De las Terrazas a la Cabaña: antesala de un éxito


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Corría el mes de enero del año 2000 y entre los sobrevivientes al llamado error del milenio, además de nuestra especie, estaba la Revista Salsa Cubana. En  ese entonces nos preparábamos para dos acontecimientos importantes. Participar por vez primera en la feria del libro de ese año y presentar el número en que habíamos concentrado una larga encuesta acerca de la música cubana del siglo que estaba en su total ocaso.

Y como nota curiosa nos estábamos estableciendo en la vieja casona donde radicó alguna vez el archivo fotográfico del Instituto del Libro ubicada en la calle 21 entre E y F; en pleno centro del Vedado. El local no tenía las condiciones necesarias para instaurar la redacción de una revista, pero era al menos “nuestro hogar seguro” en ese entonces.

La revista había sido fundada en el año 1995 por Alberto Fernández y la periodista Magalis García Moré, pero solo llegó a publicar dos números con una tirada muy reducida y que pocas personas llegaron a ver.

Después de casi un año de silencio la publicación reaparece y esta vez la dirige el periodista Amado Córdova y le permiten establecer su redacción, de modo temporal, en el edificio que ocupa la revista Mujeres; hasta que un golpe de suerte le permite asentarse de “forma casi definitiva” en aquella casona cuyo estado constructivo no era el mejor.

Nosotros, todo el equipo de redacción, éramos el ejemplo perfecto del entusiasmo creativo; es por ello que la concepción de cada número era una fiesta en la que se combinaban los sueños, la realidad y la buena voluntad de anunciantes, amigos y colaboradores.

Y fue uno de esos colaboradores con categoría de fundador quien había lanzado la piedra, realmente fue una idea, que desencadenaría nuestra primera presencia en la Feria del Libro de ese año 2000. Su nombre Joaquín Borges Triana, o simplemente “el Joaco”: “…lo que tienen que hacer es presentar la revista con un concierto de un trovador o cantante desconocido en plena Cabaña…”; para después rematar “…hay uno en las Terrazas que es fenomenal…”

Para ese entonces muchos de los miembros del equipo desconocían la existencia de la comunidad Las Terrazas y de aquel fenómeno del que hablaba Joaquín: su nombre Fernando Borrego, pero todos le llamaba en el pueblo Polo.

En mi caso no me sorprendió aquella propuesta. Conocía la comunidad desde mediados de los años ochenta –uno de mis primos cercanos se había establecido allí—y sabía de la existencia del juglar de marras que era el orgullo de los que allí vivían.

Lo que en ese momento desconocíamos era que Joaquín Borges lo había presentado al empresario de Cabo Verde José Da Silva que estaba tratando de penetrar el mercado discográfico cubano de ese entonces; y que el hombre había terminado de grabar su primer disco.

La propuesta fue aceptada por mayoría simple y comenzó la agonía de los preparativos.

Teníamos el espacio para la revista, pero no para un concierto de presentación. El artista aceptó, pero los organizadores no tenían ni trasporte ni sistema de sonido. Algo fundamental, el horario para presentar la revista que nos propusieron fue a las diez de la mañana cuando menos público había en el recinto y se nos asignó un tiempo de una hora.

Hora de buscar soluciones. El sonido y el transporte lo negociamos con el ICAP. La hora de presentación se corrió para las tres de la tarde para hacerla coincidir con el lanzamiento de la Gaceta de Cuba; todo ello gracias a la buena voluntad de Norberto Codina y Arturo Arango que formaban parte del “comité de socios de Salsa Cubana y sus conexos”.

Las vituallas del jolgorio fue una colaboración de un anunciante y de modo discreto del encargado de los asuntos de Luz África, la compañía de José Da Silva, en Cuba ese momento; “el negro Carbonell”.

Solo había un inconveniente: nadie conocía a ese tal Polo Montañez. Algunas personas cercanas a la revista en ese momento nos aconsejaron, de buena fe, que apostáramos por otro artista más conocido; pero decidimos seguir con nuestra idea.

A las tres en punto comenzó la actividad. En la tarima improvisada se colocó en una esquina un ejemplar de la Gaceta y en la otra el de Salsa Cubana y entre ellos los artistas. Joaquín Borges fue el maestro de ceremonia.

Quince minutos después arrancó la música ante un público heterogéneo. La temperatura del lugar fue subiendo y donde había en un comienzo unas cincuenta personas de momento se reunieron un par de decenas y así hasta convocar a una multitud cercana a los mil.

Fue tal el impacto de aquel momento que en los stands cercanos se detuvo la venta y cuando menos lo esperábamos se agotaron los ejemplares de la Revista que habíamos llevado, la misma suerte corrió la Gaceta.

Hora y media después se nos comunicó que debía terminar la música, pero como somos indisciplinados en materia musical nos extendimos unos quince minutos más y la persona encargada de dar por terminada la presentación terminó bailando escondida en una esquina.

Sin proponérnoslo habíamos presentado en sociedad al cantante cubano que meses después se convertiría en todo un fenómeno mediático y social en Colombia primero y en Cuba después. Le habíamos organizado su “primer concierto masivo” más allá de su lugar de trabajo habitual y había sido todo un éxito; incluso hasta le habían propuesto dos contratos de trabajo ahí mismo.

Esa tarde, en medio de la Feria del Libro del año 2000, comenzó la leyenda de Polo Montañez.

Meses después saldría el número de la revista en el que Joaquín Borges escribiría su primera reseña nacional. Nuestra tirada era entonces de cinco mil ejemplares, solo que esta vez Luz África encargó que le destináramos unos tres mil para que acompañaran el lanzamiento de su disco en Colombia de forma combinada; es decir llegamos a la fabulosa cifra de ocho mil ejemplares y la revista comenzó su camino a la internacionalización.

Meses después Polo y José Da Silva, el presidente de Luz África junto a Joaquín Borges Triana llegarían a nuestra casona del Vedado con una propuesta interesante: reseñar en exclusiva el viaje de la cantante Cesaria Évora a Cuba y sus conciertos en el teatro Nacional.

Polo, por su parte, traía de donación un sombrero colombiano, un gran paquete de café, una copia del certificado de la cantidad de discos vendidos y su guitarra para cantarnos sus nuevas canciones. Y nos convidaba a todos a pasar un fin de semana en su terruño querido.

Aquella tarde fue la despedida de nuestro equipo de aquel lugar que pasaría a ser la redacción de la Revista Cartelera y de la discográfica BIS MUSIC. Habíamos estado allí “albergados” unos nueve meses. Despedida que vino acompañada de “un regaño” de los organizadores de la Feria por habernos extendido más de una hora y haber alterado el programa de la Feria. Al año siguiente se nos permitió participar, pero no disponer de un stand de ventas y menos de hacer una presentación de esa magnitud.

Han pasado veinte y cuatro años y Polo Montañez hace ya veinte que no está entre nosotros, el mismo tiempo que dejó de circular la revista Salsa cubana. Amado Córdova no sobrevivió al cierre de la revista dos años después. De aquel equipo Pepé Menéndez continúa dando clases en el Instituto Superior de Diseño y creando diseños espectaculares que nos enorgullecen a todos; las muchachas de aquel grupo hoy rara vez se reencuentran.

El concierto de presentación de Polo Montañez no aparece en algunas de las historias que se cuentan sobre su vida. José Da Silva se mantiene entre París y Cabo Verde promoviendo la música de aquel país y alguna que otra vez viaja a la Habana por puro placer. Joaquín Borges Triana sigue descubriendo talentos increíbles de la música cubana, en especial la trova y algunos han tocado la gloria, pero no como aquel guajiro que en Las Terrazas era el orgullo de sus coterráneos.

Sin embargo; antes de llegar a su fin nadie imaginaba entonces que el equipo de Salsa Cubana estaba cocinando una nueva aventura para febrero del año siguiente; y que aquella sería nuestra última aventura. Solo que esta vez superaría a la anterior y trazaría un hito en la cultura y la misma historia musical de comienzos del siglo XXI.

 


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