Martí frente a caricaturas homofóbicas de Oscar Wilde


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Por estos días, resulta pertinente revisitar un pasaje de las escenas norteamericanas de nuestro José Martí, donde se devela su postura humanista y coherente integración de ética y estética. Me refiero, a las crónicas escritas por nuestro Apóstol alrededor de la gira por aquel país del escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900).

El 11 de febrero de 1882, se publica en la habitual sección Cartas de Nueva York que José Martí escribe para el vespertino venezolano La Opinión Nacional de Caracas, una descripción de la charla “El renacimiento inglés del arte” en el Chickering Hall de Nueva York.  Esta conocida crónica -replicada en los diarios La América de Madrid el 8 de noviembre de 1882. y La Nación de Buenos Aires el 10 de diciembre de ese mismo año, tuvo como antecedente la Carta de Nueva York del 7 de enero de 1882, donde aparece una de las tantas referencia del cronista cubano a un medio satírico y un caricaturista en particular, en este caso, Punch y   George Du Maurier:  “iQuién no ha visto ese cuaderno de caricaturas que se publica cada semana en Londres, y en cuya carátula ríe maliciosamente, cercado de trasgos, bichos y duendes, un viejillo vestido de polichinela? Ese es el Punch, y Du Maurier es el dibujante poderoso que le da ahora vida. Cuanto acaece, allí es mofado. Toda figura que en toda parte de la tierra se señala, allí es desfigurada y vestida de circo. Va el Punch detrás de los hombres, con un manojo de látigos que rematan en cascabeles. Publica sus caricaturas por series, como los cuadros de Hogar& y familiariza a su público con sus víctimas”.

Martí se refiere a las publicaciones e ilustradores, que en la Inglaterra victoriana hacían del cuerpo del dandi irlandés Oscar Wilde –de sus manierismos y extravagancias – toda una parodia. Más específicamente a la revista ilustrada de humor y sátira Punch, fundada a mediado de 1841, cuando estaba finalizando la primera etapa de la Revolución Industrial, por Henry Mayhew y el grabador Ebenezer  Landells y conocida sobre todo por sus caricaturas burlescas. Su nombre aludía al célebre y anárquico títere Polichinela, tradicional personaje de la comedia inglesa y que aparecía en las carátulas.  La portada referida por el redentor cubano fue diseñada, en 1849, por Richar Doyle, el tío de Arthur Conan Doyle. Cuando Martí pasó por Las islas británica en 1878 el director de la publicación era el dramaturgo radical Tom Taylor. Lo sustituyó Francis Burnand quien se mantenía cuando Oscar Wilde visitó los Estados Unidos.

                     

“Londres ríe hace meses por el poeta Postlethwaite, que es el nombre, ya famoso de un lado y otro del Atlántico, que el Punch ha dado a Oscar Wilde. Postlethwaite es una lánguida persona que abomina la vida, como cosa democrática, y pide a la luz su gama de colores, a las ondas su escala de sonidos, a la tierra apariencia y hazañas celestiales. Todo disgusta al descontentadizo Postlethwaite. Cuanto hacen los hombres, le parece cosa ruin. De puro desdeñar los hábitos humanos, va tan delgado, que parece céfiro. Postlethwaite quiere que sea toda la tierra un acorde de armoniosa lira. Estos parlamentos de los hombres de ahora le mueven a desdén, y quiere para la vida empleo espiritual, y para los vestidos colores tenues y análogos, de modo que el fieltro del sombrero no desdiga del cuero de las botas, y sea todo melancólico azul o pálido verde. Postlethwaite es ya persona célebre y toda Inglaterra y todos los Estados Unidos aplauden hoy una ópera bufa de un poeta inglés en que se cuentan los melodiosos y alados amores del tenue bardo mustio”.

Patience (1881) es la ópera bufa referida por Martí, en la que Gilbert y Sullivan, a través de un actor lánguido y aterciopelado se burlan sutilmente de la estética "greenery-yallery” y de Oscar Wilde; de sus poses “Angular and Flat” (angulosas y sosas) como las vidrieras, su discurso ultra afectado y su entusiasmo por los "lilas malvas", los girasoles, vestidos de terciopelo, las plumas de pavo real, la porcelana blanca y azul, y los abanicos japoneses.

Oscar Wilde se proclamó hábilmente primer gurú del estilo, adoptó la postura del "esteta" y escaló a la fama mediante conferencias sobre los ideales del Aesthetic Movement. Nace así el dandy, una postura que se equipara al “esteticismo inglés”.  Un movimiento artístico más ligado a la protesta que a la revolución, cuya rebeldía esteticista se limita a reaccionar contra la fealdad del industrialismo. Actitud sintetizada así por el Apóstol: “Mantiene este hombre joven que los ingleses tallan sus dioses en carbón de piedra y huye a Italia, en busca de dioses tallados en mármol; y va a Roma, por ver si halla consuelo en los alcázares católicos su espíritu sofocado por el humo de las fábricas…”

George Du Maurier fue especialmente puntilloso con los pres Raphaelites y los del esteticismo. Entre 1873 y 1882 exploró las vidas de Maudle, la corpulenta artista esteta; Postlethwaite, el poeta lacio; su contraparte femenina, la señora baja y caida Cimabue Brown, y sus seguidores pringosos y afeminados. Había empezado a trabajar con la revista Punch en 1865, en donde publicaba dos caricaturas a la semana. Con menos elegancia de diseño y menos elocuencia de concepto que la de sus contemporáneos como Phil May o Charles Keene, demostró gráficamente cómo eran los londinenses de moda en su época.

Se llegó a sugerir incluso que al personaje de Du Maurier servía de paradigma al escandaloso comportamiento de Oscar Wilde en los años ochenta. En cierta caricatura, se representaron a Oscar Wilde y Postlethwaite y un personaje que los tomaba de la mano les preguntó: "Yo digo, ¿cuál de ustedes dos inventó el otro, eh?"

“Con tanta saña movió Du Maurier su lápiz tajante, que cuando publicó al cabo Oscar Wilde, jefe del movimiento artístico así satirizado su volumen de versos, no veían los lectores en sus arrogantes y límpidas estrofas más que aquella ridícula figura, que pasea con aire absorto por la tierra su mano alzada al cielo, como coloqueando con las brisas, y su nariz husmeante, en que cabalgan colosales gafas”. Reconocía así Martí el impacto en la opinión pública que alcanzaban las caricaturas y este tipo de publicaciones. Sin embargo, como en otra ocasión no deja de desaprobar esta   forma de injusticia. No es cierto que “Reprodujo en gran parte mucho del escarnio y de la mofa que la revista Punch le dedicara a Wilde” (2). Solo desde el desconocimiento y una epidérmica lectura de la crónica, se pudiese inferir tal cosa.

 

Ciertamente, el cronista destaca la apariencia excéntrica y diferente de Wilde: “Ved a Oscar Wilde! No viste como todos vestimos, sino de singular manera. Ya anuncia su traje el defecto de su propaganda, que no es tanto crear lo nuevo, de lo que no se siente capaz, como resucitar lo antiguo. (…) Qué es preciso vestir bellamente, y él se da como ejemplo. Solo que el arte exige en todas sus obras unidad de tiempo, y hiere los ojos ver a un galán gastar chupilla de esta época, y pantalones de la pasada, y cabello a lo Cromwell, y leontinas a lo petimetre de comienzos de siglo”. Percibe falsedades, desarmonías y excentricidades en el performance de sus presentaciones. Como poeta y crítico teme que las palabras de Wilde no sean acompañadas de actos y que la autonomización estética reduzca los efectos sociales de la literatura.

¿Habrá conocido Martí que el propio Wilde había celebrado con prontitud el musical satírico de Gilbert y Sullivan? ¿O que en su opinión “Lo único peor de que hablen de ti es que no hablen”? Se dice que Richard D’Oyly Carte, el productor del espectáculo, viendo una gran oportunidad para capitalizar más ingresos, le propuso a Wilde realizara una gira de conferencias por Estados Unidos y este aceptó rápidamente.  Y debió resultar el negocio pues se cuenta que Wilde dictó más de 140 charlas en 260 días y concedió casi un centenar de entrevistas.

A Martí le disgusta la artificialidad que proyecta Wilde y lo relaciona con la evasión de la realidad de los estetas, lo que a la larga puede dar al traste con lo noble de su propósito de promover la belleza en nuestras vidas y el anhelo de realización espiritual en una época materialista, objetivo loable. Considera su error, “buscar, con peculiar amor, en la adoración de lo pasado y de lo extraordinario de otros tiempos, el secreto del bienestar espiritual del porvenir" y “perseguir el daño en la causa que lo engendra, que es el excesivo amor al bienestar físico, y no en el desamor del arte, que es un resultado".

No le convence la separación que hace este “atrevido mancebo” entre moral y estética, la búsqueda de lo bello sin un fin trascendental; pero en fin de cuentas su poética va en el mismo sentido del propósito martiano de enaltecer y enriquecer espiritualmente. Donde ve mayor peligro es en la trivialización del mensaje del “poeta joven de Inglaterra”. Le preocupa   que su impulso hacia el mejoramiento humano se convierta en una "actitud" de moda y nada más, que el valor de su poesía se diluya en lo aparente y superficial, que la caricatura le gane al hombre real.  Sin embargo, reconoce en el “burlado y loado apóstol del esteticismo” un escritor prometedor, Por eso, después de compartir su mirada llama a escucharlo y desaprueba esta caricaturización que conlleva a la descalificación y la subvaloración de su obra.

Burlado en ambos lados del Atlántico. De Du Maurier parece la de Keller, bajo el título de "The Modern Messiah", que apareció en la edición de The Wasp, publicada durante la estancia de Wilde en San Francisco.     En esta también se usaba el girasol como símbolo del movimiento estético inglés. El Washington Post publicó un dibujo del escritor “sosteniendo un girasol al lado del eslabón perdido ‘Mr. Wild de Borneo’, mientras que el eslabón sostenía un coco”. Harper’s Weekly publicó un retrato similar, “mostrando un simio en el traje de terciopelo característico de Wilde, collar byroniano y corbata, contemplando un girasol enorme en un florero”.

A estas caricaturas contrapone su retrato: “un hombre joven y fornido, de elegante apostura, de enérgico rostro, de abundante cabello castaño, que se escapa de su gorra de piel sobre el Ulster recio que ampara del frío su robusto cuerpo- son los primeros detalles del lente martiano. Tiene los ojos azules, como dando idea del cielo que ama, y lleva corbata azul, sin ver que no está bien en las corbatas el color que está bien en los ojos. Son nuestros tiempos de corbata negra”. Y si recurre a la exageración es solo para exaltar: “Este joven lampiño, cuyo maxilar inferior, en señal de fuerza de voluntad, sobresale vigorosamente—es Oscar Wilde…”.

   

Martí protesta ante la burla y la homofobia graficada en la prensa estadounidense; achaca tal comportamiento a la inferioridad cultural de Estados Unidos: “Hay en estos Estados Unidos, a la par que un ansia ávida de mejoramiento artístico, un espíritu de mofa que se place en escarnecer, como en venganza de su actual inferioridad, a toda persona o acontecimiento que demande su juicio, y dé en sus manos. Y pasa en eso lo que, en las ciudades de segundo orden con los dramas aplaudidos en las capitales, que solo por venir sancionados de la gran ciudad son recibidos en la provincia con mohines y desdenes, como para denotar mayor cultura y más exquisito gusto que el de los críticos metropolitanos. En esta dependencia de Europa viven los Estado Unidos en letras y artes; y como rico nuevo a quien nada parece bien para aderezar su mesa, y alhajar su casa, hacen profesión de desdeñosos y descontentadizos, y censuran con aires magistrales aquello mismo que envidian y se dan prisa a copiar”.

Ínfulas de superioridad que también se daba en las Islas británicas para con los irlandeses.  Punch se había caracterizado precisamente por chistes burlescos contra los compatriotas de Oscar Wilde y su madre Jane Wilde, poetisa y partidaria del Nacionalismo irlandés.

No quiso Martí copiar acríticamente la caricaturas gráficas y escritas que acompañaron al tour del “joven poeta”. Por ello, aunque describe con abundantes detalles la seductora y muy estudiada apariencia del dandi, no recalca en lo que insisten muchos otros medios: “la movilidad de Wilde en el escenario, sus gestos o ademanes” y su “sepulcral”, “fantasmagórica” y “monótona” voz.  Filtra la homofobia que destilaban, hasta tal punto que hace presuponer a Javier Guerrero de la Princeton University, que el cronista cubano, no asistió a la conferencia de Wilde, sino que describió una ilustración publicada en un medio, a saber, la “ilustración de la conferencia de Wilde en Nueva York aparecida en The National Police Gazette el 28 de enero de1882”.  

Como todo cronista, Martí selecciona críticamente, recorta y adapta los materiales que encuentra a su alrededor, y asume una voz, un retrato intencionado; aunque matizado obviamente por los símbolos e imágenes hegemónicos. Las escenas norteamericanas son “escenas de traducción - cual afirma Sylvia Molloy- para los lectores de Nuestra América. Al presentarnos a los influyentes “otros culturales”, pretende que sus lectores se identifiquen o distingan, que se “lean en” o “fuera de” “aquellos otros”.

El Apóstol cubano cita las ideas de Wilde que se avienen a su proyección ideológica. Esta de que “La devoción a la belleza y a la creación de cosas bellas es la mejor de todas las civilizaciones: ella hace de la vida de cada hombre un sacramento, no un número en los libros de comercio” o las que alaban al pueblo norteamericano, por ser “pueblo nuevo”, que a diferencia de Inglaterra carece de trabas y es libre; porque les permiten legitimar en su comunidad latina, su rechazo al mercantilismo y la posición ventajosa de América con respecto a Europa para crear lo nuevo.

La ética como núcleo de su estética, lo lleva a leerse fuera de Wilde, al igual que fuera del “arte por el arte”; pero no se suma a la descalificación de moda. Su retrato no apunta a la mutilación tácita del derecho de Wilde a cumplir una función social y ética. Si al final el bardo irlandés devendría en anti-héroe, pues “invita a su alma a abandonar el mercado de las virtudes y cultivarse en triste silencio”, no desaprovecharía su escena para legar ideas liberadoras como: “Conocer diversas literaturas es el medio mejor de libertarse de la tiranía de algunas de ellas”.  Lo ridiculizado no alecciona y a larga se desecha, totalmente. El lector para los que escribe El Maestro debía interpretar que el arte liberador no es simple rebelión formal o estética, sino rebelión de esencia y ética.  

Referencias:

Marti , José , Obras Completas , t9.

MOLLOY, Sylvia (1994). “La política de la pose”. Las culturas de fin de siglo en América Latina, Josefina Ludmer (comp.), Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 128-138.

Sylvia Molloy. En Poses de fin de siglo, nos recuerda que Wilde fue ante todo un “reo semiótico”: el escritor es condenado por posar; no por ser homosexual sino por parecerlo.

 

 


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