LOS MILAGROS SÍ EXISTEN


los-milagros-si-existen

Fue el doctor Medina una gloria de la medicina provinciana, en la comarca que me tocó —por suerte— como tierra natal.

Claro está: Medina no se llamaba Medina. Para gozar de cómoda impunidad he alterado el verdadero apellido, lo cual me pone a salvo de cuatro sopapos provenientes de algún consanguíneo indignado. Así puedo narrar vida y milagros del susodicho, sin peligro para mi anatomía, ya bastante maltrecha.

Pero vayamos al grano de esta croniquilla. Cierto día Medina —quien se gastaba un cinismo de argolla— recibió en su consulta un caso sui géneris.

Tratábase de una veintiañera, salpicona ella, de quien las brujas que ejercían el oficio chismógrafico barriotero aseguraban que cada noche retornaba a su casa algo achispadita, y con diferente compañía masculina.

Agréguese que la susodicha estaba apetecible como para alebrestar al mismísimo Tutankamen, a pesar de sus milenios de momificación.

Medina era fanático confeso de la escuela médica de la Francia, esa que confía en la observación y comienza a recetar con sólo ver cómo camina el paciente. Y, de inmediato, adelantó mentalmente el diagnóstico: «sateritis» crónica con complicaciones.

En la consulta se produjo el siguiente diálogo, que reproduzco sin añadir ni una vírgula:

—Doctor, estoy alarmadísima— declaró ella mientras cruzaba las piernas, mostrando de paso un par de rodillas que parecían, por lo plenas, dos frentes de William Shakespeare, según los retratos al uso.

—Es que hace tiempo que no veo la visita— continuó.

—¿Visita? ¿De quién se trata? ¿Alguien que vino de La Habana?— dijo Medina haciéndose el chivo loco.

—Ay, doctor, me da una pena… es que no veo la luna…

—Mira, hijita, sin circunloquios. El satélite no tiene nada que ver con el asunto. Tienes ausencia del flujo menstrual, que técnicamente se llama amenorrea. Vamos a examinarte.

Tras observar las cosas in situ, Medina concluyó:

—Muchachita, buenas noticias: lo tuyo es completa y totalmente normal: estás embarazada.

Y entonces vino lo bueno:

—¡Imposible! ¡Yo nunca he estado con un hombre! ¡Soy señorita!

—Ahí mismo el viejo galeno se dirigió a uno de los amplios ventanales de su consulta, lo abrió de par en par y, apantallando los ojos con una mano colocada cual visera sobre las cejas peludas, comenzó a gritar a todo pulmón:

—¡Esta vez sí que yo no me lo pierdo! ¡Seguro que no me lo pierdo!

—¡Doctor, doctor! ¿Qué le pasa?— dijo casi sollozante la ligerilla de cascos.

—No te alarmes, hijita. El lío es que un caso de mujer preñada que no ha conocido varón, no se reportaba desde hace dos milenios.

—Pero, doctor, ¿qué busca usted en el cielo?

—La estrella de Belén, so bobita, la estrella de Belén.


0 comentarios

Deje un comentario



v5.1 ©2019
Desarrollado por Cubarte