CUBADISCO o el juego (sonoro) de abalorios


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Ha terminado este domingo en La Habana la Feria CUBADISCO y todo indica que “vuelve a su rincón el alma trémula” y musical de la discografía cubana. Atrás quedaron las nominaciones, los premios y los distintos espectáculos que en forma de gala dieron vida a este acontecimiento musical y cultural que por veintisiete años de forma ininterrumpida ha marcado la vida y milagro de la discografía nacional.

Para bien, o mal hay que decirlo, del evento aún pesan en la memoria colectiva de los músicos y de muchos involucrados en la industria de la música aquellos años fundacionales en que CUBADISCO derrochaba cierto glamur a partir de la presencia de figuras notables del panorama musical internacional; en lo fundamental español a partir del “noviazgo que existía con la SGAE y en especial con su presidente de entonces: Teddy Bautista.

La Feria también era animada por la presencia de una diversidad de sellos discográficos internacionales –fundamentalmente españoles—que concurrían al espacio expositivo donde mostraban su catálogo hasta ese entonces y anunciaban allí sus nuevos fichajes dentro de la música cubana. También era posible, y probable, encontrar  periodistas y redactores de las más diversas tendencias y medios dedicados o especializados en música a nivel internacional; lo mismo ocurría con promotores radiales, de presentaciones en vivo o de algunos canales musicales de largo aliento e impronta internacional.

CUBADISCO también apeló, en cierto momento de su historia, al gigantismo en materia de propuestas de eventos y aquella puerta fue abierta por el son más largo; al que siguieron un guateque que cruzó el país de oriente a occidente, una trovada por cerca de cuarenta horas y un concierto sui generis en el parque situado frente al teatro Amadeo Roldán en el que confluyeron la Orquesta Sinfónica Nacional y al menos una decena de agrupaciones rumberas.

La fraternidad musical era el signo distintivo de la feria y de sus eventos colaterales, que no eran pocos, habida cuenta del papel que otorgaban las casas discográficas a la exposición pública del talento que representaban.

Aquel CUBADISCO –el pretérito—involucraba a cuanta personalidad de la cultura nacional fuera posible. Era común encontrar escritores, poetas, pintores y músicos departiendo y soñando un proyecto a futuro que los involucrara; lo mismo ocurría con las editoriales y los realizadores de audiovisuales que encontraban en este espacio, un complemento para aquellas propuestas que comenzaban a definir el video clip cubano más allá del espacio televisivo en ciernes en ese entonces.

Pasaron los años y el CUBADISCO, lo mismo que la industria de la música, tanto dentro como fuera de Cuba, cambió radicalmente. Ya no se disponía de una diversidad de sellos discográficos foráneos asistiendo, pero el evento aceptó incluir las producciones hechas por músicos cubanos residentes en otros países, y los premió.

Los espacios feriales se redujeron, lo mismo que la capacidad de convocatoria del evento a nivel de los músicos. Ya no era una plataforma fraternal como muchos conservan en sus recuerdos. Pero aun así, alcanzar el codiciado gran premio o el de la categoría en que se concursaba seguía siendo un estímulo más que suficiente al talento.

La economía lo define todo y nuestra realidad presente indica que se debe apelar a la austeridad y a la cordura; pero ello no implica perder el atractivo y la capacidad de reinventarse. Y esta edición de CUBADISCO careció de ese filin que define a la música y a los músicos cubanos aun en tiempos duros.

No voy a negar que en el mismo momento que se anunció  estaba dedicado a Colombia, esperé grandes sorpresas y propuestas audaces por parte de los organizadores.

Imaginé un homenaje al carnaval de Cali que por años ha acogido y homenajeado a decenas de músicos cubanos y ha hecho un aparte para nuestra música, en especial la popular bailable.

Esperé la presencia de músicos colombianos que defendieran y mostraran la herencia afrodescendiente de ese país, sobre todo aquellos asentados en el Pacífico cuyos puntos de contacto con nuestra identidad afrocubana son notables.

Supuse que el Coloquio tuviera presente la posibilidad de homenajear a la estudiosa Adriana Orejuela, tal vez una de las estudiosas colombianas más seria de la música cubana que hubimos de conocer. Que se invitara a los diversos clubes de coleccionistas de música cubana de ese país –especialmente de ciudades como Cali y Medellín--; pienso en el nombre de Cesar Pagano, quien por años contribuyó a los coloquios del festival de bolero pero que conoce importantes aspectos de nuestra música.

Ese mismo coloquio hubiera servido de plataforma para conocer el aporte de algunos músicos cubanos que por años han desarrollado carrera en esa nación como profesores de música; pienso en los casos de Sonia y Ángel Díaz (hijos del filinero de igual nombre) del bajista Diego Valdés o del Peruchín II que han sentado y sientan cátedra con los conocimientos aprendidos en nuestros conservatorios. O se profundizara en la presencia de los jazzistas cubanos en el Barranqui Jazz, donde son presencia obligada.

Me imaginé bailando y escuchando vallenato o cumbia; o teniendo al alcance exponentes del hip hop, del pop y del rock de ese país con una trayectoria interesante.

En lo interno hubiera sido factible que los diversos conservatorios de la ciudad, incluida la facultad de música del ISA hubieran decretado semana feriada para que sus alumnos asistieran a los conversatorios que organizó EGREM con sus premiados; sobre todo la presencia del Quinteto de Jazz, de Orlando Valle y sus flautas o de Demetrio Muñiz con su disco de trombones.

Fue lamentable la ausencia de público a estas charlas/presentaciones. Nadie hubiera salido más fortalecido que el estudiante de música que hubiera vivido la experiencia no solo del músico premiado o al que admira y hasta le influye; sino que hubiera visto la interacción de muchos de ellos con sus profesores que fueron en algunos casos sus condiscípulos.

Mas me quedo con los conciertos de la orquesta Riverside –que suena como un cañón—o del Septeto Habanero que nada tiene que envidiar a formaciones afines.

Estas son algunas de las cuitas que arrastro de este CUBADISCO. Sé que vendrán otras ediciones y la posibilidad de que se reinvente el evento fluye en la cabeza de sus directivos; pero mientras tanto por qué no pensar en mantener en el mismo Pabellón Cuba –espacio más que subutilizado—una programación común entre CUBADISCO, las disqueras cubanas y la AHS para dignificar y acercar la música cubana a todos los segmentos sociales.

Tal apuesta redundaría en el orgullo de los músicos y sería una puerta para mantener el interés por el evento y nuestra música. Téngase presente que “lo nuestro” (lo mío primero) dejó de ser una prioridad en grandes segmentos de la población.

Es hora dejar de temer a las cabezas truncadas y apostar por el juego de abalorios. Nuestra música y cultura lo necesitan y lo exigen.


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