Vida y muerte de las flores en un parque de Santa Clara


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El proyecto Dentro del Juego es una voz experimental, posee el aliento de las grandes ideas, pero además ha hallado la vía para que esos susurros en la cultura cubana no se queden en la simple huella de una galería. Ellos aspiran a la vida en su conjunto y sus metáforas se vertebran de forma poderosa en torno a sucesos en apariencia intrascendentes: la caída de las flores sobre el pavimento, una lista de personas fallecidas colocada en un recinto vacío, una tela en un asta a lo largo de una habitación, una cascada irreal recreada con un proyector que refleja la imagen en la cama posterior de un camión de carga… Todo eso ha sido parte de las propuestas que este grupo inestable, irreverente, en ocasiones caótico, ha querido traernos a lo largo de sus años de establecimiento.

Pero, con la llegada de los primeros vestigios de la primavera temprana, Dentro del Juego nos ha convocado con la provocación de las flores. Hay una belleza en el gesto, pero también algo amenazante. En medio de lo hermoso persiste la marca de la muerte y de la putrefacción y, si no estás en el momento de la acción visual, del orden casual de los elementos; no darás con su coherencia, con su estructura. Dentro del Juego acostumbra a hacer estos reflejos en la conciencia y ha basado parte de sus aportes en un arte conceptual que no se acostumbra a lo formal y lo establecido. Hay en ese nomadismo de la imagen algo que no quiere ser captado, sino que se solaza en la muerte, en lo perecedero, en lo que pasa como la vida de las flores. Santa Clara, la sede de este proyecto, es una ciudad llena de parques con árboles floridos que durante una época en el año les regalan a los transeúntes uno de los espectáculos más dignos de ser vistos. Es ese instante el que Dentro del Juego eterniza mediante la mirada de los artistas, dándole al hecho una ontología otra.

 “…con la llegada de los primeros vestigios de la primavera temprana, Dentro del Juego nos ha convocado con la provocación de las flores”.

La flor es sinónimo de belleza, ternura, pero si se la resignifica pudiera transformarse en un arma para la expresión. Y es que se trata de uno de los tantos elementos de la naturaleza a los cuales la humanidad le ha dado un papel, un símbolo, pero que fuera del lenguaje establecido, pudiera ocupar otra dimensión, otra función. La flor se usaba en las guerras como un portador de mensajes, incluso de infortunios. Ha sido una manera de enmascarar aquello que está lejos de lo obvio. Pero en ese gesto terrible está el paisaje que el grupo de artistas ha dibujado. Como marcas con advertencias, los círculos de flores muertas en el suelo nos gritan que algo está pasando. El sitio elegido para la acción, el Parque de los Mártires, posee una hondura ontológica y real, un manierismo otro de la imagen y de alguna forma condiciona el consumo. ¿Cuáles son los mártires aludidos? Esa pregunta se pierde en los meandros de significado y sugiere más de una lectura. He ahí como Dentro del Juego sabe trabajar lo que nos interesa como público y que va más allá de lo plástico o lo visual. Se trata del arte en sí mismo, ese terreno lleno de complejidades al cual accedemos a través de este tipo de atrevimientos. Si el mundo de lo conceptual se mueve dentro de los hilos de una mentalidad intranquila, irreverente, salvaje; nosotros como público hemos de conocernos a nosotros mismos a partir de acciones como estas.

 “La flor es sinónimo de belleza, ternura, pero si se la resignifica pudiera transformarse en un arma para la expresión”.

Porque, lo más importante es y será la imagen o quizás hay que decir que se trata de la suspensión del tiempo y del espacio y de la reconstrucción de una ética que trasciende los intersticios de lo real. Hay que mirar el proceso como una deconstrucción fina de lo que somos los públicos y los artistas y el establecimiento definitivo de una trazabilidad diferente. A eso hemos de referirnos siempre. No interesa si se usan las flores, si el estilo de trabajo de Dentro del Juego es minimalista al máximo y requiere de altos niveles de consumo; el terreno invadido por la conciencia vale siempre la pena. Es esa transformación lo que nos da como consumidores de arte el gusto exacto y la sensación de que estamos avanzando en un entendimiento de aquello que realmente trasciende y que modifica el paisaje de lo estético.

Los círculos de flores juegan con dos imágenes fundamentales: los círculos del infierno de Dante y las flores del mal de Baudelaire. Pareciera que se trata de un hecho inofensivo en el cual no podemos tener otros caminos de interpretación que la literalidad o lo que está representado, pero nada más alejado de la verdad. Lo cierto es que, en este caso, como en otros de este grupo, hay una hondura filosófica que entronca con tradiciones duras de la creación. Se nos plantea una deriva que proviene de lo visual, pero que lo rehúye y lo combate. Lo conceptual con su nomadismo no es otra cosa que la incoherencia con lo ya dicho, con lo que se asume como plano y la concordancia con aquello a lo cual se aspira desde una deconstrucción mayor en el terreno de la relectura de las artes.

 “…un arte conceptual que no se acostumbra a lo formal y lo establecido”.

Nietzsche hablaba de la visión circular de la historia, del eterno retorno o cómo los sucesos volvían sobre sí con una manera otra. Ese asunto encierra cierta entropía que no es desdeñable a la hora de llevarla al campo de las artes visuales. Allí, en sitios en los cuales casi todo se torna impredecible, se erige la lógica de acciones como las de los círculos de flores. Al final de cada uno de estos sucesos podemos hallar que todo vuelve hacia el significado original de las flores, pero en el recorrido habremos hallado pedazos de una realidad que solo mediante la mirada del artista pueden ser valorados. Allí entra el papel de la crítica como ese espejo necesario y que ha estado ausente. Dentro del Juego ha suplido a partir de su propia esencia deconstructiva esa carencia. Hay en los creadores ese espíritu por asumir de entrada que lo que se hace es un juego con ideas y que es susceptible de un consumo diferente, incluso contradictorio. Allí es donde hemos de prevalecer los amantes de lo honesto y lo bello, en ese paraje que no se conforma con lo que nos dictan los formalismos. Si en un sitio se encuentra lógica, plenitud en ese sentido, es en las acciones de Dentro del Juego. Su nomadismo nos apasiona, nos coloca ante nosotros mismos y constituye un reto.

La vida de las flores es frágil, tanto que parece irreal. El Parque de los Mártires alude en su universo semiótico a otros temas relacionados con la muerte, el sacrificio y la resurrección. Hay un rejuego entre lo bello y lo épico que permanece soterrado. Pervive una visión irreverente de la historia que se mueve desde las flores hacia el vacío de la interpretación y estamos así abocados al concepto de obra abierta, que tanto nos provoca. Las flores se van con las horas, el viento se las lleva, la temperatura y los microbios las consumen y las tornan harapos hasta hacerlas nada. Ese polvo que ya no puede atestiguar ninguna gloria es lo que queda de la acción de artes visuales. Pareciera, ya en ese punto, que la consumación es parte del ciclo.

Más allá del círculo pudiera haber un mundo, pareciera que se nos dice que persiste cierta obviedad ociosa en el mensaje. Los acercamientos a las flores deberán ser momentáneos ya que se van con la misma fragilidad de su llegada. Lo que nos queda es la ausencia terrible y esa sensación de martirologio de una realidad dura, una verdad que nos da en la cara y que el arte apenas logra atajar mediante estos sesgos llenos de reinterpretaciones y de manejos con la imagen.

A fin de cuentas, esa es la función de Dentro del Juego: plantear un juego en medio de la realidad que elude la lógica de lo lúdico. Aquí hay que recurrir una vez más a lo conceptual como lo que se distancia de lo que está en la superficie. El esfuerzo es recompensado con la ingeniería de la belleza, pero a un precio en el cual el público tendrá que distanciarse de su cotidianidad. Esa paz, supuesto remanso, no es amigo de las artes, sino que es dinamitado por la expresión libertadora del grupo de creadores para quienes las calles de la ciudad son las fronteras de su batalla.

 “Los círculos de flores juegan con dos imágenes fundamentales: los círculos del infierno de Dante y las flores del mal de Baudelaire”.

Así, podemos hallar en las paredes exteriores de un edificio de estilo prefabricado “Pastorita” un reflejo con un par de manos que se mueven. Estos efectos imaginarios que surgen en lo real son el aporte de Dentro del Juego. Funcionan como rupturas en las que el espacio/tiempo se suspende y nos queda solo el instante de la contemplación. Las flores se enmarcan en esa genealogía de obras nómadas, que a veces son imposibles de ver en el sentido tradicional de la galería, ya que incluso el consumo es un concepto que se coloca en crisis y que se reacondiciona en dependencia de la colocación de la obra abierta. Nada es siempre lo mismo, sino que se destruye, muere, desaparece, perece y quizás ese instante ya ido era la oportunidad de la belleza.

Así, entre una instalación y una acción visual, transcurre la vida de uno de los grupos que está marcando la pauta en Cuba con este tipo de asunción de las artes. Sin grandilocuencia, sin aspavientos, con la sola sobrevida puesta en función de hacer, de representar y de reconstruir. En ese suceso extraordinario que es el de los círculos de flores pudiéramos resumir buena parte de la filosofía que los guía, pero quienes amamos las artes hemos preferido que el público tenga de manera individual su propio infierno de Dante y por ende su propio acercamiento. Sin dudas, hay que aplaudir que en el proceso de deconstrucción de la realidad que realiza Dentro del Juego estemos comprendidos muchos de los que seguimos el legado del grupo. Eso no nos hace especiales, pero sí cocreadores de un gusto por no quedarnos en la literalidad de la vida, ni en el no pensar de una cotidianidad que nos compele al olvido.

Fotos: Grupo Dentro del Juego


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