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Santa Cruz de Guiteras


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Antonio Guiteras Holmes.

  Ay, Santa Cruz de mis penas…

 

Tony Guiteras entró en mi adolescencia con las historias de mis mayores: la admiración de papá, muy joven en la época guiterista, lo revistió de matices legendarios; las experiencias del abuelo me adentraron por los caminos —por entonces desconocidos— de rebeldías y revoluciones, y lo grabó en mi mente con dos frases que él consideraba —pienso yo— definitorias: un bragado, un hombre guapo…

Quizás por eso, cuando hablo —escribo— de Antonio Guiteras Holmes siempre digo Tony, como lo llamaron aquellos que le conocieron: el nombrecon que recorrió su historia y marcó nuestra Historia. Quizás, también, por las mismas razones comencé a coleccionar —y a leer— cuanto libro se ha editado sobre su vida y obra.

Esa inclinación juvenil se ha mantenido en mi vida y me permitió disfrutar de una hermosa sorpresa vestida de nostalgia al encontrar el libro de Paco Ignacio Taibo II, Tony Guiteras, un hombre guapo: mi abuelo siempre tuvo razón…  

Cuando Tony Guiteras comenzó su lucha por la soberanía y las reivindicaciones sociales quizás desconociendo durante muchos años la existencia de Santa Cruz del Norte, ajeno a que un día formaría parte de su historia.

Cuando Tony Guiteras comenzó a formar parte de mi vida, mis ojos solo reconocían un mar de azul matanceridad, y desconocían este mar de mil azules de la costa santacruceña donde, por entonces, jamás pensé vivir y mucho menos que algún día —este día— me sentaría a escribir sobre un hombre guapo en la historia de un pueblo guapo. Esta historia escrita a retazos, de atrás hacia adelante y vuelta a atrás…

Santa Cruz del Norte cantada como bello rincón de la costa habanera sobrepasa con mucho la categoría de rincón —toda la costa de Mayabeque es santacruceña— y es algo más que bella porque es Santa Cruz de muchas cosas…

Santa Cruz de los aruacos, que saltando de isla en isla vinieron desde muy lejos, buscando un sitio mejor donde asentarse y éste fue. De los aruacos, la guayabita de costa y las jutías más grandes que recordarse pudieran.

Santa Cruz de las cuevas, las oscuras cuevas donde se albergó la vieja raza que pulía piedras duras y aprendía los secretos del barro cocido y el secreto de la tierra: es necesario plantar el corazón con la semilla para que te bendiga con la gracia de la espiga.

Santa Cruz del primer astillero americano y las expediciones, Juan de Grijalva y su destitución.

Santa Cruz de los ingenios: los primeros, expulsados de la ciudad porque ahogaban la producción de mantenimientos; los siguientes, porque el suelo es fértil y la costa cercana; los otros, porque es la industria que se desarrolla marcando para siempre los rasgos distintivos de una nacionalidad que nace.

Santa Cruz de los isleños que un día perdido en las resacas marinas vinieron desde muy lejos, buscando un sitio mejor donde asentarse y éste fue, también. De los isleños y el 3 de mayo con su cruz sin Cristo flotando sobre las aguas de una bahía ayuna de fe. Las aguas que entonces contaron su secreto: es necesario tirar el corazón con el aparejo para que te bendiga con la gracia del pez.

Santa Cruz de los piratas y el comercio de rescate.

Santa Cruz de la independencia y las cargas mambisas, el alzamiento de Caunavaco, los combates de Juguetillo. De los patriotas insignes y la prefectura invicta. Y del cafetal de Domínguez y él de Cadet y él de… Y Santa Cruz del Ron, el mejor del mundo. Y la fábrica de tabacos, que se va y regresa como hijo pródigo.

Y Santa Cruz de mis penas esta Santa Cruz del Norte, que por ser de tantas cosas, en medio de esta vida agitada, electrónica y estresante, corre el peligro de convertirse en Santa Cruz del olvido, porque no se puede ser un nostálgico si no existe vocación… Esta Santa Cruz de mis penas que por su ubicación geográfica, y tal vez por el desconocimiento, bien pudiera llamarse Santa Cruz del camino…

Mañaneaba un domingo. Ángel Ortiz, joven y emprendedor comerciante matancero, mambí por más señas, galopaba por el camino entre Armenteros y Santa Cruz en una de sus primeras salidas tras reponerse de una incómoda úlcera estomacal. Un viejo amigo lo invitaba a conocer el pequeño pueblito de pescadores y leñadores.

Verde aquí, verde allá. Más adelante un río transparente como el aire de la mañana: hay olor a tierra de fiesta.

De pronto vio unos ojos y con los ojos unas trenzas, que eran de la criolla más linda que había visto, que a lo mejor no era tan bonita; pero, que sería la mujer de su vida. Detenerse era faltar a las costumbres y así, andando, siguió mirando y mirando mientras que, escondida en su portal, ella también lo miraba. Para él no existió más camino ni más paisaje, nunca supo decir que tiempo duró la visita, que comió ni lo que vio; su único interés era preguntar por ella y esperar la hora del regreso, con la incertidumbre de volver a verla o no. Y allí estaba, en la ventana, como quien espera.

No contaré de las mediaciones del amigo, ni de los avatares de un noviazgo de fines de siglo. Solamente que, como en toda historia feliz, se conocen, se casan y viven muy felices, en la Finca Armenteros.

Pasan los años, nacen los hijos; pero, la mujer, santacruceña auténtica, no puede vivir lejos de su mar: la sonrisa palidece, y la familia llega a vivir en Santa Cruz.

Ortiz mira su nuevo pueblo: pobre, sin futuro, sin otra cosa que pesca y miseria. Hay que actuar. Su esposa ama esta tierra y él ama a su esposa.

Estamos en 1916. Ángel Ortiz y Milton Hershey se encuentran por primera vez en Santa Cruz del Norte.

Y entonces nace mi Central, el Hershey, que formará parte esencial en toda esta historia…

Un hombre —una mujer— viaja a Matanzas en el tren: “llegamos a Guanabo; esto es Canasí, aquí se quedan los campistas; Matanzas, ¡al fin!”  Se acabó el viaje…

¿Y el recorrido por Santa Cruz? ¿Y ese mismo tren eléctrico en que viaja, museo viviente del hemisferio occidental? ¿Peñas Altas y la sublevación de Aponte; la torre de San Francisco, escenario de uno de los combates más arriesgados de las Brigadas Mambisas; San Matías, pueblo fantasma cuyo recuerdo revuela sobre un cementerio?

¿Ese Jiquiabo, algo lejano, corral más rico entre los ricos, donde señoreó la casa de vivienda de los Aróstegui desafiando más de 200 años de vida, hasta que la derrumbaron la ignorancia y la indolencia; y Río Blanco, que conoció a Von Humboldt, sitio primado de este Municipio que todos transitan y nadie ve?

¿Y Jibacoa, con sus San Lorenzos: él de la antigua iglesia y él de los Marqueses de Santiago y San Felipe? La condal y olvidada Jibacoa, de la condesa que cultivó el primer mango de Cuba en su hacienda de ciudad; Jibacoa que recibió los ingleses con tiros y los piratas con mercancías; cuna de Joaquín Fabián de Aenye, Padre de la Farmacia Cubana, maestro de Martí; Jibacoa de Antonio María Romeu, medalla de oro en Sevilla, medalla de plata en Filadelfia, medalla del Cincuentenario y más de 500 danzones.

¿Y Canasí? De esclavos e ingenios, de palenques y cafetales, la Brigada Volante y las tropas insurrectas atravesando sus callejones mientras se funden en un acorde la clarinada mambisa y la campana de la iglesia… Canasí y las minas de cobre de la Segunda Guerra Mundial… Canasí: Canasigua, Madre de Agua y San Matías.

¿Y San Juan, San Adrián, San Antonio, ingenios que dieran vida al desarrollo de un país que aún no lo era pero que lo sería y hoy, que ya es, los olvida?

¿Y Hershey, que ya quedó atrás, donde se bajaron —tal vez— a tomar un refresco? Hershey, el último pueblo modelo construido en el mundo, una cultura que desaparece y muchos desconocen; paisaje cultural único en Cuba con su silueta inconfundible de Casa de Carbón con dobles chimeneas, que se nos pierde. Hershey, que fuera causa y origen del municipio que nació en 1933…

Ángel Ortiz se convierte en el administrador del central que promovió. Así fue durante la etapa constructiva hasta el término de la primera zafra en 1919, cuando hace dejación de su cargo para dedicarse a las luchas políticas en busca de mejoras para su pequeño poblado. Desde las diferentes funciones que desempeñó, dirigió sus empeños a desarrollar Santa Cruz, debiéndose a sus esfuerzos la construcción de calles, escuelas, servicios de salubridad.

Por entonces, estas tierras, estas costas, pertenecían al Término Municipal de Jaruco y la alcaldía no terminaba de aprobar la muy solicitada construcción de un alambique que trabajaría a partir de las mieles finales del Hershey. Posibilitar el desarrollo de este territorio hasta entonces olvidado, generaba preocupaciones políticas.

La entrada en funciones de Ortiz como alcalde sustituto posibilita los trámites: nacía lo que sería, en un futuro por entonces no previsible, la Habana Club de nuestros días, y se impulsaría el desarrollo que ya activaba el central, que creció y se convirtió en la mayor y más moderna refinería de su tiempo, y otros tiempos más acá.

El territorio costero del municipio Jaruco se fortalecía económicamente y comenzaría a buscar su independencia.

Una muchacha —un joven— se decide por el campismo de fin de semana, parte en ómnibus y reconoce Guanabo; si acaso, El Cayuelo. Y después puede que recuerde la base de Boca de Jaruco; más tarde, Canasí: “por ahí se sale cuando venimos en tren”… Y ya llegaron a Puerto Escondido, Peñas Blancas, o él que sea. Se acabó el viaje…

¿Y el astillero, primero de América; los piratas entrando por el río hasta la hacienda de la familia  Santa Cruz; y el Fortín de San Dionisio, de 1795, parte integral del sistema defensivo habanero? ¿Y la Caverna de las Cinco Cuevas con su enigmática cruz y su título de Monumento Local, que pocos recuerdan mientras se destruye?

¿Y Chipiona? El mejor sitio donde asentarse, para aruacos o isleños, donde mar, río y tierra tejieron un concierto de belleza, y un día contaron su secreto…

Santa Cruz de la barranca y Faro el Negro, de Natalio Sanabria y la tradición oral de un Maceo a caballo, donde hoy el parque y ayer monte costero… Santa Cruz del ron: de ese alambique que es paisaje cultural por excelencia, patrimonio tangible e intangible, por lo que de nuestro tiene y en nosotros genera… Santa Cruz de Ángel Neovildo, poeta olvidado, Cantor de Santa Cruz, Premio Iberoamericano de Poesía; Mina y sus sueños de ventana, sus pinturas y el periódico que dirigió; Yiyo con su Namibia y su Maceo, que alguien convirtiera en bronce para el comercio ilícito.

¿Y Puerto Escondido, Palmarejo, el ingenio Dolores de Calvo con sus tanques aún al sol? ¿Y el sitio aborigen de Bacunayagua? ¿Y tantas cosas nuestras, y de todos, que se olvidan?

En 1933, a la caída del gobierno de Gerardo Machado, y constituido el gobierno de Ramón Grau San Martín, Tony Guiteras es llamado a ocupar la Secretaría de Gobernación, también como interino de Obras Públicas, y además como Secretario de Guerra y Marina. A partir de aquí comienza a dictar medidas para mejorar las condiciones de vida del país: las jornadas de ocho horas, ley de accidentes del trabajo, de salarios mínimos, intervenciones. En fin, sus sueños de independencia y soberanía.

Hombre inteligente, calcula la importancia de contar con el apoyo de la mayoría de los términos municipales para los cambios que decide emprender y comienza toda una política de cambios y transformaciones en las alcaldías.

Pueden revisarse todos los Decretos emitidos sobre el asunto y solo podrá encontrarse la conformación de un nuevo Término Municipal: Santa Cruz del Norte. Y de aquí la historia…

Ángel Ortiz ya había conocido a Guiteras y a él se dirigió, como nuevo Ministro de Gobernación, con toda la documentación necesaria para la aprobación de su propuesta: ya Santa Cruz del Norte, con todos sus barrios constituyentes, contaba con la fortaleza económica suficiente para independizarse: el Hershey era una potencia y la destilería iba a buen ritmo.

Comenzó entonces una batalla de intereses: la alcaldía de Jaruco no quería perder; pero, Santa Cruz demostraba sus razones; y fueron tantas que se llevó la balanza.

Se firmaba el Decreto Ley 3300 en diciembre de 1933 y entraba en juego un nuevo alcalde guiterista, Ángel Ortiz: quedaba instaurado el municipio que ocupa toda la costa norte de Mayabaque, el único creado por Tony Guiteras, el hombre guapo: Santa Cruz del Norte.

Alguien, uno —una— de muchos, sale por cualquier camino rumbo a cualquier destino, en esta Santa Cruz de tantas cosas y no lo sabe; va y viene y no lo sabe…

El hito del Corral Jiquiabo en un museo capitalino; las runas del Camarones con su canal para la utilización de energía hidráulica; la torre del San José, nuestro Armona, el alzamiento de Ramón Montero y la enfermería de los esclavos; la casa de vivienda del Diago, el pequeñísimo Diago que aún bajo el agua de una presa mantiene vivo el recuerdo de su máquina de balancín; el Fortín de Vista Hermosa; San Ignacio, aquel ingenio donde se cargaba caña con camellos; Cubilinganga, prefectura invicta; Oviedo, Ponce y sus combates; la cueva de la Calentura y el misterio de un enterramiento; el río Santa Cruz, sus aborígenes y las puntas de lanza; el río Jaruco y el muelle de Campo Rey; el Salto del Caballo; la Reserva de Galindo; Jijira y los negros esclavos; el Club Deportivo Hershey; la sirena del alambique…

Enero de 1934: golpe de estado… Presidentes que van y vienen… ¿Detrás?  Fulgencio Batista, enemigo declarado de Guiteras quien pasa a la clandestinidad porque, a fin de las cuentas, siempre fue un hombre peligroso porque creía en la Revolución.

Septiembre de 1934: funda la organización Joven Cuba con un programa de acción que se proyecta sobre el futuro en forma tal que solo es comparable con el programa del Moncada.

Mayo de 1935: fusil en mano, muere asesinado —traicionado— el día ocho, en el Morrillo, Matanzas.

1935: la Joven Cuba coloca en el malecón de Santa Cruz del Norte un busto en bronce de Antonio Guiteras Holmes, Tony, el hombre guapo.

Y entonces, un día, el hombre tras los gobiernos de turno, Fulgencio Batista, envía una invitación impositiva: Ángel Ortiz y el asesino de Guiteras están frente a frente… Ante la solicitud, con visos de soborno, de que continuara en la alcaldía, el viejo mambí replica que es imposible porque Guiteras era su amigo. Aun así, se le insiste: Guiteras está muerto. La respuesta del viejo mambí es para grabarla en bronce: A los amigos no se les traiciona ni después de muertos

En 1940 asciende al poder Fulgencio Batista y se dicta una orden nunca escrita: derribar a mandarriazos todos los bustos de Antonio Guiteras.

Y entonces, un día, llegan a Santa Cruz del Norte los soldados que cambiaron el fusil por las mandarrias: nunca pudieron acercarse al busto en bronce del hombre guapo, porque un pueblo guapo lo rodeaba…

Muchos, que vienen y van, no lo saben: es triste, cuando son ajenos; cuando son propios, es doloroso… Santa Cruz de mis penas esta Santa Cruz de los recuerdos…

Porque cuando comenzó a moler San Matías de Río Blanco del Norte, la Loma de las Cabañas aún se encontraba virgen y sin fortaleza; y cuando se celebró por primera vez la Elevación de la Santa Cruz, no se había oficiado la primera misa en la Catedral de La Habana; porque si Pepe Antonio macheteó a los ingleses  los cogió de rebote cuando los santacruceños los alejaron de sus costas; porque este fue el primer Valle de los Ingenios; porque aquí esperaron el fin de la gesta independentista todas los tropas mambisas de La Habana; porque aquí se fabricó el mejor azúcar del mundo; porque  nuestro ron es insignia del mercado internacional; porque éste es el terruño… Porque aquí el hombre rindió su corazón y fue bendecido por la gracia de la identidad

Es de suponer que muchas de estas historias se desconozcan porque la identidad no es precisamente la gracia que bendijo a quienes deben rendir su corazón para promover el reconocimiento… Es de suponer, solo de suponer, porque por algo Santa Cruz del Norte es la Santa Cruz de nuestras penas…

Qué otra razón puede existir para olvidar que, entre tantas cosas, es también Santa Cruz de Ángel Ortiz, mambí de nuestra gesta independentistas, ese primer alcalde, cubano íntegro y de sólidos principios, que murió en la miseria mientras que en sus papeles quedaba guardado un talonario de cheques de la Compañía Hershey, en blanco, firmado y a su nombre.

Además, de no ser esa la causa, cómo es posible que se olvide —o se desconozca— que Santa Cruz del Norte es, entre sus muchas cosas, Santa Cruz de Guiteras, y no solo porque fuera el único municipio creado por este hombre guapo en 1933. No, eso solamente no.

Es Santa Cruz de Guiteras porque es el único municipio de Cuba que puede ostentar la única imagen de bronce de aquel hombre guapo que no pudo ser destruida por la barbarie,  y que está allí, en su malecón, airosa y desafiante desde 1935, custodiada por ese guapo pueblo que hoy anda un poquitín triste porque Santa Cruz del Norte, y de tantas cosas, a causa de esta vida agitada, o quién sabe por qué, corre el peligro de convertirse en Santa Cruz del olvido… Ay, Santa Cruz de mis penas.


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