Cómo entender los diversos acontecimientos que ha vivido la música cubana en los últimos cuarenta años si no se analiza y valora seriamente el papel de las cantantes soneras y de las orquestas compuestas por mujeres; e incluso su inclusión como parte de algunas orquestas en las que su papel fue determinante en cuanto a su popularidad.
Cantantes soneras, con mayor o menor impronta hubo en los años ochenta y en los anteriores. Sin embargo, no es objeto de estas notas hacer una historia cronológica o una revisión de importancias o trascendencias. Estas notas son solo breves reseñas para evitar que el manto del olvido se imponga.
Centremos los acontecimientos en el mismo instante en que las emisoras de radio en Cuba comienzan a trasmitir los temas de la orquesta dominicana Las chicas del Can. Hablamos aproximadamente del año 1987, finales del mismo. Tal orquesta, fundada y aupada por el músico dominicano Wilfrido Vargas, provocó una conmoción no tanto por su música sino por el elemento sensual de sus integrantes; a fin de cuentas; era “merengue de salón” con la impronta de Vargas, cuyo peso en la evolución del merengue en los años sesenta y setenta es incuestionable.
Mientras tanto, a nivel interno Cuba disfrutaba ─con mayor o menor presencia─ del talento de las hermanas Nuviola como parte de la orquesta de Pachito Alonso, y en el caso del grupo Opus 13 la voz de Jaquelín Castellanos comenzaba a hacerse notar. Tampoco pasaban inadvertidas las propuestas que para ese entonces hacía Malena Burke, quien se había convertido en la referencia de las noches en los cabarets de La Habana y que alcanzará su clímax en el mismo instante en que la dupla José Luis Cortés/Germán Velazco le produzcan el disco Salseando.
La aparición de la orquesta femenina dominicana se puede considerar el detonante para que muchos descubran que desde los años treinta en Cuba existía una orquesta femenina de importancia y que respondía al nombre aborigen de Anacaona ─no fue la única que existió a lo largo de la historia, solo que era la más popular o conocida─ y que con el paso del tiempo estaba languideciendo por una causa natural inexorable: el envejecimiento de sus integrantes.
Ciertamente Anacaona había quedado como una especie de reliquia musical y sus contadas apariciones en la TV eran por obra y gracia de aquellos que le habían conocido en su momento de gloria o le tenían alguna estima. Y solo un golpe de gracia o un evento imprevisto podía evitar su muerte. Fueron dos: la aparición de Las chicas del Can, y la entrada en la misma de las hermanas Aguirre.
De golpe aquellas mujeres, a punto de retirarse de la vida profesional, volvían a ser noticia. Los programas de televisión le comenzaron a llamar y en algunas publicaciones se les comenzó a reverenciar; solo que algunas de esas acciones no fueron todo lo honesta que se esperaba: el orgullo nacional había sido herido. Había que redimirlo.
Esa redención comenzó en el mismo instante en que las hermanas Castro dejaron en manos de Georgia Aguirre la dirección de la orquesta. Ella, junto a su hermana Dora, comenzó a convocar a nuevas integrantes para actualizar su planta; además de organizar un repertorio más cercano a los públicos de estos tiempos. La orquesta entraba en una nueva etapa de su carrera profesional y era necesario insertarse en el gusto de los grandes públicos y retornar al mundo de la discografía y los bailes.
En este último campo es innegable que las cosas fueron bastante difíciles en un comienzo. Estamos en la curva final de los años ochenta; tiempo en que se está generando un nuevo movimiento musical que responderá al nombre de Timba y en el que están implicados algunos músicos que fueron compañeros de estudios de las hermanas Aguirre. Mas ello no amilanó a su nueva directora ni a las músicos que comenzaron a acompañarlas en este nuevo empeño; la muestra más fehaciente de esta nueva etapa de la orquesta fue su presencia en el Festival Jazz Plaza en el año 1989 en el que derrocharon virtuosismo en la ejecución de algunos temas clásicos de la música cubana que versionaron al estilo del latin jazz más vanguardista y lanzaron sus primeras propuestas en materia de música bailable; y fue en ese momento que muchos escuchamos por vez primera la voz de “la negra Lucrecia”.
Curiosamente, ciertas actitudes chovinistas de algunos medios y en especial algunos periodistas, no permitieron ver a lo interno el valor de esta resurrección de la orquesta Anacaona. Los dardos fueron lanzados a comparar la calidad musical de las cubanas con las dominicanas; a cuestionar o no el papel de la sensualidad ante el público. Conclusión: no entendieron el impacto que esa nueva etapa de la orquesta estaba teniendo a nivel de músicos, sobre todo entre las mujeres.
De otra parte, Anacaona para poder “encajar” en el público bailador del momento debía “sonar macho”; lo que de alguna manera no le permitió en esta primera etapa desarrollar su personalidad. Respondieron al estímulo del momento y poco a poco llamaron la atención de los bailadores, mientras que aquellos que conocieron el trabajo de las hermanas Castro se refugiaron en las comparaciones críticas y en la negación de este momento.
Solo que Anacaona fue el detonante para que a fines del año 1989 otra orquesta femenina fuera fundada en Cuba; una orquesta fruto de la reflexión musical y de necesidades expresivas de una generación; a su cabeza las hermanas Fuentes Aldama: Zoe y Giselda, acompañadas por su hermano, el virtuoso ─y pocas veces justipreciado─ saxofonista Jesús Fuentes Aldama: el grupo Canela.
Ahora el entorno de la música cubana se preciaba de tener dos orquestas femeninas; algo similar a lo ocurrido en los años 30 cuando junto a las Anacaona se podía escuchar a otras formaciones no menos importantes como la Charanga de Doña Irene, Las Hermanas Castro, la Orquesta Ensueño o las Trovadoras del Cayo; entre otras menos conocidas.
La década de los noventa sería pródiga en orquestas femeninas e incluso se destacarían algunas instrumentistas dirigiendo orquestas mixtas.
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