A ritmo de tambores llegaron a la Sala Che Guevara de la Casa de las Américas los participantes del X Coloquio Internacional La Diversidad Cultural en el Caribe «Archivos y memorias: descolonización en el Caribe». El taller «Corporalidades y Tradición en el Caribe», impartido por Yaima Santana Galindo, bailarina y profesora de la Universidad de las Artes de Cuba especializada en danza folclórica, se convirtió en un espacio donde el movimiento y la música fueron catalizadores de las confluencias que conforman las identidades caribeñas.
En la presentación del encuentro se recordaron las reflexiones de la antropóloga Judith Hanna (1980), para quien «las palabras se mueven y pertenecen a comunidades de movimientos de la misma manera en que hablan y pertenecen a comunidades lingüísticas. De esta manera el baile establece un tipo de comunicación que complementa al habla, pero al mismo tiempo tiene la capacidad de otorgar significados por sí solo. Así como los humanos nos expresamos por medio del arte, de igual forma podemos ser leídos a partir de nuestras maneras de bailar».
Bajo la premisa de que la transmisión de ritmos y danzas son una forma de preservar la historia y la memoria de los pueblos, y desde una metodología que fusionó teoría y práctica, Santana guió a los asistentes en un viaje sensorial colectivo, donde el cuerpo devino vehículo para indagar en la pertenencia caribeña. A sabiendas de que pocas horas no son suficientes para abarcar la riqueza cultural caribeña, este viaje exploratorio propuso paradas (donde la estática de los cuerpos no tuvo cabida) por significativas manifestaciones músico-danzarias de la región.
Iniciamos nuestro recorrido con la explicación de las particularidades de los tres ritmos de la rumba cubana: yambú, guaguancó y columbia. Luego, acompañados de videos que facilitaron nuestra travesía, Santana nos dirigió hacia la isla de Guadalupe, donde el acercamiento al gwo-ka (tambor grande, en creole) remitió al nexo de sus siete ritmos y sus respectivos movimientos con la esclavitud. El gwo-ka se caracteriza por la sensación de desequilibrio al danzar. Esta ejecución, donde pareciera que el bailador lucha contra una inminente caída de la cuerda floja, se conecta con la capacidad de resistencia de los caribeños.
La percusión colectiva del ti Bwa (también conocido como catá o guagua), instrumento de madera o caña brava que se percute con dos palos, nos trasladó a Martinica. Luciendo polleras multicolores llegamos a Colombia a través de la cumbia y el bullerengue. Siguiendo el camino trazado por figuras dibujadas en el suelo de la sala dialogamos con danzas de origen congo y carabalí. La representación audiovisual de danzas de antecedente bantú, como el mapalé (Colombia), el tambú (Curazao), el congó (Haití), la makuta (Cuba), la bomba (Puerto Rico), la kumina (Jamaica) y el belé (Martinica), ilustraron las comuniones que atraviesan estas tierras.
La sonoridad y las danzas son parte consustancial de la cotidianidad caribeña. En este taller, cobijados por el Árbol de la vida en una sala que ha sido históricamente un espacio de convergencia para la diversidad latinoamericana y caribeña, la indagación en nuestra corporalidad hizo posible una conexión profunda con las identidades culturales que nos hacen tan diversos y a la vez tan semejantes.
Evocando las palabras del escritor cubano Rogelio Martínez Furé, gran conocedor del Caribe, Yaima Santana concluyó un espacio que, lejos de poner fin al viaje iniciado, invita a la constante búsqueda de nuestras raíces: «A medida que nos conozcamos recíprocamente mejor, tomaremos conciencia de ese patrimonio cultural que nos une, que nos servirá para asumir nuestra singularidad».
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