Aniversario 95 del natalicio de Rolando Ferrer, dramaturgo cubano


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Rolando Ferrer nace un día como hoy del año 1925 en Santiago de Cuba y es considerado uno de los principales dramaturgos de fines de la seudorepública y de principios del periodo revolucionario cubano.

De extracción pequeño burguesa, Ferrer realiza sus primeros estudios en escuelas públicas recibiendo una formación laica. En 1942 viaja a la capital para cursar estudios de Medicina, los que abandona para dedicarse al teatro.

Vendedor de seguros, profesor, tramoyista, actor y un sinfín de oficios, desempeñó Rolando Ferrer para sortear la catástrofe de sus bolsillos; fue también aficionado a las artes pictóricas, y escritor de cuentos y poemas; pero fue el teatro su razón de ser.  

Se convierte en un asiduo a las puestas en escena del Grupo Las Máscaras, dirigido por Andrés Castro; allí estrena en 1950, su obra teatral La hija de Nacho, trama que indaga sobre las relaciones matrimoniales en un ambiente subdesarrollado.

Antes ya había escrito Soledad, Otra vez la noche y Cita en el espejo, todas con un énfasis en el aspecto psicológico de los personajes.

En este período, la perspectiva de un teatro que abordara la realidad nacional era insuficiente. La indiferencia de los medios oficiales eclipsaba el esfuerzo de algunos escritores y grupos teatrales por denunciar los problemas de la sociedad cubana.

Sin embargo, Ferrer encausa sus búsquedas reflexivas hacia los conflictos psico-sociales del hombre de su tiempo y asume en todas sus piezas un afán por plasmar la realidad cubana con sus contradicciones existenciales.

En enero de 1954, sube a la escena del Palacio de los Yesistas en la calle Xifré y Maloja, en La Habana, su obra Lila, la mariposa, interpretada por el Grupo Las Máscaras, considerada su obra cumbre, por la reflexión acerca de la realidad social, la indagación sobre los valores humanos y el tratamiento psicológico en la construcción de los personajes.

Es esta obra, uno de los títulos imprescindibles en la historia de la dramaturgia cubana; en ella Ferrer insiste en una escena psicologista de tendencia freudiana; consigue una pieza de corte moderno, pero con elementos muy nacionales donde están presentes el tono de frustración y desgarramiento social.

Este fue uno de los estrenos teatrales más relevantes de los años cincuenta en Cuba en el que participarían importantes figuras de las tablas nacionales; el personaje protagónico de Marino, fue interpretado por el hoy reconocido director, Premio Nacional de Cine, Enrique Pineda Barnet, y la escenografía estuvo en manos de uno de los imprescindibles artistas de la plástica cubana: Raúl Martínez.

El triunfo de la Revolución en enero de 1959, sorprende a Ferrer en un exilio en Canadá, al que partió por su pequeña labor antididactorial; había escondido al poeta Rolando Escardó (Camagüey, 1925-Matanzas, 1960) que era prófugo de los servicios represivos de Fulgencio Batista.

Regresa a Cuba, y recibe una beca de la dirección de Cultura del Ministerio de Educación, para estudiar arte dramático en París; a finales de 1960 regresa a la isla y se incorpora al Teatro Nacional, primero en el departamento de aficionados y posteriormente como asesor artístico del grupo La Rueda.

También se desempeña como profesor de teatro y codirige con Abelardo Estorino (Matanzas, 1925-La Habana 2013) Las brujas de Salem, del dramaturgo norteamericano Arthur Miller, en 1961.

Infundido en la nueva dinámica social, Ferrer escribe varias obras donde aborda la nueva realidad. Aparecerán La taza de café (1959), Función homenaje (1960), El corte (1961), Fiquito (1961), Los próceres (1963) y Las de enfrente (1964), entre otras; muchas de estas obras vendrían a ser retrospectivas reflexivas del pasado.

Por otra parte, desempeña labores organizativas en el Consejo Nacional de Cultura; publicó trabajos periodísticos en Bohemia, Carteles y Ciclón, y realizó numerosas peculiares versiones teatrales de obras clásicas universales, entre ellas, Romeo y Julieta de William Shakespeare (1964), Anfitrión de Plauto (1970); Las preciosas ridículas de Moliere (1971), y La corte de los divorcios (1974) de Miguel de Cervantes.

Luego pasa a formar parte del Grupo de Teatro Rita Montaner en el que permanece hasta su temprana muerte el 19 de enero de 1976, con tan solo 51 años y en plenas facultades creativas. 

Con Lila la mariposa, Rolando Ferrer hace un aporte sustancial a la creación dramática cubana y a la progresiva formación y consolidación de un teatro nacional, por sus aciertos en los aspectos lingüísticos, folklóricos, y sociales, y en cuanto al tratamiento y construcción psicológica de los personajes.

Lila, es el personaje mejor logrado por Ferrer, por su humanismo y realismo, y a la vez por ser un símbolo de la frustración, alienación y aniquilamiento del individuo en la sociedad cubana de la década del 50 del pasado siglo, aspectos que supo plasmar con maestría. 

 


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