fácil. Como escribió el maestro y amigo Jorge Martell: "El equipo creativo de Casa de las Américas -dirigido por el colega y amigo Pepe Menéndez- tiene eternamente una “espada” de la mejor creatividad de nuestro país sobre sus cabezas: el ejemplo del mejor diseñador cubano, Umberto Peña que, sin lugar a dudas, los hará tratar de alcanzar, inevitablemente, el tope de la creatividad”.
A eso aspiramos y por ello trabajamos. Diseñar bajo el concepto de aportar algo más que un libro o una revista atractiva visualmente. Recuerdo que el Chino Heras, cuando tuvo entre sus manos los libros impresos de la primera colección Premio que trabajamos juntos, dijo “que le parecían libros-objetos. Libros que invitan a verlos, palparlos, leerlos, y en un momento de pausa en la lectura, volver a contemplar su cubierta y contracubierta ilustradas”.
Si se ha logrado establecer un enlace emocional y estético con el público lector, ese es, sin dudas, el mayor mérito y reconocimiento al trabajo realizado.
Mientras preparábamos el encuentro para estas respuestas sé que Ricardo forma parte de la nómina creativa editorial de la revista Clave, del Centro de Investigación y Desarrollo de la Música cubana (Cidmuc) y prevé otros trabajos para el Museo de la Música, quiere decir que su nombre, felizmente, seguirá formando parte de los créditos que en materia editorial, la cultura cubana aplaude.
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